consideraba que las cosas importantes de la vida sucedían fuera de la escuela. “Las relaciones entre personas, la gente bailando en fiestas... y los sueños. Los oscuros y fantásticos sueños”, dijo al periodista Charlie Rose en 2016.

Durante esa charla, que puede verse en el documental The art life (El arte de la vida), el cineasta habló siempre desde su curiosidad, con la idea clara de ver lo que otros omiten frente a sus ojos.

Se parecía a uno de sus personajes más recordados: Jeffrey (interpretado por Kyle MacLachlan) en Blue velvet, un joven introvertido, inocente, que de pronto se encuentra con algo que probablemente nadie más hubiese visto al caminar por un baldío: una oreja cortada.

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“El mundo es un lugar mágico, pero la mayoría de la gente no puede ver lo que hay más allá de lo evidente. Yo siempre he intentado mantener los ojos abiertos”, dijo el realizador, fallecido ayer a los 78 años.

Esa misma curiosidad lo llevó a estudiar arte a Boston cuando tenía 19 años en la School of the Museum of Fine Arts (Escuela del Museo de Bellas Artes), y tres años después eso mismo a la Pennsylvania Academy of the Fine Arts (Academia de Bellas Artes de Pensilvania).

Ahí, como su Jeffrey en Blue velvet, se alejó cada vez más de sus padres y se encontró cara a cara con lo oscuro: el entorno violento y opresivo de Filadelfia.

Lynch pintaba, conversaba de forma elocuente, de pronto se reía, compartía su paciencia, contrastando con su cine: surreal, confuso, entramado, visceral.
Lynch pintaba, conversaba de forma elocuente, de pronto se reía, compartía su paciencia, contrastando con su cine: surreal, confuso, entramado, visceral.

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“Crecí en una pequeña ciudad en un vecindario que parecía muy tranquilo y hermoso, pero había algo inquietante, como una oscuridad oculta. Y de alguna manera, esos dos mundos estaban siempre presentes: uno de belleza y tranquilidad, y otro que era más oscuro y peligroso, muchas veces incluso hostil”, ahondó en la entrevista con Rose.

Explorador de dualidades

Quizá por ello, a Lynch nunca le provocó miedo enfrentarse a la realidad más hostil, y su dualidad. En 1973, antes del estreno de Eraserhead, le fue necesario recurrir a una técnica para equilibrar sus mundos oscuros y en ocasiones grotescos: la meditación trascendental en la que fue instruido por el Maharishi Mahesh Yogi, gurú de The Beatles.

“Encontré un océano de pureza, lleno de conciencia. Te sumerges y es hermoso”, compartía hace nueve años el artista, fallecido por un enfisema pulmonar, padecimiento que hizo público en agosto pasado.

Lynch pintaba, conversaba de forma elocuente, de pronto se reía, compartía su paciencia, contrastando con su cine: surreal, confuso, entramado, visceral.

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Con este estilo e intención definida fue como Lynch irrumpió en 1977 estrenando su primera película independiente, Eraserhead (Cabeza borradora) donde haciendo a un lado las narrativas tradicionales más bien apostó por el surrealismo, como el de Luis Buñuel o Jean Cocteau, directores que lo influenciaron a crear narrativas oníricas, que llamaron la atención de la crítica.

Tres años después aquella primera experimentación le dio la oportunidad de tener su primer éxito cinematográfico, cuando Hollywood ya había seducido al estadounidense, y ahora buscaba ganarse a la crítica. El hombre elefante, de 1980, fue la película con la que mostró que las convencionalidades del comercial no demeritaban sus intenciones, Con ella, logró ocho nominaciones al Oscar, y esto lo estableció como un director serio en la industria.

Después, vino la primera adaptación de Dune, que significó su primer fracaso en 1984, y provocó su regreso a la experimentación con Blue velvet, de 1986. Con el equilibrio logrado, lo experimental y el cine comercial llegó a la televisión con Twin Peaks, en 1990.

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