Hay mujeres que entran a la iglesia como levitando: brillando en blanco, con un velo perfectísimo, atrayendo las miradas de ternura casi sacra ante al altar.

Astrid Hadad nunca entró a esa clase de misas: ella optó por irrumpir en su propio ritual, en escena, con brasieres de águila y serpiente, faldas que ondean como banderas en guerra, vírgenes bordadas al pecho y una actitud de hereje feliz.

En su mundo, todo está revuelto: los héroes patrios bailan cumbia, las santas beben tequila; y todo lo que suena a solemnidad se macha de pink, mantra escénico… y desmadre.

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“No tengo vocación ni para casarme ni para tener hijos. Mi vocación es otra: el escenario, el cabaret, la provocación. Eso es lo que me mantiene viva”, reconoce la artista en entrevista con .

Cantante, actriz, performancera, provocadora, Hadad no podría caber en ninguna categoría. Ella inventó la suya: heavy nopal, estilo que mezcla cabaret político, música popular, sátira religiosa, crítica feminista y vestuarios extraídos de un mal viaje que cuentan, por sí solos, lo no dicho.

Nació en Chetumal, pero se volvió una criatura escénica sin fronteras: ha cantado en teatros alemanes, en el Museo Metropolitano de Nueva York y en plazas mexicanas donde no faltó quien le pidió tener más vergüenza.

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Sus espectáculos son misas al revés: rezos descompuestos, monólogos que parodian al machismo, rancheras recicladas con voz de mujer: que ya no llora, sino que se ríe, se burla y, claro, se va de parranda.

Habla con este medio a propósito de su show el 12 de este mes en El Lunario, en donde junto a Jaime López rendirá homenaje —a su manera— al mítico Agustín Lara.

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Tu familia era conservadora, ¿cómo te construiste desde ahí?

Con todo y que no querían que me dedicara a esto, mis padres siempre fueron gente muy buena y amorosa. Y como trabajé tanto para el beneficio de la familia —empecé a estudiar muy tarde porque no había recursos—, eso me dio independencia. Por supuesto que no quise casarme, yo quería estudiar. Me parecía injusto que, trabajando igual que todos mis hermanos —porque éramos un montón—, a las mujeres nos metieran en la cabeza que si no te casabas no ibas a ser feliz. Es una mentira. Yo he sido muy feliz. No tengo vocación ni para casarme ni para tener hijos.

¿Fue difícil ser provocadora?

Sí fue difícil, pero también fue un reto. Y lo he tomado con humor, como todo en mi vida. He enfrentado censura, claro, incluso en países donde no te lo imaginas. En una gira por España, por ejemplo, ¡uf! Gente indignadísima porque hacía bromas sobre la iglesia, sobre la moral, sobre lo LGBT+. Pero siempre he tenido la mayoría del público de mi lado.

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¿Y en México viviste censura?

Claro, muchas veces. Aquí también hubo lugares donde me pidieron que me tapara más, que bajara el tono. Pero lo mío no es provocar por provocar: lo mío es hablar de lo que nos oprime. Yo no hablo de religión para burlarme de la fe. Hablo de cómo esa fe ha sido usada para encasillar a las mujeres y decirnos cómo debemos ser.

¿Desde cuándo fuiste tan crítica?

Desde el principio. Inicié en los 80, justo en la época del SIDA. Se me murieron varios amigos. Yo salía con trenzas, sombrero de charra y condones en el sombrero. ¡Condones! En ese entonces la gente se escandalizaba, me veían como si fuera lo peor. Pero no era un juego: era una forma de hablar de salud, de libertad, de vida.

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¿Cómo ves el panorama político actual, con figuras como Trump?

A estas alturas yo ya no sé ni dónde está la izquierda. Pero sí sé dónde está la derecha, al extremo. Porque muchas cosas que nos dicen que son de izquierda, tampoco lo son. Se aproximan más al liberalismo o a otras cosas. Pienso que sí es un momento de confusión para la mayoría de la gente. No nada más por gente como Trump, sino por lo que está pasando en el mundo entero.

¿Por qué avanza la ultraderecha?

Uno de mis maestros de ciencias políticas decía, y no es el único, que cuando la izquierda falla, el mundo es como un péndulo. Si algo no funciona aquí, se va para el otro lado, ¿y dónde cae? Pues en la derecha, o en la ultraderecha. Porque ahorita ya ni es la derecha: estamos entrando en la ultraderecha. ¡Y uy, qué miedo!

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¿Qué futuro ves para quienes vienen detrás de ti?

A todos nos han tocado cambios muy rápidos: las redes, la tecnología... muchas cosas que ni sabemos manejar. Pero creo que los jóvenes vienen con otro chip. Van a tener que estar más preparados para solventar estas cosas. A veces me pregunto qué va a ser de sus vidas, porque probablemente vamos hacia la destrucción.

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