
Desde mediados de la década de los 80, el actor Álvaro Guerrero ha mantenido una dinámica de trabajo muy demandante: lo mismo pasa de una película a una serie, que a una obra de teatro.
Por eso, cuando está por hacer alguna pausa entre algún proyecto sueña con no hacer nada.
“Me cae tan bien Cristian Castro, con este asunto de no hacer nada; estoy de acuerdo con él y con su filosofía de vida. Si en algún momento voy a Argentina y coincido con él, le voy a decir: ‘quiero ser tu súbdito, maestro’”, dice riendo el actor, quien ha destacado en proyectos como "Amor en custodia" (2005) y "Capadocia" (2010).
A sus 68 años, Guerrero está convencido de que forma parte de una generación de actores formada en la disciplina y no en la fama; un grupo que nunca soñó con Hollywood, sino con permanecer en escena.
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Además, sabe que se formó en años en los que el machismo no se cuestionaba tanto, cuando ciertos gestos y actitudes contra las mujeres se daban por sentado.
No se proclama un ejemplo de nada, pero reconoce que esa mirada cambió, que hubo cosas que dejó de ver como “normales” y que el escenario también puede ser un lugar para rectificarlas.
“Todavía hace algunos años, estaba tan normalizado este asunto de darle la preferencia al hombre que ya ni cuenta te dabas… hasta que comencé a tener otro tipo de amistades y otra visión del mundo. Ahí entendí que había muchas cosas que no estaban bien”, asegura el actor de la obra Testosterona.
Esta pieza de Sabina Berman, que actualmente presenta en el Foro de la Librería Rosario Castellanos, encarna precisamente ese choque de mirada generacional.
La obra sitúa a Guerrero en el papel de Antonio, el director de un periódico que está a punto de retirarse y debe elegir sucesor.
Frente a él se enfrentan dos figuras opuestas: Beteta, un viejo aliado de guerra y representante de la vieja escuela, y Alex (interpretada por Itatí Cantoral), una exalumna y jefa de información.
Lo que parece una decisión profesional termina convirtiéndose en un duelo silencioso entre el poder heredado y el poder ganado.
“Yo tengo una admiración profunda por Sabina Berman, que es una mujer sumamente inteligente, una especie de mujer orquesta: analista política, periodista, conductora… y, además, una dramaturga con una mirada implacable”, señala el actor.
“Y le tengo el mismo cariño a esta obra porque toca temas muy importantes para las mujeres, y porque me ha tocado hacerla junto a grandes actrices como Gaby de la Garza e Itatí Cantoral, que sostienen el escenario con una fuerza tremenda”, celebra.
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Actor hecho a la antigua
El 2025 ha sido un buen año para el actor: además de Testosterona, disfrutó estar en la serie 90 minutos, el cierre del rodaje de una película para una plataforma y la celebración del 25 aniversario del filme Amores perros.
“Me siento privilegiado, porque muchos compañeros a veces no tienen trabajo. Yo también tuve una etapa un poco difícil después del Covid-19. Y espero que esté cosechando lo que he sembrado; sería muy soberbio de mi parte decir si es merecido o no, yo más bien recibo las cosas como se vienen dando”, reflexiona.
En internet se dice que cumplirá 40 años de carrera en 2026, pero él corrige: será en 2029 cuando llegue a los 50 años de trayectoria, un logro enorme para quien alguna vez dejó la carrera de Psicología por la actuación.
Descubrió esa vocación desde muy joven, en la colonia popular Mártires de Río Blanco; una decisión de la que no se arrepiente, pues está convencido de que, de haber seguido en su primera carrera, hoy tendría una vida triste.
“Recuerdo que cuando estaba en la escuela de actuación (Centro Universitario de Teatro) yo decía: ‘pero qué malo soy para esto, pero nadie me va a sacar de aquí’, porque me gustó tanto. Entonces, yo me considero privilegiado, porque he hecho muchas cosas padres.
“Por ejemplo, hace unos días estaba viendo Amores perros nuevamente y pensaba: ‘qué gran película’. A veces me da modestia compartirlo porque van a decir: ‘ay, este güey tan mamón’, pero tuve la fortuna de estar ahí”.
Carrera sin escaparates
A pesar de haber trabajado con dos de los realizadores mexicanos más reconocidos, como Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, Guerrero cuenta que, después de Amores perros, nunca volvió a coincidir con ellos ni fue invitado a otro proyecto.
No lo lamenta: Hollywood nunca estuvo en su horizonte. Reafirma que él forma parte de una generación que no concebía la actuación como un trampolín hacia la fama.
“En la escuela me enseñaron que actuar es un servicio para la gente, y qué mejor que ese servicio sea en mi país. Nunca tuve la pretensión de ir a hacer carrera en Estados Unidos, porque no me hubiera gustado que me dieran personajes de narcotraficantes, o que se me discriminara, o me quitaran valor. Por eso siempre he estado muy comprometido con México”.
Álvaro también ha atravesado batallas fuera del escenario. No esconde que sobrevivió al alcoholismo, una etapa que lo obligó a mirarse de frente.
“Por eso ahora quiero estar más en paz, limar mis deficiencias y durar los años que más pueda”.
De ahí que cada vez que sube al escenario dice disfrutarlo como si pudiera ser la última vez. “A veces el factor suerte influye mucho. Conozco actores que son mejores que yo y no han tenido las oportunidades que yo tuve”.
Hoy, admite que se deja llevar por placeres más simples, entre ellos sus gustos culposos: reírse con libros de autoayuda por lo “absurdos” y escuchar a Los Ángeles Negros a todo volumen.
“Me siento agradecido con la vida. Me dedico a algo que amo y me ha dado para vivir; no grandes lujos, pero lo que necesito”, añade, en un tono tan relajado que bien lo envidiaría Cristian Castro.
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