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Decían las abuelitas que todo en la vida es según el color del cristal con que se mira. Un refrán en inglés señala que todo es bello si se mira a través de lentes color de rosa. Y ante la sabiduría de los ancianos llegaron Apps como Instagram con las que se le puede poner el filtro que uno quiera y el tono que se desee a una fotografía, logrando así burlar el esfuerzo mental necesario para embellecer o simplificar la realidad. Hoy todo se resuelve con un clic.
Siempre los seres humanos hemos sido proclives a ver las cosas como nos gustan, y a pensar que la única realidad posible es aquella que concebimos, y que cabe, en nuestras mentes, en nuestras cabecitas. Durante mucho tiempo el avance tecnológico ayudó a ampliar un poco las cerradas perspectivas y las estrechas perspectivas de quienes vivían en sus reducidos espacios de observación. La entonces nueva y rapidísima supercarretera de la información (es decir el internet) podría hoy parecernos lenta y limitada, pero en esos tiempos era un avance no solo en la rapidez, sino sobre todo en la amplísima oferta informativa que se nos presentaba.
Ya no era necesario, a mediados/fines de los 90, limitarse al periódico o la revista local, al noticiero nacional, a las voces y opiniones de siempre. Súbitamente, con una computadora y una conexión a la red era posible navegar por todas partes, leer y escuchar todo tipo de versiones, y armar cada quien el propio rompecabezas, la propia composición de las realidades diversas de lo que sucedía en el mundo.
Miel sobre hojuelas, al menos para quienes teníamos ya acceso a internet y un equipo de cómputo. Y música para los oídos de quienes, como yo, creemos que en la medida en que la gente tiene más y más diversa información, más avanza la democracia, la pluralidad, la tolerancia. Es en la diversidad donde reside, a fin de cuentas, la verdadera humanidad de todos nosotros. Se encuentra en el respeto a los demás y a sus ideas, en el conocimiento de cosas nuevas y diferentes.
Pero de repente algo sucedió que nos llevó de regreso a la prehistoria. Ante la multiplicidad de la oferta informativa, algunos —muchos— se sintieron abrumados, agobiados. Y optaron por la versión cibernética del avestruz: escogieron solo ver, leer y escuchar a aquellos con los que se sienten identificados, con los que coinciden, que reflejan y magnifican todo aquello en lo que creen. Y fue precisamente esa enorme cantidad de alternativas la que le permite hoy a cualquier ciudadano del mundo, armado ya solamente de un teléfono de esos que se dicen inteligentes, recibir sólo lo que les hace sentir cómodos en sus convicciones, en sus prejuicios, en sus obsesiones.
Me vino esto hoy a la mente, queridos lectores, ante un par de cosas que me topé en las redes sociales. Un conocido mío compartiendo en Facebook un texto xenófobo y con tintes de nostalgia por el nazismo, divulgado por algún alemán que se dice nostálgico por los “viejos tiempos” de su patria, sin darse cuenta de la profunda ironía de añorar el pasado al mismo tiempo que se denuncia a los que “no quieren ser, no quieren vivir como nosotros” precisamente en un país con el triste historial de Alemania.
Más tarde, en Twitter, algunos usuarios me increparon, reclamaron, exigieron, que abordara yo un tema que a ellos se les antojaba: la detención de Humberto Moreira en España. Uno de ellos de plano se asumía como la voz de mis “seguidores” (entrecomillo porque me choca el término, nadie me sigue, salvo los espías marcianos, si bien me va algunos me leen…).
Yo no tengo miedo a criticar a Moreira, lo hice cuando era gobernador y después presidente del PRI. No me puedo pronunciar sobre los cargos en su contra hasta que no haya sentencia, pero sí afirmo que fue un gobernador nefasto que dejó a su estado en la quiebra financiera y moral.
Pero no dije lo que mis interlocutores querían cuando ellos querían, y eso me valió criticas y ataques. Perdón, pero no era la hora de las complacencias.
Analista político y comunicador
Twitter: @gabrielguerrac
www. gabrielguerracastellanos.com
FB: Gabriel Guerra Castellanos