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El jaguar cósmico acecha al dios Sol y se lanza para devorarlo. Surge la oscuridad, producto de una lucha entre el astro y el felino sagrado. Finalmente gana la estrella incandescente resurgiendo de la penumbra.
Estamos en Tekax, a una hora y media de la ciudad de Mérida, en el estado de Yucatán. Para quienes no sepan de esta localidad, en julio pasado fue nombrada “Pueblo Mágico” y hoy se convirtió en el centro de atracción por ubicarse justo en la franja de apreciación del eclipse anular de Sol.
Celestún, Maxcanú, Sisal y Tekax fueron de los pocos sitios en la península de Yucatán donde se presenciaría la formación de un “anillo de fuego” en el cielo.
Entre las 9:36 y 9:45 horas, la Luna inició su camino para interponerse entre el Sol y la Tierra.
¡Que emocionante es para nosotros presenciar un evento así! Pocas veces se tiene este privilegio. La última vez que ocurrió un eclipse solar en México fue hace más de 29 años.
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Para los mayas y otras culturas era un agobio. Un eclipse causaba preocupación y hasta miedo. Se sabe que preparaban rituales para que la deidad solar no fuese tragada por la Luna, por un monstruo, por algo semejante a un ser maligno, incluso por jaguares cósmicos. Mitos hay varios.
Pasaditas las 10:00 de la mañana miramos un cielo de pronto nublado, de repente despejado.
En este pueblito tranquilo, de casitas pequeñas y calles estrechas, poco a poco llegaron voluntarios y cientos de visitantes. Se montaron las carpas para las charlas sobre el jaguar, el cielo nocturno y los eclipses; sobre la flora y la fauna de la sagrada selva maya, indómita y a la vez trastocada por el ser humano.
Los visitantes, incluida la Señorita Turismo Tekax 2022, lanzaron maravillados un “¡wow!” al mirar, a través de unos lentes especiales, una ventana de nubes que dejó asomarse al Sol y, apenas, un pedacito de la curvatura de la Luna cubriéndolo.
La emoción fue directamente proporcional a lo que marcaba el termómetro: 32 °C, pero con una sensación térmica de 42 °C. El infierno yucateco.
En la plaza del pueblo también había demostraciones de proyecciones indirectas, telescopios para observaciones gratis, juegos didácticos para niños, danzas tradicionales, carritos de paletas y raspados.
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Las sombras de los árboles proyectaban en el piso caliente medias lunas, efecto de un eclipse parcial que se acercaba a su punto máximo.
El sonido del caracol y los tambores anunciaron el llamado de una ceremonia chamánica en la Explanada Chulub, un jardín de superficie cóncava en donde la gente se acomodó para recibir la buena vibra del fenómeno cósmico.
Esos mismos tambores se usaban para espantar al monstruo o al jaguar que trata de devorar al dios Sol, según el mito que se cuente.
Aplausos para quienes lograron subir al Cerro de la Ermita a observar a 80 metros de altura el 'anillo de fuego'; varios con su máscara de soldar puesta. Sí, hay cerros en Yucatán, bajitos, pero los hay.
La Ermita es una capilla dedicada al santo patrono, San Diego de Alcalá, cuya imagen se apareció en un pozo en 1645, cuenta la historia. Justo a un lado se construyó aquella capilla.
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El cielo y los dioses mayas nos favorecieron. Pasadas las 11:20 horas contemplamos el esperadísimo “anillo de fuego”. Por ser un eclipse anular, no hubo oscuridad, pero el ambiente cambió. Ladraron los perros, la luz disminuyó, se tornó un poco azulada. Las sombras se acentuaron. Duró menos de dos minutos. La gente agradeció, sonrió y algunos dejaron escapar discretas lágrimas. No cesaron los tambores, pero sí los murmullos de los espectadores.
El sol resurgió, volvió a ser el protagonista en el cénit y nosotros nos llevamos esta maravilla en la memoria.
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