Todo parecía ir en cámara lenta cuando, hace un verano atrás, Haidee Aceves le dio a México su primera medalla en los Juegos Paralímpicos de París. Una presea de plata que no sólo significó un sueño cumplido, sino toda una historia que empezó cuando, a sus ocho años, conoció la libertad de nadar. “De lo malo se aprende y te va a ayudar a crecer. [...] Si me dieran a elegir, lo elegiría una y mil veces más”, son las palabras que la paratleta le dedicaría a una Haidee más pequeña, aquella que apenas estaría conociendo el agua.

El relato que años más tarde no sólo la convertiría en doble medallista de la justa veraniega —también en la Mejor Nadadora Paralímpica de América Latina— vio su primer capítulo cuando en el Centro de Rehabilitación Teletón de Guadalajara la mandaron a las albercas. Un complemento a su rehabilitación porque, desde su niñez, fue sometida a varias cirugías por su condición física: artrogriposis múltiple congénita.

Aun en los momentos más abrumantes, Haidee guardó una certeza: “La única limitante que todos tenemos es la mente”. Y selló su histórica hazaña: dos medallas de plata, en 100 y 50 metros dorso-S2. “Solamente somos la alberca y yo. Compito y me enfoco tanto que, en el regreso, perdí la noción de dónde iba. Todo lo demás fue llanto, con satisfacción. Un sueño cumplido”, recordó con el sentir a flor de piel.

Este año, la historia de Haidee Aceves continuará escribiéndose. Y después de haber visto la bandera mexicana en las pantallas parisinas, buscará pintar de tricolor su próximo destino: el Campeonato Mundial de Singapur.

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