El riesgo de que un ser humano resulte herido en tierra firme por un desecho espacial es 1.5 millones de veces menor que el riesgo de morir en un accidente doméstico, es así que el verdadero problema de la basura espacial está en el espacio. Para los especialistas de la Oficina de Desechos Espaciales de la Agencia Espacial Europea (ESA), la continua generación de desechos acabará provocando un síndrome de Kessler, cuando la densidad de objetos en la órbita baja terrestre sea tan alta como para que se generen colisiones exponenciales entre objetos y desechos con un efecto de cascada imparable. En este punto de la historia, ciertas órbitas se volverían completamente inhóspitas.
A mediados del siglo pasado, nadie hubiera pensado que los satélites, cohetes y naves espaciales que comenzaban a lanzarse desde la Tierra se podrían convertir en algún momento en un problema. La Agencia Espacial Europea calcula que en la actualidad hay casi un millón de objetos sin utilidad orbitando alrededor de la Tierra, lo que pone en peligro las comunicaciones terrestres y futuras misiones.
Para los especialistas de la agencia, las órbitas terrestres bajas son un recurso natural limitado que incluso puede perderse debido a la presencia del enorme volumen de desechos espaciales que parece ir en crecimiento. Es así que la ESA está gestando acciones más contundentes para minimizar la creación e impacto de los desechos espaciales. Una de estas acciones es garantizar el reingreso más seguro de los satélites al final de sus vidas, lo que muy pronto sucederá con uno de los satélites pioneros en el monitoreo del clima: el ERS-2.
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La historia de un pionero
El satélite ERS-2 se lanzó el 21 de abril de 1995. Fue desarrollado y lanzado cuatro años después del ERS-1 para recopilar una gran cantidad de datos valiosos sobre la superficie terrestre, los océanos y los cascos polares de la Tierra. Fue pieza clave en el monitoreo de desastres naturales, como inundaciones graves o terremotos en partes remotas del mundo.
Sus instrumentos fueron pioneros en la medición de los vientos en la superficie del océano, visualización de áreas de deforestación, monitoreo del ozono, (lo que permitió observaciones de “agujeros de ozono”), medición de la temperatura marina, obtención de la altura promedio de las olas y realización de estudios de variación de la vegetación, lo cual apoyó importantes análisis sobre el cambio climático.
En 2011, después de 16 años de operaciones de gran éxito y 3 mil 500 millones de kilómetros de recorridos durante su vida útil, la ESA tomó la decisión de finalizar sus operaciones y sacarlo de órbita, por lo que lo sometió a varias maniobras (66 para ser precisos) para proyectar su reingreso a la atmósfera terrestre 13 años después.
Se calcula que este 19 de febrero podría reingresar a la Tierra el satélite ERS-2 de la Agencia Espacial Europea, que fue lanzado hace casi tres décadas, convirtiéndose en uno de los pioneros en el monitoreo de desastres naturales. Sacar de órbita los satélites al final de su vida y garantizar que vuelvan a entrar en la atmósfera de la Tierra es una herramienta fundamental para mantener las “autopistas” espaciales libres de satélites obsoletos, prevenir colisiones en órbita y mitigar la creación de más desechos espaciales.
La misión terminó oficialmente hace una década, pero siguió generando datos y paulatinamente se fueron apagando sus instrumentos, tras lo cual, se gastó el combustible restante para garantizar su regreso a la órbita terrestre. Las maniobras de desorbitación del ERS-2 redujeron su altitud media de 785 km a unos 573 km para reducir en gran medida el riesgo de colisión con otros satélites. Su pausado descenso prosiguió y se quemará una vez que su altitud haya disminuido en aproximadamente 80 km. Esto es casi 13 años después de las maniobras de desorbitación y dentro del plazo previsto.
El satélite ha estado en observación frecuente por un equipo de científicos en todo el mundo, pero debido a que la reentrada es “natural” y condicionada por la actividad solar, es imposible predecir el lugar exacto de su caída, pero se proyecta que, como sucede en la mayoría de este tipo de misiones, algunos de sus fragmentos más grandes caerán en el océano.
Los pronósticos dependen del modelo atmosférico que se utilice y de los caprichos del Sol, por ejemplo, la intensa actividad solar en 2023 influyó en la aceleración de la reentrada prevista del satélite Aeolo, una sofisticada herramienta para el estudio de los vientos.
A finales de julio del año pasado, el Centro Europeo de Operaciones Espaciales de la ESA realizó un proceso para efectuar una reentrada asistida de emergencia del Aeolo, que finalmente llevó al artefacto a no explotar previamente y regresar a la atmósfera terrestre hasta convertirse en una bola de fuego. Sus escombros cayeron en el Océano Atlántico, para recuperarse después y ser entregados a la Oficina de Desechos Espaciales.
Por un espacio sostenible
Según datos de la ESA, el riesgo anual de que un ser humano resulte herido por desechos espaciales es mínimo. Se calcula que es 65 mil veces menor al riesgo de ser alcanzado por un rayo. Es así que el problema no es cuando los residuos llegan a la Tierra, sino cuando se generan y permanecen en el espacio. Según información de la agencia, durante las últimas dos décadas se ha producido en el espacio una media de 12 fragmentaciones accidentales al año.
Es por eso que en la actualidad existen directrices y normas internacionales que dan pautas concretas para un espacio sostenible: diseñar cohetes y naves que minimicen la cantidad de material que se desprende durante el lanzamiento y las operaciones, evitar explosiones liberando la energía acumulada de las naves al final de su vida útil, alejar las misiones que han concluido mediante su desorbitación o su traslado a una órbita cementerio, y prevenir los choques en el espacio efectuando maniobras anticolisión.
A pesar de los esfuerzos, se prevé que las colisiones entre desechos espaciales y satélites en funcionamiento pasen a ser la fuente principal de generación de residuos. La cantidad de “tráfico” lanzado a la región protegida de la órbita baja terrestre (de hasta 2mil km de altitud) está cambiando significativamente, sobre todo debido a la proliferación de pequeños satélites y constelaciones.
Se calcula que sólo entre el 30 y el 50% de toda la masa satelital (excluyendo los satélites dedicados a vuelos tripulados) cumplirán las directrices sobre el fin de la vida útil. En la actualidad, la iniciativa Espacio Limpio de la ESA, coordina el desarrollo de nuevas tecnologías para misiones espaciales más sostenibles, como la automatización para eludir colisiones.
Por otra parte, Enfoque Cero Desechos es el nuevo esfuerzo de la ESA para limitar significativamente la producción de desechos en las órbitas terrestre y lunar para 2030, pensando en todas las futuras misiones, programas y actividades de la ESA. Otras agencias, como la NASA, tienen objetivos similares, pero la ESA se ha mostrado más firme en las medidas proactivas.
Continuamente la ESA presenta estudios para entender mejor el impacto directo e indirecto de las actividades de la industria espacial en el clima de la Tierra, como el turismo espacial que contribuye significativamente al calentamiento global y la reducción de la capa de ozono. Finalmente, el análisis de todos los efectos de la huella directa e indirecta del humano en el espacio es de suma importancia para su utilización futura como la suma de estrategias para el mejoramiento de la humanidad, más que para el beneficio de unos cuantos.
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