
En la penúltima jornada de la cuarta edición del Festival Paax GNP, La Orquesta Imposible, bajo la dirección de Alondra de la Parra, interpretó la Sinfonía no. 1 en re Mayor, "Titán" (1893), de Gustav Mahler. Ante el público que llegó al Salón Diego del Hotel Xcaret Arte, sede del festival, la directora presentó la obra como el primer eslabón de una saga, un concierto con el objetivo de abarcar las diez sinfonías del compositor austriaco. Mencionó que en "Titán" hay una continuidad tal como la de los Nibelungos o Lord of the Rings y dijo que la sinfonía traza el camino del héroe enfrentado a muchas caídas. Una obra, continuó, que explora el misterio eterno, la fuerza de la naturaleza, la presencia de Dios, el mundo entero...
La directora pidió al público que apague sus celulares, que no grabe y viva el aquí y el ahora ante una obra donde confluyen la energía de la taberna y, por ejemplo, una marcha fúnebre donde los animales del bosque: la ardilla, el ciervo, el conejo llevan el ataúd sobre el que yace el cazador. Algo que Mahler presenta, detalló la directora del festival, como la canción infantil "Martinillo": un "Martinillo" macabro tras el que surgió un grito de desesperación que viene del centro de la Tierra. Ese martinillo etéreo del que hay atisbos, que va y viene, épico, furtivo, abisal e irónico. Y el presentimiento del vals, el brío, la acumulación como el anuncio de un triunfo venidero.
Mientras el público se adentró en la fuerza espectral y de ensueño conjurada por Mahler a los 28 años de edad, la música traspasó el umbral de un mundo nuevo. Un mundo desbordado entre ritmos klezmer y de vals.
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Cuando las cámaras grabaron desde el punto de fuga, la imagen sobre las pantallas, colocadas en ambos extremos del escenario, fue la de Alondra dirigiendo a los músicos entre la penumbra. La danza invisible de las notas, especie de fuerza primigenia de Mahler, se movió en círculos, formó una hilera que serpenteó como guiada por un flautista hipnotizador, escondido y a la vista de todos.
El "Martinillo" fúnebre llegó, al fin, y le siguió el aullido desde el centro de la Tierra, tal como Alondra lo anunció en sus palabras de bienvenida; el rugido movilizado por todos los instrumentos y sus decenas de golpes de lleno; el grito épico, intempestivo, que pareció consignar el mundo entero en su exhalación.
Una y otra vez, "Titán" marcó un descenso hacia ciertos abismos y una y otra vez volvió de estas entrañas. A cada regreso hubo una intensidad feroz, casi bélica, donde el eje primordial parecieron ser los grandes ideales: el odio y el amor, lo profano y lo sagrado. En el vagabundeo de Mahler, la sinfonía escaló y escaló más y más, hasta las cimas más altas.
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Durante varios minutos, que aparentaron no tener fin, los músicos recibieron la emoción y el fervor de sus espectadores después de ver "Titán", obra eterna que por una hora encarnó en la Riviera Maya.
alm
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