Situaciones extravagantes contados con una narrativa y un humor negro muy Velázquez, protagonizados por personajes sui generis como una chava fitness que cuando se emborracha y sale a buscar sexo con hombres gordos, un menonita que descree de su religión y se pasa al mundo zen, el espíritu de un roquero que se niega a abandonar el plano terrenal y un hombre engañado por su esposa que se convierte en payaso, son la combinación perfecta con la que el escritor Carlos Velázquez regresa al cuento tras cinco años de ausencia.
En “El menonita zen” (Océano, 2024) se reúnen siete historias con situaciones extravagantes muy al estilo de este narrador nacido en Torreón, en 1978 y que se define como “Norestense hasta el, tope” y se concibe como un “devoto adorador de los Ramones”, asegura en entrevista que siempre procura darles a sus lectores, historias divertidas con personajes con los que pueden sentirse identificados, o con los que pueden sentirse cercanos.
“Todos conocemos a un gordo, todos conocemos a una mujer mamada, me refiero a la fitness, todos conocemos a un músico frustrado; lo que yo hago es decirle a mi lector ‘ven al libro, te vas a divertir, te la vas a pasar bien’. Yo no subestimo al lector, el lector es muy asertivo, él quiere que tú le hables de su universo, no que te subas en el ladrillo del intelectual y que le hables de cosas que no le competen y que además no le interesan”, afirma el también autor de “La marrana negra” y “La Biblia vaquera”.
Aplica en sus historias, lo que él busca en las historias de otros, que sean relatos divertidos para que el lector se la pase bien, y que esa diversión lo ponga a pensar. Y acepta que tiene obsesiones, de las que ha ido escribiendo a lo largo de los años y que incluso, afirma, las podría agrupar en distintas categorías.
“Tengo mis cuentos de gordos, de travestis, que en este no hay, pero vienen cosas específicas, tengo cuentos sobre la paternidad. Lo que me gusta muchísimo de esta manera de trabajar es que uno piensa que ya todo está dicho, pero la verdad es que todavía hay mucha tela de donde cortar, por ejemplo, a mí me parece muy curioso que en el presente mucha literatura mexicana está muy alejada de la calle, de los personajes de a pie, de la gente común, y a mí son las historias que me interesan narrar”.
Carlos Velázquez reconoce que a él no le interesa escribir sobre matemáticos del siglo pasado, “no me interesa escribir sobre novelas en Alemania, no me interesa nada de eso, lo que me interesa es reflejar lo que yo veo y con lo que estoy en contacto diariamente. Creo, que un gran sector de escritores, han renunciado a eso, a describir el espacio público, a hacer de la ciudad protagonista. La literatura mexicana del presente toda va al espacio interior, todo es hablar de la vida interior, todo es hablar del padre, es hablar de la madre, hablar de la maternidad y todo es como una especie de mirarse el ombligo todo el tiempo”.
A él, asegura, lo que hace con el relato, es decirles a los lectores que hay un mundo allá afuera y es un mundo muy rico que exige ser narrado. Historias donde está la realidad, pero no con historias sobre denuncias, ni sobre crítica al consumismo.
“Pero sí yo hablo de los aspectos del deseo que se mueve sobre todo en las redes sociales, o la gente que está obsesionada con la vida perfecta, pero definitivamente hay muchas cosas de eso ahí dentro, pero nunca sin adoptar como la grandilocuencia o la enseñanza moral, simple y sencillamente reflejar lo que la gente puede llegar a ser para salir del fracaso o incluso regodearse en él, que es lo que pasa con estos personajes que están en constante lucha por superarse, pero que incluso cuando no lo consiguen, son capaces de continuar adelante con su vida”, señala.
El ganador del Premio Bellas Artes de Narrativa Colima por “El pericazo Sarniento (selfie con cocaína)”, también señala que en lo que se escribe en la actualidad es con un lenguaje que tiende a ser muy neutro, cada vez el lenguaje se parece demasiado entre un autor y otro “y a mí lo que me gusta de la literatura es que es una oportunidad precisamente para explotar el lenguaje, para llegar y ponerle dinamita y que vuele por los aires”.
Dice, justo, que en este libro “El menonita zen” puede explorar diferentes lenguajes porque sus historias van del campo a la ciudad, o van de los escenarios roqueros a la frontera, y eso le permite explorar también todos estos territorios también lingüísticos y alejarse por completo de la prosa neutra, de la prosa demasiado edulcorada.
“Creo que la personalidad en la prosa es lo que finalmente hace que los libros se convierten en literatura, y en una literatura que tenga también eso, una incidencia en el lenguaje, porque entre más viva está la lengua, pues más vivo está el libro. He tenido la oportunidad de ganarme un grupo fiel de lectores que comprenden mis historias, se sienten identificados con ellas, les gustan y han encontrado en mi trabajo una fuente inagotable de diversión y eso precisamente es una de las misiones que más me interesan, hacer literatura de calidad pero que sea literatura cercana al lector, que no la sienta como un producto elevado y que sea más bien algo que lo lleve a pensar que algún día él puede estar dentro”, afirma narrador que es considerado uno de los mejores cuentistas de su generación.
Por ello también le es fundamental que los personajes estén humanizados a tal nivel que toquen las fibras de los lectores, y si pueden hallar un espejo donde verse, mejor. O que se sientan como el gordo, la fitness, el payaso o el menonita. Historias que tocan porque se enriquecen con el humor, que en Velázquez es negro y corrosivo.
“Entre más seamos capaces de reírnos de nosotros mismos vamos a escapar al acartonamiento y vamos a escapar a la solemnidad. Hay cosas que solamente se superan a través de la risa y eso está muy presente en estos relatos, o sea, no hay manera de avanzar si no te ríes de tu circunstancia o de lo que te está pasando, porque si te pones a llorar te vas a quedar ahí y no vas a avanzar y lo que los personajes plantean, lo que estas historias plantean es que ‘podré estar en la lona, pero riéndome a través de mí mismo voy a salir adelante’. Hay un escarnio definitivamente en estos relatos, pero no es un escarnio por el escarnio, sino que tiene una intención estética”, concluye el narrador.