El comportamiento del micelio, red vital de los hongos, es el origen de la reflexión que la compañía MdMar y la directora artística y coreógrafa, Myrna de la Garza Brena, exploran en la coreografía homónima, repuesta del 11 al 13 de agosto en el Teatro de las Artes del Centro Nacional de las Artes (Cenart; Río Churubusco 79, Country Club).
El micelio, afirma Garza, podría salvar la tierra, ya que puede comer químicos y convertirlos en materia orgánica. “Es el organismo vivo más grande del planeta”, dice Rafael, “Sr. González”, exintegrante del grupo Botellita de Jerez y creador, junto con Juan Cristóbal Pérez Grobet, de la música original de la pieza.
Esa red subterránea que conecta le sirve a la coreógrafa como metáfora del sentido de permanencia y los vínculos que el ser humano tiene con la naturaleza, no como dueño, sino parte de ésta. La pregunta detonadora, en otras palabras, es la forma en la que uno mismo procura el vínculo con los demás seres vivos y organismos del planeta.
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“Incluso es una pregunta abierta y que deriva en determinar si la gente sabe o no de la existencia de dichos vínculos; si son procurados para sanar el comportamiento que el individuo tiene con el entorno. Como especie, la humanidad ha provocado el caos y no está yendo hacia ningún lado. Los actos se vinculan con el todo y esa reflexión invita a otras formas de comportarse a lo largo de la vida, siempre que se sea consciente del impacto que uno mismo está dejando. El micelio tiene la dualidad de ser la parte y el todo”, abunda Garza.
Se trata, complementa González, de reforzar la idea de ser parte de un sistema: “Ver la naturaleza y el universo mismo como un sistema en el que estamos inmersos. Cuando se piensa en hongos, la primera imagen que llega a la mente son esta especie de pequeñas sombrillas en los campos, pero el micelio está por debajo de los bosques, en áreas muy extensas, y conecta a todos los organismos. La mayoría no somos conscientes de que todo eso existe de forma subterránea. Cuando se quiso crear la obra fue atractivo acudir a ese concepto”.
Para crear esta pieza, relata Garza, hubo un trabajo de investigación y se contó, incluso, con asesoría del Instituto de Biología de la UNAM: “Una investigadora, la doctora Pilar Ortega, nos llevó a nuestro lugar de ensayo unos microscopios electrónicos con unas cajas pequeñas donde venía el diseño vivo; pudimos tocarlo, olerlo y manipularlo”.
El contacto directo con el micelio quedó impregnado en el equipo creativo de la pieza y le brindó la posibilidad de crear imágenes poéticas en escena, como la de un tejido que emula lo que esa ocasión se reveló en el microscopio: “El micelio es pequeñito y parece algodón de azúcar. Fue como hacer zoom en el subsuelo y ver lo real de otra forma. Con la pieza queremos explorar la idea de la conexión entre los seres humanos y llamar a la colectividad y la procuración de esos vínculos. Al final, es un llamado a lo afectivo”. También hay escenas en las que los artistas bailan con los ojos cerrados o que miran todo el tiempo hacia abajo, como alusión al necesario cuidado del subsuelo. Tres escenas capitales hilan una trama sobre el ciclo de la vida: del nacimiento a la muerte de los hongos viejos, que le pasan la estafeta a los más jóvenes.
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La cara espiritual de la naturaleza, dice González, se le muestra a través de la retícula del micelio: “Aunque no soy muy religioso, lo veo como aquello que te conecta con el universo; aquella que hace preguntarse, ¿qué nos vincula con los demás? La obra termina siendo una experiencia emocional”.
La pandemia, continúa el música, parecía una oportunidad para meditar sobre nuestro vínculo con el entorno, pero terminó el confinamiento y la voracidad capitalista estuvo de regreso; en ese sentido, Micelio podría ser una reflexión pospandémica: “Somos parte de un todo y debemos tener una relación más equilibrada con la naturaleza”, concluye.
Los bailarines que interpretan la pieza son Ilianna Bautista, Maximiliano V. Flores, Mónica Rueda, Myrna de la Garza Brena, Sahián Dávila y Martha Elena Welsh; podrá verse el viernes, a las 20 horas; sábado, 19 horas y domingo, 18 horas.