En el número 58 de República del Perú, una pequeña entrada se enmarca con el letrero . Martín es el hijo de Eduardo Hernández Cerón, quien en la década del 30 fue aprendiz en el taller ABO, uno de los más antiguos de la capital. Aunque el padre de Martín falleció hace 14 años, el universo del rótulo lo ha acompañado desde siempre: los pinceles, la pintura, la caligrafía y el dibujo gravitaron alrededor de él y lo introdujeron en laque es la estética urbana de la Ciudad de México. A los 17 años, en 1983, se independizó y llegó a trabajar al local de República del Perú, el sector donde el oficio se concentró. Hoy, su local, el único de rótulos que queda en la zona, sobrevive como la huella de esta segunda generación a la que pertenece. Una escalera estrecha conecta el segundo piso, donde Martín trabaja entre botes de plástico que recicla, marcados por la pintura, alrededor de un puñado de pinceles, maderas y retazos de papel. “No me he movido hasta la fecha”, dice.

En mayo de 2022, cuando Sandra Cuevas, entonces alcaldesa de Cuauhtémoc, ordenó quitar los rótulos de los locales semifijos de lámina, su valor como expresión artística, tradición y memoria de la ciudad fue puesto sobre la mesa. El propio Martín Hernández Robles cuenta que no sólo lo contactaron de varios periódicos nacionales, sino que habló para la televisión de Holanda y España. Dos años y medio duró la prohibición y ahora, tras la disculpa pública por el borrado de rótulos, que hace un mes ofreció la actual alcaldesa, Alessandra Rojo de la Vega, este oficio, fundamental para la identidad callejera, enfrenta un futuro que exige la adaptación a nuevos tiempos.

La crisis no es nueva, pero la prohibición sirvió para hacer más evidente una competencia con la tecnología que ya existía. Isaías Salgado, rotulista que trabaja en el barrio de Tepito, dice que fue en 2005 o 2006 cuando, por primera vez, sintió la competencia entre el oficio y la impresión digital. Martín lo sitúa en la bisagra entre los 90 y la década del 2000.

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El taller de Martín Hernández, al que él le llama “oficio de letras”, es uno de los pocos locales que quedan de rótulos en el corazón del Centro Histórico. Arriba, a la izquierda, el rotulista muestra el segundo piso de su espacio ubicado en la calle de República del Perú; a la derecha, uno de sus ayudantes utiliza la mesa de trabajo. Fotos: Diego Simón / EL UNIVERSAL
El taller de Martín Hernández, al que él le llama “oficio de letras”, es uno de los pocos locales que quedan de rótulos en el corazón del Centro Histórico. Arriba, a la izquierda, el rotulista muestra el segundo piso de su espacio ubicado en la calle de República del Perú; a la derecha, uno de sus ayudantes utiliza la mesa de trabajo. Fotos: Diego Simón / EL UNIVERSAL

“Fue realmente cuando empezaron a traer a México los plotters de impresión, la impresión digital. En ese momento fue cuando nuestro trabajo realmente se vino abajo, porque la gente demandaba que sus letreros estuvieran de un día para otro, a veces era posible pero luego se nos cargaba tanto el trabajo que había que esperar tres, cuatro días y entonces lo que ofrecía la máquina de impresión era que de un día para otro se tenían los diseños encargados. Ahora es tan rápido que en una o dos horas ya tiene su trabajo impreso”, afirma Martín.

Para Isaías es difícil medir el impacto que dejó la prohibición, pero estima que hubo una baja del 50 %. “Gracias a Dios, siempre he tenido gente con la que trabajar”, continúa Isaías y se refiere al trabajo con galerías como la José María Velasco y el Museo Franz Mayer. Para él y Martín la necesidad de expandirse y explorar otros territorios fue cada vez más necesaria. Martín es sincero: “Yo ya tenía unos cuatro años atrás que venía trabajando con museos. Lo sigo haciendo con museos, galerías y la colaboración directa con artistas. A mí no me afectó la prohibición de los rótulos porque tenía otras fuentes para laborar”, abunda y cuenta que en el primer trimestre de 2022, la alcaldía le llegó a clausurar el taller por opinar sobre la situación y le impuso una multa de casi 30 mil pesos.

Pero la situación es más compleja e incluso traspasó los límites de la alcaldía Cuauhtémoc. Ante la polémica que desató la prohibición de los rótulos se organizó Rechida, un colectivo con miembros de la sociedad civil en defensa del valor cultural del rótulo. Sofía Riojas forma parte del colectivo y cuenta que mientras los rótulos eran retirados en el Centro de la ciudad, en zonas como Azcapotzalco, Tlalpan y Xochimilco también se empezaron a borrar los rótulos y a los locales se les colocaron los sellos de la alcaldía.

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En la Tabacalera la mayoría de los locales semifijos de lámina tienen lonas impresas o ningún rotulado.
El colectivo Laboratorio Comunitario de Diseño perpetúa el oficio con talleres para todas las edades.

Fotos: Laboratorio Comunitario de Diseño
En la Tabacalera la mayoría de los locales semifijos de lámina tienen lonas impresas o ningún rotulado. El colectivo Laboratorio Comunitario de Diseño perpetúa el oficio con talleres para todas las edades. Fotos: Laboratorio Comunitario de Diseño

Con la reparación de dos rótulos en el Mercado de San Juan y sus inmediaciones se hizo la promesa de que se volverían a pintar y se les pagaría a los pintores.

“Fue el compromiso y también fue lo que dijo la alcaldesa en el evento que hubo en el Mercado de San Juan. Justamente lo que se busca es que pues la alcaldía ponga de su parte para la reparación de estos rótulos. Esa vez mencionó que están buscando cómo poder trabajar con la iniciativa privada por medio de alguna marca de pintura que pudiera patrocinar justamente la reparación. Tienen ese compromiso porque es el daño, aunque no fue esta administración”, explica Riojas y dice que ese día fue, por decirlo de alguna forma, un arranque simbólico de una campaña que esperan ver en los próximos meses.

“Nosotros creemos que esto definitivamente vulneró mucho más a los rotulistas en su trabajo. Los pocos que quedaban dejaron de hacer su trabajo. Esperamos que la alcaldía en este caso tome responsabilidad de todo el daño que hizo y realmente se comprometan con una reparación hacia el oficio de los rotulistas”, continúa Riojas. La espera es la misma de los compañeros rotulistas entrevistados: que el oficio vuelva a marcar la identidad del Centro. “Antes, el trabajo de los rotulistas estaba hasta en las pancartas de las protestas sociales”.

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Hace 10 años, el Colectivo Laboratorio Comunitario de Diseño, que se dedica a realizar talleres enfoncados en la preservación de ciertos oficios, a través del “cruce de conocimientos entre maestros y profesionales del diseño y las industrias creativas”, empezó uno de rótulo tradicional que se realiza varias veces al año y al que asisten jóvenes de entre 16 y 30 años. La iniciativa surgió porque un grupo de rotulistas se acercó al colectivo con el temor de que el oficio se perdiera, ya que no había terceras o cuartas generaciones perpetuando la tradición.

Una década ha sido suficiente para que el Colectivo haya visto el cierre de 20 talleres de rótulos en la ciudad. Muchos trabajan sin un local propiamente, explica Quetzalcóatl Molina, gestor cultural y director del Laboratorio Comunitario. Uno de los objetivos, cuenta, es tener, para el próximo año, el primer directorio de rotulistas.

En este pase de estafeta hacia una nueva generación, señala, los jóvenes se acercan con un conocimiento previo en artes visuales, diseño o caligrafía. Les interesa el trabajo manual por sí mismo, les interesa complementar su arte. Y el arte popular del oficio, coincide, se perpetúa hoy a través de galerías, museos y casas de la cultura.

Los hechos complementan las palabras del gestor. En el primer cuadro del Centro Histórico y en la Tabacalera, por ejemplo, los propietarios de locales de comida han dejado de contratar rotulistas. Sobre la lámina se ven los restos de pegamento que dejaron los sellos de la alcaldía. Los locatarios hacen sus propios diseños o dejan los locales sin decoración. El tiempo ha hecho menos rentable este trabajo, pero como dice Quetzalcóatl Molina: “El oficio se extinguirá sólo si el comercio popular desaparece”.

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