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Oaxaca y UNAM son mucho más que dos palabras. Decir UNAM es evocar educación, nobleza, nación, autonomía, estructura fundamental de nuestra tierra, pilar de lo que somos y de lo que deseamos ser. Decir Oaxaca es mencionar cultura inmensa, gratitud, Guelaguetza; pero también mirarnos al espejo y asumir nuestra desigualdad insultante, nuestros múltiples rezagos exigiéndonos –con justa razón– superarlos.
Que ahora haya una Escuela Nacional de Estudios Superiores en Oaxaca es una noticia excelente, uno de esos actos capaces de transformar –para bien– la historia de todo un pueblo. De hecho, parte de esas obras fundamentales es la propia Fundación UNAM, sin cuya labor habría sido imposible mejorar la vida de millones de personas, porque con el trabajo de estos organismos se cambia el devenir de individualidades, sí, pero a través de ellos pueden modificarse, además, comunidades enteras.
Sin Fundación UNAM, muchos rezagos seguirían siendo surcos sin semilla alguna, pero hoy son –y esta afirmación es contrastable– verdaderos agentes de cambio social, frutos de esa siembra que hoy celebra más de tres décadas. En las páginas que conmemoran los 32 años de esta valiosa e indispensable institución, hemos podido leer a algunos de esos agentes mencionados, muchos de ellos de provincia, algunos de Oaxaca o Sinaloa, pero también del extranjero; ninguno sin una genuina gratitud por todo cuanto la UNAM les ha brindado y, a la par, les ha permitido brindar. Todos coincidimos en cuánto vale la pena dar y cuán necesaria es nuestra Fundación para seguir cosechando donde más hace falta.
En mi caso, como tutor externo del doctorado, exprofesor titular de la Facultad de Medicina, exalumno del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) y Puma de siempre, no tengo más que gratitud profunda, admiración sincera y compromiso pleno con nuestra gran Universidad, pues en ella he podido escuchar y aprender de las mejores personas, que lo son en la expresión más alta de este concepto.
Nuestros grandes maestros, colegas, estudiantes y todos quienes de alguna u otra forma construyen y constituyen nuestra UNAM, me han enseñado todo un camino de trabajo que para mí desemboca en distintas preguntas como las siguientes: ¿cómo y por qué es tan necesario fortalecer las relaciones entre neurociencia y derecho?, ¿para qué deberíamos prever los avances de las neurotecnologías y la inteligencia artificial?, ¿cuáles serán sus repercusiones periciales y, especialmente, de qué manera impactará en el ámbito de la salud mental y la psicopatología forense?, ¿por qué es imprescindible que la neurociencia aporte al desarrollo social? Es claro que éstas son cuestiones apenas iniciales y que responderlas –sabiendo siempre que de esas respuestas surgirán nuevas inquietudes– dependerá de las próximas generaciones de universitarios, algunas de las cuales quizá provengan de la UNAM-Oaxaca, con el apoyo invaluable de fundaciones como la que hoy celebramos. Seamos claros: no hay muchas asociaciones como ella.
He aludido desde el inicio a la UNAM-Oaxaca no porque yo haya tenido la fortuna de educarme en ella, pues cuando cursé los estudios de abogacía en la noble Facultad de Derecho de la UABJO, la Escuela Nacional que hoy existe aquí no era siquiera un bosquejo. En cambio, la menciono porque nací en Oaxaca y valoro muchísimo que la Universidad esté ya en nuestra tierra, y deseo que toda su aura ilumine los caminos que nos permitan superar las múltiples desigualdades que padecemos. Además, estimo que esta nueva sede es una magnífica promesa real para el país, que tanto las requiere en tiempos –ya añejos– de tantas atrocidades y desventuras. Digamos sólo una de ellas, con la que basta y sobra: la violencia. Frente a ésta, la educación; frente a la desventura, el compromiso de dar para que esta última cambie de infortunio a gracia.
Concluyo estas páginas con una consideración expuesta en un par de renglones que en buena medida provienen de aquellos años en la Universidad Complutense de Madrid y otras universidades españolas –como la de Salamanca, la de Barcelona, la de Baleares o la de Castilla-La Mancha–, el Instituto Max Planck y el Instituto Nacional de Ciencias Penales; pero que, sin duda, provienen también de aquellos tiempos en los pasillos, las aulas y las conferencias escuchadas y atendidas en el IIJ y las facultades de Medicina, Derecho y Psicología en Ciudad Universitaria: En mi opinión, las próximas generaciones habrán de estudiar Neurociencias para comprender múltiples fenómenos sociales que hoy nos resultan casi misteriosos y, para ello, será nuevamente indispensable el compromiso pleno de quienes, como en la Fundación UNAM, creen que otra realidad es posible y que nos corresponde lograrla.
Presidente del Museo Iberoamericano de Neurociencia y Derecho, MIND. Integrante del Grupo Técnico de Asesores en Investigación en la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones. Investigador titular C en el Instituto Nacional de Ciencias Penales