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Uno de los momentos más importantes de la vida de todo universitario es cuando recibe el resultado del examen de admisión a la UNAM; en mi caso se trataba de un sobre blanco pequeño que me otorgaba un lugar en el CCH Oriente. Es una oportunidad que no se debe desperdiciar y que exige a cada uno dar lo mejor de sí como estudiante.
Los tres años que transcurren en el CCH te enseñan a ser responsable de tus resultados académicos, toda vez que la escuela no demanda ninguna supervisión de los padres. También es posible elegir materias diversas sin restricción alguna, desde Biología hasta Filosofía, pasando por Estadística y Derecho, lo que permite a cada quien descubrir sus afinidades, que en mi caso eran las humanidades y las matemáticas, por lo que a la postre me incliné por la carrera de Economía.
Pertenecí a la generación 93-97 de la Facultad de Economía, cuyos integrantes cursamos la licenciatura en una época de transformación: recién llegados al primer semestre encontramos que la discusión sobre el cambio del plan de estudios estaba en su momento más álgido, y su posterior aprobación nos permitió contar con un programa actualizado y competitivo con otras instituciones.
También nos tocó vivir la inauguración de una nueva biblioteca, la cual brindaba espacios amplios y adecuados para el estudio; allí podíamos buscar los libros directamente en los estantes —hecho insólito— y eso, sin duda, hacía más provechosa y agradable la estancia.
De igual forma se transformó el Centro de Informática (el CIFE), en donde se podía trabajar en computadoras modernas que proporcionaba la propia escuela y donde por primera vez pude acceder a Internet.
A la postre, el Internet y las telecomunicaciones se han convertido en el área en la que me he desempeñado en mi vida profesional, hasta llegar al cargo que hoy ocupo, y en este trayecto he atestiguado que siempre hay un universitario contribuyendo con su grano de arena para que nuestro México avance, ya sea desde el sector público o el privado.
La UNAM me aportó herramientas que me permitieron ser competitivo en el ámbito laboral, así como en mis posteriores estudios de maestría.
Vistas las cosas en retrospectiva, no queda más que agradecer a todos mis profesores universitarios, en especial a aquellos que impartieron las materias más difíciles, no sólo por la formación recibida, sino además por la disciplina inculcada, los valores enseñados y la vocación por el servicio público.
Las vivencias que se tienen con quienes te acompañan en el camino y los lazos de amistad que se tejen hacen memorable el paso por la UNAM; ello es especialmente valioso dado el contexto de pluralidad de pensamiento y diversidad en los orígenes sociales de cada estudiante.
En esa heterogeneidad es que fui testigo de cómo gracias a las becas que les otorgó Fundación UNAM pudieron terminar la carrera muchos de mis compañeros con los mejores promedios.
Es así como Fundación UNAM cumple un propósito de gran relevancia al apoyar para que varios estudiantes logren continuar en el camino, especialmente en ese último tramo que suele ser el más largo.
Las becas que hoy ofrece Fundación UNAM se traducirán en los exitosos profesionistas de mañana.
Comisionado del Instituto Federal de Telecomunicaciones