En 1967, a los 18 años, arrojado por la violencia en Zanzíbar, hoy Tanzania, el escritor abandonó su patria y se instaló en Reino Unido, desde allí ha desarrollado una trayectoria en la academia y una carrera literaria que no deja de estar afincada en África y en las problemáticas que subsisten: el esclavismo, las relaciones interraciales, la migración, el sometimiento y la violencia, que define como consecuencias del colonialismo en el mundo contemporáneo, y las sabe el corazón de su literatura, desde ahí escribe y por ello se le concedió el y por su “conmovedora descripción de los efectos del colonialismo y la historia de los refugiados en el abismo entre las culturas y continentes”.

El autor de El desertor, A orillas del mar y La vida, después —todos publicados por Salamandra—, de visita en Ciudad de México en su camino hacia la Feria Internacional del Libro de Guadalajara —que inicia mañana— y donde él encabeza una nutrida presencia de más de 800 escritores de casi 30 países, habla con EL UNIVERSAL de su literatura tan arraigada en los problemas de África, y en especial de Zanzíbar, pero que no lo hace desde la añoranza, sino para intentar comprender la naturaleza humana. Tiene esperanza en la humanidad y no deja de sentirse un extranjero aún cuando lleva más de 50 años en Reino Unido, tampoco deja de sentir culpa por la gente que se quedó y a veces se plantea si debió quedarse.

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Hay una frase entre escritores que dice: “Infancia es destino”, ¿eso nutre su literatura y lo hace idealizar Zanzíbar?

No sé si la infancia sea destino, pero las memorias de ese periodo son más fuertes que muchas memorias que vienen después, de alguna manera son formativas, pero por otro lado, lo pienso desde mis hijos, he visto cómo fueron hasta los 18 años, luego se salen de la casa y van a la universidad y cuando regresan no los reconoce uno, son diferentes personas, son independientes, con sus propias mentes frescas, es su memoria de crecimiento. Así que uno descubre cosas, pero la memoria de las épocas previas forma lo que uno hace, pero no creo que sea destino, creo que es algo muy importante con lo que uno aprende a navegar la vida.

Fue arrojado de su pueblo por la violencia, ¿escribe desde la añoranza, carga con Zanzíbar a su espalda?

No, no exactamente. Yo quería entender dos cosas, esto de que cuando alguien se va es una experiencia singular, pero también de que uno se vuelve un extranjero, sobre todo cuando uno sale de su casa siendo adulto, cuando ya tiene memorias. Es entonces cuando se siente un extranjero y hay que aprender a vivir en ese nuevo lugar, en especial si es un lugar muy lejano, pero también hay que aprender a estar cerca de lo que ha dejado atrás, hay que reevaluarlo y hacer que sea algo con lo cual puedas vivir.

Uno siente culpa si sale por dificultades porque está dejando a otros en esas dificultades, entonces uno piensa sobre qué están haciendo ellos y cuáles fueron los verdaderos problemas. Toda la vida uno está pensando ¿qué puedo hacer desde acá?, ¿qué estoy haciendo bien?, ¿hice lo correcto allá?, no es solo pensar “estoy bien ahora”. Es una negociación entre los diferentes hogares.

¿Se ha sentido un extraño?, ¿se asume parte de otros migrantes y desterrados?

Sí, muchas veces me siento como un extranjero, aunque tengo mucho orgullo, siento orgullo por ser un extranjero, he hecho una vida en Inglaterra y contribuido a Inglaterra, he sido profesor, he enseñado a los alumnos cosas que creo que tal vez no hubieran sabido sin mí. Me gusta pensar que soy un extranjero obstinado que no quiere dejar de ser un extranjero. Me gusta ser un extranjero, pero a la vez un local.

Se regresa al pasado para entender el presente ¿hemos aprendido como humanidad?

No totalmente, pero aprendemos todo el tiempo, como en pequeñas partes, uno aprende porque es relevante la experiencia, algo pasa y dices: “Ah, esto ha pasado antes, ya pasamos por este camino”. Uno escucha cierto idioma o cierto lenguaje de los extranjeros y pensamos “ya hemos estado aquí”, o temas como el género o las diferencias. Como sociedad humana parece que vamos en círculos y cada vez que regresamos somos un poquito más nobles, cada ciclo significó que somos más tolerantes que el previo, no matamos a la gente tan fácilmente o legalmente como antes, pero seguimos matándonos. Somos muy lentos para aprender y tenemos que regresar y hacerlo de nuevo.

¿Hemos aprendido a redefinir conceptos como esclavismo, colonialismo, violencia?

Sí, lo hemos hecho, tal vez no ha sido posible persuadir el entendimiento popular sobre todas estas cosas, pero muchas sí. Estoy muy seguro que cuando yo llegué por primera vez a Inglaterra en 1967 había gente que no había pensado acerca del Imperio, del colonialismo o acerca de la esclavitud, la manera que entendían la esclavitud es que eran los ingleses que la habían abolido, tenían mucho orgullo, no se acordaban que fueron los que iniciaron el comercio de esclavos cruzando el Atlántico.

Ahora sí ya recuerdan, pero no significa que todos lo saben o lo entienden, pero hay muchos estudiantes en las universidades y muchos de nosotros hemos contribuido a hacerlo saber a través de las clases, es un tono muy diferente cuando se habla de estas cosas o de conflictos que están ocurriendo en otras partes del mundo, así que hemos avanzado en ese sentido. El mundo se ha convertido en un lugar más pequeño, antes era un lugar muy pequeño pero lo único que importaba eran ellos mismos, ahora es más pequeño porque entienden lo que está ocurriendo, los derechos civiles en Estados Unidos, eso fue una contribución muy importante para entender la esclavitud o el Apartheid en Sudáfrica, se entendieron las consecuencias del colonialismo y sin embargo ahora tenemos a Israel contra Palestina que nos está forzando a entender cómo la violencia parece estar bien si se puede justificar con un nacionalismo épico. De esta manera el mundo se ha convertido en más pequeño cuando entendemos lo que ocurre en otros lugares y nos importa y tenemos opiniones acerca de eso y vamos a manifestaciones para decir: “esto es injusticia”, “esto está mal”. Es un avance.

¿Nos hemos vuelto más radicales en estos nacionalismos contemporáneos?

Tal vez, pero antes no había entendimiento de ningún otro lado, era autosatisfacción: “Nosotros estamos bien”, “somos personas buenas”, “no tenemos vergüenza, tenemos orgullo”. Ahora es más inestable, ahora es como autojustificación, autodefensa, esto seguro que lo saben en diferentes partes de Latinoamérica y en México; también defendiendo lo que claramente es un equilibro de poder injusto, dicen: “todos somos humanos, pero no tan humanos como nosotros”, así que la gente le puede molestar eso, pero si uno reflexiona, muchas personas inteligentes entienden que hay algo que entender y sentir vergüenza también o por lo menos tener responsabilidad de algo y esto es un paso muy importante hacía una posición moral.

¿En qué finca su esperanza en la humanidad?, ¿es optimista con respecto a las sociedades de este siglo XXI?

Sí, soy optimista porque si uno piensa en cualquier época de la civilización humana y junta a personas inteligentes para platicar y todo mundo piensa que esta es una catástrofe, que es la peor época, pues estaremos repitiendo lo mismo; por supuesto creo que vamos a librar estos obstáculos.

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