En el Templo del Señor Santiago Apóstol en Marfil, Guanajuato, Dan Zhu, violinista de la República de China, y el pianista francés, Julien Quentin, presentaron "Brahms: La voz íntima. Tres sonatas para violín y piano", en el marco del 51 Festival Internacional Cervantino.
Zhu está al frente; Quentin, de perfil. Se preparan. El programa abre con la Sonata núm. 1 en sol mayor, Op. 78, Regensonate, en la que es notoria la capacidad de Zhu, quien recientemente se presentó con la Sinfónica de Boston en el Festival de Tanglewood, al momento de alcanzar la intensidad emocional de Brahms.
Lee también: Beatriz Gutiérrez Müller sube de nivel como miembro del Sistema Nacional de Investigadores
También hay algo curioso al ver la imagen del músico —con el violín enterrado entre la clavícula y la mandíbula, solemne y concentrado como si él mismo fuera parte de las piezas— y los crucifijos, las Vírgenes, íconos religiosos a su espalda.
Cuando llega el turno de la Sonata núm. 2 en la mayor, Op. 100, Meistersinger, el violín calla y el piano se abre paso, dejando huellas graves hasta que las cuerdas pueden reaparecer y completar lo que se vive a través del piano. Cada que el instrumento vibra, cada que el violín canta, la música se vuelve por sí misma una danza.
Lee también: ¿Quién fue Mictecacihuatl, la llamada señora de la Muerte y reina del Mictlán en el mundo mexica?
En la primera pausa, los dos se levantan —Zhu sostiene el violín con las manos—, se abrazan, se inclinan para recibir el aplauso del público, y así lo harán en cada intermedio. Continúan con la Sonata núm. 3 en re menor, Op. 108. En esos pequeños lapsos donde el violín no suena, Zhu sonríe, mientras el pianista —hombre ágil, de manos ingrávidas— encarna los arrebatos de Brahms. Los dos saben ser vehículo de las emociones del genio alemán: el violinista es febril, a la manera de quien tiene la voluntad de desvanecerse en el propio trabajo. Se atisban esas zonas demasiado breves donde el compositor alcanza cierta ambigüedad, una vía paralela hacia la introspección.
El dúo se levanta, recibe aplausos y el ritual se repite. Sonríen porque con su homenaje tocaron un pedazo del alma de uno de los músicos más intempestivos que ha existido.
Lee también: El tramo Sumidero-Fortín de las Flores del Ferrocarril Mexicano es declarada Zona de Monumentos Históricos