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Un Martín Caparrós caricaturizado, con un gran bigote francés y un pastel en las manos, recibe el soplo de un mundo que festeja una nueva edad. Es la ilustración que compone su columna visual “Ay, futuro”, publicada en el diario El País. Esa imagen sirve a su vez para ilustrar el sentido de Martín en su nuevo libro El mundo entonces (Random House, 2023) —donde cincela algunos textos publicados en el diario español—: un recorrido por la lógica contemporánea, la vida actual de las sociedades, sus formas de organización y de interacción, los acontecimientos que sacuden a millones de sus habitantes, a veces para avistar si no varias, la posibilidad de un futuro o la renuncia hacia otro.
Respaldado por datos duros e historias ordinarias que encontró aquí y allá durante sus viajes encomendados por una agencia de las Naciones Unidas, este libro es un intento de sintetizar el mundo en que vivimos, un intento ambicioso que abre el camino a infinidad de lecturas e interrogantes. Partamos de la que realiza en su columna: “¿Qué edad es nuestra edad?”, se pregunta Caparrós (Buenos Aires, 1957). En El mundo entonces cede su olfato e instinto periodístico a una historiadora del siglo XXII para contarnos lo que parece el epílogo de nuestra era, examinada por los lentes de este personaje innombrado, propio del recurso narrativo que tiene dos funciones para Martín: admirar este presente y soltar pistas a manera de rompecabezas para inquietar al lector; por ejemplo, la narradora refiere que la IA pudo haber realizado su investigación histórica.
Desde su estancia en Madrid, Caparrós conversa sobre este manual de la historia que dota al lector de “suficiente perspectiva para mirarla de otra manera”, para comprender el curso de modelos políticos y sociedades organizadas al amparo de la democracia, ese sistema occidental que hoy cojea de una pierna. “Por no ser otra cosa aparte, diferente, es difícil detenerse a considerar el presente”, comenta. De ahí que Caparrós ensaye con el tiempo, al que conoce en su faceta de explorador que no deja de sorprenderse. Lo hizo con Ñamérica (2021), donde dio un salta amplio al pasado de este continente colonizado, para avanzar mucho más adelante y deconstruir la historia de Latinoamérica, sin recaer en las figuras dictatoriales de hace menos de dos siglos; ahora, en El mundo entonces, el salto es a la bruma que es el futuro para retroceder con clarividencia y guiarnos, así, en el trance de la historia de la humanidad.
Su historiadora vive en el siguiente milenio y en el libro hay un apartado “Sobre cómo los jóvenes imaginaban el futuro”. ¿Qué hay en ese futuro? ¿Cómo lo imagina?
Este no es un libro sobre el futuro, pero a veces me divierto dando pistas que consisten en sorprender a la historiadora cuando mira nuestro mundo. Entonces alguien dice: “Ah, sí esto la sorprende, es que en su mundo no ha de ser tan común”. Lo que sí creo es que vivimos en una época que no consigue, justamente, imaginar un futuro a escala social que nos atraiga y, por lo tanto, si no lo podemos constituir como promesa, porque no pensamos un mundo por el que valga la pena trabajar, construirlo, se convierte en una amenaza. Miramos al futuro en términos hostiles, sea desde lo demográfico, ecológico o político; y ahora, el único lugar que contaba con nuestra expectativa, el espacio de la técnica, hemos conseguido tenerle miedo también: ¡vaya a saber lo que nos va a hacer la Inteligencia Artificial! Ya hemos completado todos los miedos del porvenir. De modo que es muy difícil vivir sin un proyecto de futuro. Sucede cada tantas generaciones que un proyecto se concreta o se deja de lado y se tarda en elaborar el siguiente. Estamos en un momento en el que no hemos elaborado un nuevo proyecto.
¿Qué nos impide atender la elaboración de un proyecto?
El problema principal de este mundo es la desigualdad espantosa de la que, muchas veces, ni nos damos cuenta. Pasamos por alto que un cuarto de la población no tiene acceso al agua corriente, debe ir con una cubeta a buscar el agua recorriendo kilómetros de distancia. O las millones de personas que no comen lo suficiente. Esa idea del futuro que queramos realizar tendrá que moderar esa desigualdad todo lo posible. ¿Cómo se hace? No se sabe, es un lío, porque los intentos que hubo en 1962, en general, se pervirtieron y dieron lugar a dictaduras. Yo querría que hubiera una forma moral de la economía: sociedades donde todos tengan lo necesario y nadie tenga más de lo que necesita. No sabemos cuál es la forma política con la que podemos materializarla.
¿Son los modelos políticos los que deben reedificarse o la democracia?
La democracia en este momento está en una crisis grave en la mayoría de los países democráticos. Era una aspiración para muchos países donde no la había. De chico me tuve que ir de la Argentina porque se instaló una dictadura y en ese entonces recuperar la democracia era una esperanza. Y como decía Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático elegido en 1983: con la democracia se come, con la democracia se cura, se educa… Muchos de nuestros países llevan 40, 50 o más años de democracia y hay mucha gente que ni come ni se cura ni se educa, gente que ha nacido en democracia y no tiene la vida que merece; no tiene por qué estar a favor de un régimen que no es más que la forma de organizar una sociedad donde quienes la componen viven en malas condiciones. Pero luego, ante esto, aparecen propuestas cada vez más antidemocráticas que tratan de establecer regímenes autoritarios. Para que alguna forma de democracia vuelva a funcionar, debe convencer a millones que con ella se come, se cura y se educa.
Creemos que el hambre en África corresponde exclusivamente a los gobiernos de allá, cuando fue un territorio saqueado.
Martín Caparrós, escritor y periodista
Hay una avance tecnológico aceleradísimo y sin embargo sigue existiendo la desigualdad, ¿por qué?
Porque no nos importa. Uno de los grandes hechos que la historia no registró, y sucedió entre 1970 y 1980: el momento en el que el mundo, por primera vez, fue capaz de colmar el hambre de todos sus habitantes gracias a la capacidad de procesos técnicos en la agricultura. Ya no hay más excusa técnica, pero se producen alimentos para mercados concentrados que pagan más que el propio campesino.
¿Es un desinterés social o institucional? Con la pandemia muchos unieron esfuerzos para frenarla.
Es un desinterés colectivo que produce desinterés institucional. La pandemia le podía tocar a cualquiera, en cambio el hambre, no, les toca a otros, probablemente ni tú ni yo pasemos hambre; la gente a la que le pasa es distante. La única forma de que las instituciones se ocupen de la hambruna sería que sus ciudadanos se los exigieran, que si un presidente de Estados Unidos no se compromete con resolver la falta de alimento en África, no lo vota nadie. Creemos que el hambre en África corresponde exclusivamente a los gobiernos de allá, cuando fue un territorio saqueado. El hambre hay que considerarla como un asunto propio.
Alberto Fernández realizó una campaña contra el hambre en Argentina que no terminó bien. Usted estuvo ahí. Los diarios locales reprodujeron después sus palabras y señalaron que pidió disculpas por “estar del lado equivocado”.
Me malinterpretaron. Hice un chiste, pero hay muchos medios que son impermeables a los chistes, además de tendenciosos, no tienen humor. Lo que dije fue que estaba del lado equivocado de la mesa, en una conferencia de prensa en la Casa Rosada sobre la campaña contra el hambre, y yo, en lugar de estar donde siempre había estado: en el lado los periodistas, estaba con los funcionarios.
Hay una consigna ecologista que es falsa, que es esto de salvar el planeta. El planeta está bárbaro (...). Lo que está en juego es nuestra posibilidad de vivir en él
Martín Caparrós, escritor y periodista
No sólo falló la campaña, sino que ahora hay miles de argentinos que pasan hambre…
Con Fernández parecía que había una iniciativa verdadera, ir en serio. Había sido constituido presidente y fui a invitación del gobierno porque Fernández había dicho que se inspiró en mi libro El hambre para lanzar esta campaña. Tuvimos una charla previa. Pero después de ese lanzamiento, no hubo más. Vino el verano y luego la pandemia y todo quedó disuelto. Hicieron lo habitual: regalaron unas tarjetas con monedero electrónico cuando la idea de la campaña era huir del asistencialismo, que la gente no dependiera de la limosna gubernamental. Pero Argentina es un buen ejemplo de por qué hay hambre. La Argentina produce alimentos para satisfacer a los 45 millones de argentinos; en lugar de eso, los alimentos producidos son para los chanchos (cochinos) chinos. La plata es lo que manda. Ahora con el deleznable de Milei lo que se está haciendo es quitar los pocos subsidios del Estado para los alimentos, los comedores comunitarios, las escuelas donde los chiquilines que iban a la escuela y comían ahí, regresan a casa con hambre, una cosa lamentable.
Mirando los datos del exceso demográfico y la crisis ambiental, ¿sigue pensando que el ecologismo es una causa conservadora?
Yo tuve cierto problema con el ecologismo hace 15 años. Estaba indignado con el hecho de que un problema como el cambio climático, ciertamente válido pero susceptible a manifestarse en el futuro, tuviera mayor espacio y resonancia que problemas presentes como las muertes por inanición. Los ecologistas, con toda razón, lograron convencernos de que la degradación del medio ambiente nos atañe a todos. Hay una consigna ecologista que es falsa, que es esto de salvar el planeta. El planeta está bárbaro, se va a salvar perfectamente. Lo que está en juego es nuestra posibilidad de vivir en él.
Pascal escribió que “todos podemos soñar un mundo mejor”. Y en Cándido, Voltaire ironiza que este es el mejor mundo. La constante de pensar y repensar el mundo.
Para Voltaire, el doctor Pangloss fue una caricatura de la gente que se conforma con cualquier situación. “Estamos bien en el mejor de los mundos posibles”, dice. No sólo vale la pena querer cambiar el mundo, sino además, no hay manera de que el mundo no cambie, no es una decisión de cada quien, el mundo no puede detener su ritmo, la historia sigue adelante, a veces en direcciones que nos gustan más. Pienso que cada sociedad tiene la fantasía de que es la única posible, no va a haber otra después. Ahora nos parece que el capitalismo es la forma indivisible de organización, pero las maneras de organizar que se establecieron en el pasado surgieron y terminaron. Ya que el mundo va a cambiar, ¿cómo puedo colaborar para que ese cambio vaya en la dirección correcta?
¿Hay que fijar la atención en lo que dijo Fernando Savater sobre la inclinación “panfletista” de El País en el gobierno de Pedro Sánchez? ¿Qué opina de su salida del diario?
En la sección de opinión del diario hay gente a favor del gobierno de Sánchez y gente en contra, entre ellos Fernando Savater, quien fue crítico desde hace seis años. El tema es que fue insultante con sus compañeras de trabajo, habló mal. Dijo que las mujeres que había en El País eran estúpidas. Tiene sentido que le dijeran: si te parece que este lugar es así, no queremos que sigas en él. Por el lado de Savater no me sorprendió y ni siquiera tuvieron que despedirlo, como colaborador cesaron de solicitarle sus columnas; y a Savater le sorprendió menos todavía porque estaba provocando todo el tiempo. En cuanto al periódico, no me parece que sea un propagandista del sanchismo, está más cerca del Partido Socialista que de otras opciones, además, aquí la alternativa al gobierno de Sánchez es una en el que participa la derecha más ultramontanade la que se puede pensar, que es Vox, que participa en el gobierno del Partido Popular, personas que se unen al sanchismo, las cuales, si lo ves, no lo harían si no fuera para impedir que Vox llegue al poder, lo cual sería una catástrofe.
Y sin embargo, Savater critica que la “izquierda logra todo lo contrario a lo que se persigue con sus medidas políticas, mientras la derecha ha conseguido las más competentes sociedades democráticas”.
No me interesa opinar de las ideas de un señor que desde hace mucho tiene una posición cerril, pero te aclaro que la coalición de izquierda está teniendo buenos resultados económicos y sociales. España ha crecido más que la mayoría de los países europeos, tiene más personas empleadas que nunca en su historia, el salario mínimo creció 40%. No es ni de lejos la sociedad que querría, pero sin duda le está yendo mejor que a la gran mayoría.