Entre 2012 y 2014, Veracruz vivió bajo el terror de las desapariciones forzadas y asesinatos a periodistas, una barbarie que cobró la vida de reporteros como Rubén Espinosa Becerril o Regina Martínez y que quedó totalmente expuesta cuando en 2016 un grupo de madres buscadoras halló decenas de fosas clandestinas en un predio cercano a un fraccionamiento del puerto de Veracruz.
En Cocodrilos (BUAP/Sial Pigmalión, 2024), la escritora Magali Velasco Vargas (Xalapa, 1975) vuelve a esos años y crea, desde la ficción, un relato negro y estremecedor de esas atrocidades que atraviesan todo el país.
En esta historia, el fotoperiodista Santiago Becerril busca resolver el asesinato de su mentora y amiga, Amanda González, una periodista incómoda para el poder por sus investigaciones sobre desapariciones forzadas y las implicaciones de las autoridades. Con ayuda de su novia, una entusiasta arqueóloga, Santiago sigue pistas hasta ver cara a cara el horror que se oculta en cientos de fosas clandestinas.
Cuentista y profesora en la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana, doctora en Études Romanes por la Universidad Sorbonne de París, Velasco Vargas ya había explorado desde la academia las manifestaciones discursivas que abordan el impacto y las formas de la violencia sistémica en el país en su libro Necronarrativas en México. Discurso y poéticas del dolor (COLSAN, 2020), pero su inquietud por el tema la llevó a esbozar esta novela que nació junto a su adaptación cinematográfica.
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Cocodrilos, la película, es dirigida por J. Xavier Velasco, hermano de la autora, y tendrá su estreno internacional en el 41 Festival de Cine Latino de Chicago el 6 y 8 de abril. Arcelia Ramírez, Hoze Meléndez, son algunos de los actores en la cinta.
Mención honorífica en el 4° Concurso Iberoamericano de Novela Ventosa-Arrufat y Fundación Elena Poniatowska Amor, la novela intenta poner rostro a una barbarie que en el día a día sólo se mide en números.
“La literatura obliga a detenerte, a que no veamos las situaciones en números. ¿Qué historias hay detrás de esos 400 pares de zapatos hallados en Jalisco?. Creo que la literatura tiene esa gran capacidad para imaginar y ponernos en esos pares de zapatos”, comentó la autora durante la presentación de su novela, el pasado 14 de marzo, en la IV Feria Internacional del Libro de Coyoacán, la misma tarde en la que en el Zócalo de la Ciudad de México se llevaba a cabo una vigilia por los desaparecidos, tras el hallazgo de restos óseos y prendas de vestir en un rancho en Teuchitlán, Jalisco.
En entrevista, la autora habla de esta novela que invita a mirar de cerca la crueldad de las desapariciones forzadas y las fauces de los cocodrilos del poder.

¿Cómo fue el proceso de escribir la novela y hacer la escaleta para la película de tu hermano?
Comenzamos a crear la historia juntos. Mi hermano es director de cine y escribe guiones, me pidió hacer la escaleta. La idea de ambos fue tener a un periodista como protagonista para hablar de los asesinatos en el gremio en Veracruz, lo cual refleja todo lo demás. Son dos historias que tienen la misma línea temática, pero que se resuelven de manera diferente.
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En la presentación del libro decías que se inspiraron del caso de Rubén Espinosa, el fotógrafo, pero en tu novela el personaje de la periodista recuerda a lo que le sucedió a Regina Martínez, incluso la forma del asesinato y lo que se dijo de ella.
De hecho, fueron dos casos los que inspiraron la historia, el asesinato de Regina, que ocurrió en Xalapa y que nos cimbró, así que justo el personaje en la ficción, Amanda, está inspirado en ese perfil, lo que se dijo sobre su asesinato, que había sido por una cuestión de género, que porque era lesbiana y todos esos elementos de intimidación. También está Nadia, la activista y estudiante de la Universidad Veracruzana que asesinaron junto con Rubén. Fui localizando toda esta información a través de las notas periodísticas sueltas y traté de concentrarlas en estos dos personajes, Santiago y Amanda.
Sobre los personajes, la dupla Santiago y Daniela es interesante no sólo por su relación sentimental, sino por sus oficios: un periodista que quiere sacar a la luz la verdad, que desentierra con sus propias manos cadáveres y la arqueóloga que busca tesoros en el fondo del mar. ¿Cómo desarrollaste esta correlación?
Veracruz es un lugar mítico, con capas de historia que datan desde la precolonia. Fue la puerta de entrada del "viejo mundo", muelle de despedida para los viajeros y de bienvenida de inmigrantes. Por esto mismo, me pareció simbólica la presencia de una arqueóloga que con toda la pasión de la profesión explora los tesoros enterrados o perdidos en el fondo del Golfo. Esas piezas narran batallas, derrotas y muertes, son un recordatorio de nuestra fragilidad, pero también de lo perdurable de la memoria cuando se le honra y resguarda. Y en este punto, la escritura de periodistas y el trabajo de los colectivos que buscan a sus seres amados, convergen: traer a la luz la verdad.
En la novela, Santiago, el protagonista, recuerda a una madre buscadora abrazando el cráneo y los restos de su hijo recién encontrados, como si fuera un recién nacido…
Y eso yo lo leí del testimonio de una madre que decía, ‘es que yo sé que es mi hijo’. Es una conexión impresionante lo que viven estas mujeres y los padres que están también ahí. Yo lo leí, me impactó mucho y dije: ‘Eso tiene que quedar en la novela’. Además, ellas dicen siempre ‘vamos a traer a la luz a nuestros seres amados’, que es cuando los encuentran y pueden darle una sagrada sepultura y todo lo que ellos ameritan. Es como dar a luz otra vez. Para nosotras que somos mamás es tremendo, impensable.
Y justo ¿cómo atravesó tu experiencia como madre el proceso de documentación que hiciste para armar esta historia o la escritura misma?
Son temas muy sensibles. Mi hijo es un adolescente y pensarlo es tremendo. Soy maestra y me tocó unos años en los que las edades de los desaparecidos eran las de mis alumnos de universidad, había un terror tremendo. Es inevitable no crear empatía con todo esto porque viene desde el terror y desde el pensar qué haría si me pasara o si yo estuviera ahí. Hubo otra situación, en pleno centro de Xalapa asesinaron a la hija de Esther Hernández Palacios, una maestra mía; la iban a secuestrar con su esposo, los mataron y fue el narco. Creo que la mayoría creamos una sensibilidad a todas esas situaciones que, lamentablemente, no son específicas de Xalapa ni de Veracruz, sino de muchas partes de nuestro país y son historias que se repiten.
¿Y se aprende a vivir en un entorno tan violento?
Creo que no se aprende, se sobrevive. Y, desgraciadamente, se va uno habituando. Hablamos de la domesticación de la violencia y su aceptación en nuestras propias vidas. Viví 5 años en Ciudad Juárez y para mí fue como un primer contraste de otro México, diferente a Xalapa, que nunca dejó de ser violento, pero después lo vas integrando al paisaje y, de pronto, te das cuenta que eso no es correcto. Cuando vas a otro lugar y dices: ‘Ah, caray, estoy caminando por estas calles y no tengo miedo’, te das cuenta que es un derecho poder caminar sin miedo, que es un derecho no vivir bajo amenaza.
Veracruz nunca ha sido tranquilo, jamás en su historia, pero Xalapa se mantenía como un bastión y de pronto ocurren estas cosas a las que no estábamos acostumbrados y vino una parte de resistencia porque la sociedad hace muchas marchas, yo marcho desde que estoy en la panza de mi mamá. Hay una resistencia para decir que esto no está bien, aunque todo nos sigue rebasando. Ahorita hay otra situación, acaban de hacer un atentado contra el derecho a las artes y la cultura porque la gobernadora fusionó turismo con cultura en una misma secretaría y esto es un grave error. Los políticos siguen sin creer que el arte y la cultura salva vidas. Si lo que tenemos es un problema de descomposición social, el arte y la cultura sí puede ser un espacio de rescate para los jóvenes, pero no lo ven así, no quieren invertir en eso.
Dices que la literatura quizá no pueda hacer justicia a los desaparecidos o sanar todo ese dolor que estamos viendo en Jalisco, por ejemplo, pero ¿qué sí puede hacer?
Lo que a mí me encantaría es que se leyeran estas historias, que se compartieran. Por lo pronto, yo haré una donación de libros al grupo Solecito de Veracruz. Como autora, quiero donarlos, quiero que este libro pudiera servir de pretexto para volver a hablar de estos temas.
Con lo sucedido en Jalisco, hay gente que se pregunta por qué no se sabe tanto de esta situación, pero las madres buscadoras encuentran fosas clandestinas todos los días. ¿Qué tan minimizado crees que está el trabajo de estos colectivos?
Terrible. Lo que yo sabía al investigar, por ejemplo, es que ellas tienen acceso a esta información a través de gente que logra escapar y da testimonio. En la novela hay una pista que se da y se deja en una iglesia, que han sido puntos importantes para compilar información; por miedo a que los vayan a agarrar, salvaguardan los testimonios en las iglesias. Lo que es terrible es que las madres llegan con esta información a las procuradurías y simplemente les cierran las puertas, batallan por todo, hasta tienen que comprar el papel para los oficios porque les dicen que no hay o que no hay tinta; con sus propios recursos tienen que hacerse de todas las herramientas para hacer las excavaciones.
Yo me preguntaba por qué las procuradurías o Semefos no les apoyan y es que están rebasados. El proceso de un cuerpo encontrado implica no sé cuántos kilos de papelería, de burocracia y, como toda la estructura no sirve, no quieren más cuerpos, no quieren procesar. Eso por un lado. En el otro lado tienes a las autoridades coludidas con el crimen organizado.