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Cuando la mamá de Adania Shibli tenía quince años, fue forzada a abandonar su hogar. La Nakba, como se le denomina al éxodo palestino, ha sido uno de los acontecimientos humanitarios más desoladores para el pueblo árabe y del mundo, como consecuencia de la guerra árabe-israelí de 1948 fueron expulsados y destruidos más de 500 pueblos palestinos. Sin embargo, para Adania, este momento de su historia lo ocupa el silencio pues sus padres callaban al recordarlo. En su lugar solo hubo historias de ficción, cuentos que su madre le contaba a ella y a sus hermanos, en la granja de olivos y almendras en la que creció.
Con el tiempo, Adania siguió encontrando ese silencio en otras personas, en los mapas de geografía, en las señales de tránsito, y recientemente en los premios literarios. Pero en ese mismo silencio ha encontrado su pluma.
Adania Shibli nació en 1974 en la aldea de Shibli-Umm al Ghanam, en la baja Galilea, al norte de Nazaret, un microcosmos donde residen las tres religiones en el Estado de Israel. Y aunque pasó su infancia entre cabras e historias, siempre sintió el peligro y el estigma de ser palestina. En los años 80, fue forzada a cambiar su apellido por una política del gobierno israelí. Aprendió a callar con su voz, pero a los nueve años, gracias a un regalo de su hermana, empezó a escribir y a leer poesía.
Hoy es escritora, dramaturga y ensayista. A los 25 años estudió su maestría en la Universidad Hebrea de Jerusalén. A los 35 obtuvo un doctorado en Estudios Culturales por la Universidad de East London. Fue becaria posdoctoral en el Instituto de Estudios Avanzados de Berlín y fue profesora en la Universidad de Nottingham (2005-2009). Habla seis idiomas —árabe, inglés, hebreo, francés, coreano y alemán—, pero sólo escribe en su lengua natal. Fue parte de las Beirut39, un grupo de 39 escritores árabes menores de 40 años elegidos por la revista Banipal y el Hay Festival. Es la primera autora en lengua árabe publicada por la mítica editorial británica Fitzcarraldo y, desde 2013, trabaja como profesora en la Universidad de Birzeit.
Ha recibido el Premio a los Jóvenes Escritores de Palestina por sus dos primeras novelas, Masaas (Touch, al-Adab, 2002) y Kulluna Ba’eed Bethath al Miqdar ’an al Hub (Todos estamos igualmente lejos del amor, al-Adab, 2004), pero su novela más reconocida es Un detalle menor (2017), publicada en español por la editorial Hoja de Lata.
El libro presenta dos historias: la primera recoge el relato de una violación y asesinato de una joven palestina por una unidad militar de Israel, desde la óptica de una versión militar, un año después de la Nakba. La segunda parte es la historia —en primera persona— de una mujer palestina, que al encontrar esta historia en un periódico, cruza la frontera desde Ramala hasta Tel Aviv para descubrir la verdad de la víctima.
La novela fue nominada al National Book Award (2020), International Booker Prize (2021) y la ha convertido en una de las escritoras palestinas con mayor reconocimiento en el mundo. Sin embargo, el año pasado, cuando iba a recibir el LiBeraturpreis durante la 75 edición de la Feria del Libro de Frankfurt, el premio fue suspendido. La novela fue señalada en algunos espacios de antisemita, pero en palabras del director de la Feria, Juergen Boos, se tomó la decisión en “solidaridad con Israel” tras los ataques del grupo paramilitar Hamás el pasado 7 de octubre de 2023 al Estado judío.
La situación suscitó un escándalo internacional que le costó a la Feria del Libro más grande y reconocida del mundo la crítica por parte de 600 escritores, entre los cuales estuvieron tres premios Nobel de Literatura (Annie Ernaux, Olga Tokarczuk y Abdulrazak Gurnah), entre muchos más. Han pasado más de 100 días desde el comienzo de la guerra y, desde entonces, la escritora se ha abstenido de hablar en público al respecto.
¿De qué se trata la consciencia del “borrado lingüístico” que experimentó en su infancia?
Antes de empezar el primer curso, compré un atlas mundial como parte del material escolar. El profesor no lo exigía, pero yo quería tenerlo como señal de que me iba a la escuela y me hacía mayor. Cuando volvimos a casa, me quedé hojeando sus páginas, mirando los diferentes territorios del mundo dibujados sobre ellas. Mi hermana mayor me iba señalando los continentes, océanos y países, todos con sus nombres extendidos sobre ellos. Cuando llegamos al lugar donde se suponía que estaba la palabra “Palestina”, no aparecía. En su lugar, aparecía “Israel”. Esa fue la primera experiencia personal de la traición del lenguaje, a través de este habitual y despreocupado borrado lingüístico.
Cada vez que veo un mapa, me dirijo al lugar donde se supone que está Palestina, y a menudo sigo sin encontrar la palabra Palestina
Adania Shibli, autora palestina
¿Y cómo entiende eso una niña?
Por aquel entonces, yo tampoco era consciente de los acontecimientos históricos que condujeron a eso en el atlas, el silencio envolvía las vidas pasadas de mis padres, que experimentaron el borrado palestino tal y como se desarrolló en la vida real, y no en un atlas como yo. Pero aún así, recuerdo esta tristeza que me envolvió y que era diferente de cualquier tristeza que hubiera experimentado hasta entonces como niña, dándome cuenta a una edad muy temprana de que incluso el lenguaje te puede abandonar. Hasta hoy, cada vez que veo un mapa, me dirijo al lugar donde se supone que está Palestina, y a menudo sigo sin encontrar la palabra Palestina.
Usted ha dicho que su primera experiencia con las historias fue en la finca de su lugar de origen. Dicen que era de las que sacaba libros a hurtadillas en los campos, y permanecía más con los animales que con sus padres. ¿Qué es lo que más recuerda de esta época?
Mi relación y fascinación con el silencio empezó a raíz de que me aterrorizara lo buena narradora que era mi madre, precisamente esta madre que nunca pronunció una sola palabra sobre su experiencia de la Nakba, que empezó a desarrollarse cuando ella tenía 15 años. No importaba qué obra maestra de la literatura estuviéramos leyendo nosotros, sus hijos, cuando empezaba a contar una historia, la dejábamos y corríamos hacia ella. No siempre nos contaba cuentos, era peor que Scheherazade. Scheherezade contaba cuentos todas las noches, mi madre contaba un cuento cada pocas semanas o meses, y sólo cuando no había electricidad, o cuando cedía a nuestras súplicas para contarnos un cuento. Sin embargo, siempre se detenía, como Scheherezade, en un punto álgido de suspenso, donde teníamos que esperar semanas, meses, para que se reanudara. Y, como narradora, volvía a contar la historia, pero de forma ligeramente distinta a la anterior, convirtiéndola en una nueva historia.
¿Qué más recuerda de las historias de su madre?
A veces le rogábamos que nos dijera cuál de los personajes de su historia era cada uno de nosotros. Siempre sentí que representaba a los personajes secundarios, a un animal abandonado, a un transeúnte o a alguien que había perdido algo. Estaba claro que el protagonista de cada una de estas historias nunca era yo. Al escucharla contar estas historias, cada vez me quedaba hechizada por cómo una historia puede partir del silencio, de la nada, y luego volver al silencio, a la nada. Y también me fascinaba cuando una palabra se repetía, o alguien no cumplía su palabra, o la respetaba. Con estas historias aprendí a actuar éticamente, como si todos esos personajes fueran mis maestros, preparándome sobre cómo llevar mi vida en el futuro.
En esa geografía colonizada, y de lenguaje borrado, lo imaginativo, lo desconocido, lo ficticio, y el silencio, eran los únicos campos que me acogían
Adania Shibli, autora palestina
Sobre su relación con el lenguaje, usted ha comentado en otros espacios que para los palestinos el lenguaje no es una herramienta de comunicación, sino que es como una cicatriz dolorosa por el absoluto silencio del pasado. Pero asimismo, usted describe el silencio como algo sanador…
Después de aprender a leer hebreo en la escuela, también empecé a notar que las señales de tráfico, que sólo estaban instaladas en hebreo en Palestina/Israel, llevaban nombres distintos a los de los lugares que conocíamos y a los que nos dirigíamos. A estas alturas, parecía que nos conducíamos a un lugar que sólo existía en nuestras bocas, pero nunca fuera de ellas, como si estuviéramos yendo hacia un paisaje paralelo al que sólo nosotros podíamos acceder, notar y sentir. Pero ese paisaje, esos lugares que las señales de tráfico borraban, siempre me permitían incluso acelerar mi fantasía y mi imaginación, abandonando la realidad que eliminaba nuestra existencia. En esa geografía colonizada, y de lenguaje borrado, lo imaginativo, lo desconocido, lo ficticio, y el silencio, eran los únicos campos que me acogían, así como a muchos palestinos, para ser libre y ser reconocida. Así era el caso de los nombres de los lugares que conocíamos, pero que sólo existían en el silencio, donde no pueden ser borrados por los términos y nombres coloniales
¿A qué se refiere con esta ayuda que recibe del silencio en la escritura?
El silencio en la escritura permite que vuelvan a nosotros las infinitas posibilidades del lenguaje, tal y como también lo experimentan los demás. Cuando decimos una palabra, se convierte en nuestra palabra, pero al escribir, las palabras de los demás encuentran un lugar en nuestro lenguaje. Son palabras que personalmente nunca las habríamos dicho nosotros mismos, pero escribir en silencio nos permite volver a las palabras de los demás, y reconocerlas como tales, como pertenecientes a otros, sin sentirnos amenazados o que nos hemos perdido. Al contrario, es parecido a leer en silencio. ¿Cómo una lengua vuelve a nosotros, entra en nuestra vida y se convierte en parte de ella, aunque no hayamos escrito ni una sola palabra de lo que estamos leyendo? La literatura nos permite convertirnos en muchos, quizá ayudados también por este silencio.
La protagonista de la segunda parte en Un detalle menor habla constantemente sobre su incapacidad para distinguir los límites, espaciales pero también interiores. ¿Este viaje del personaje es una búsqueda por encontrar su identidad?
Tengo mis dudas con el término identidad, porque fija la percepción de uno mismo y su lugar en el mundo, impidiendo la posibilidad de cambiar y ser cambiado. Para mí, las fronteras y los límites funcionan de forma equivalente a la identidad, en el sentido de que ambos intentan impedir el movimiento hacia la exploración y la influencia de lo que se establece más allá de lo que se ha decidido como los límites del yo o de un territorio. La poesía árabe de los siglos VI y VII me enseñó mucho sobre la literatura y el reconocimiento del lenguaje más allá de los límites establecidos en el lugar y el significado del yo. Los poemas de esa época parten siempre de un lugar destruido y querido. El poeta se situaría en el lugar de la destrucción, y con la poesía explora la posibilidad del yo, y del resto, en términos de vida, amor, coraje, locura, erotismo, sabiduría, anhelo, y muchas otras cosas, todo ello pensado desde el lugar de esta destrucción, en lugar de abandonarlo. En resumen, un lugar de destrucción, es también un lugar posible para un poema, para un texto literario, para explorar aquello que no puede ser destruido como el resto.
Es este nacionalismo el que intenta imponer una sola lengua a la población
Adania Shibli, autora palestina
¿Cómo podría entenderse esta búsqueda de la mujer de la historia?
Yo vería al personaje de Un detalle menor más alineado con esos antiguos poemas árabes, o incluso poetas árabes, que se embarcan en un viaje vital para recuperar una posibilidad que no puede ser destruida en la vida real, y que comienza como un lugar de destrucción, sin rechazar la exploración. Pero para este viaje de búsqueda de nuevos significados a partir de la destrucción, se requieren todas las opciones y libertades lingüísticas del poeta.
¿Cree que esto se puede extrapolar en una forma de pensar en la condición de un migrante o exiliado a quien le han arrebatado todo?
Si volvemos a nuestra realidad actual, cuando miramos a los que abandonan los lugares de destrucción, ya sean los colonizados, los migrantes o los exiliados, se dedican esfuerzos a que sus vidas sigan destruidas, empezando por el borrado forzoso básico de sus lenguas en los países a los que llegan. La noción de movimiento humano como forma de vida ha sido destruida por las limitaciones territoriales, el nacionalismo y la imposición de identidades fijas. Es este nacionalismo el que intenta imponer una sola lengua a la población, la lengua nacional. Si nos detuviéramos un momento y tratáramos al migrante como a un poeta, con el que comparte experiencias lingüísticas particulares mientras abandona el lugar de la destrucción, nuestro mundo sería una obra maestra literaria, llena de polifonía, en lugar de hacer que ciertas lenguas sean superiores a otras. Esto es lo que hemos presenciado en Palestina/Israel, con el hebreo convertido en lengua superior al árabe por una ley introducida en 2018. El personaje que conduce por un paisaje destruido en Palestina/Israel, buscando a alguien a quien nunca conocerá, pero motivado por una fuerza de amor, es una mezcla del antiguo poeta árabe y el colonizado, que nunca encuentra un lugar para descansar en el mundo. Tal vez el lenguaje y la imaginación puedan ser las únicas fuerzas que les ofrezcan ese lugar.