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Cuernavaca ha crecido sorteando el vacío. Es ciudad de contradicciones y contrasentidos, una por la que en otros tiempos corrían prodigiosas acequias que irrigaban de agua los huertos caseros. A través de su novela Acequia (Ediciones Antílope, México; Laguna Libros, Colombia) Colmenares identifica las incongruencias magnificas de la vida, los gestos sin sentido, el absurdo cotidiano de aquel ecosistema urbano de leyes misteriosas e incomprensibles, y desde allí despliega un mapa de historias que se van encontrando en la sinuosidad del día a día.
Con la timadora editorial El Helecho y uno de sus grandes títulos, El Decamarón de Giovanni Bocado; la firma de abogados constituida por Bibiano Ahorcado y Modesto Paniagua —a su servicio—; un niño nacido siglos atrás que aparece de la nada en el subsuelo, al que apodan Vampirito y que se convierte en experto remodelador, entre varios personajes excepcionales, Colmenares critica la difusa idea de los derechos de autor y la originalidad, se pregunta por las fronteras de la identidad, cuestiona las burocracias, defiende el derecho al aburrimiento, busca los milagros (con la fe sostenida que los acompaña) y, al final, nos demuestra que la aparente falta de sentido no quiere decir que algo no exista.
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¿Dónde o cómo nació la idea de narrar y registrar Cuernavaca desde su cotidianidad, entretejida con sus hitos históricos?
La intención era recrear la conexión que une a todas las vidas y todos los eventos de la humanidad. Es una retroalimentación permanente que damos por hecho. Por supuesto, notamos la influencia que tienen sobre nuestras vidas los políticos, por ejemplo, o nuestras familias. Pero usualmente no prestamos mucha atención a la poderosa retroalimentación entre nuestra vida y la del resto de billones de personas del planeta. En ese sentido, quería recrear la dinámica de contactos de una ciudad pequeña en torno a un solo hecho: la publicación de un libro. Por supuesto, para plasmar esta conexión, fue necesario abordar la historia, la dinámica cotidiana, además de las desventuras de quienes protagonizan la novela.
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Usted dice que “estilo vernáculo de Cuernavaca es el desmadre funcional” y me parece que Acequia también lo es (de la mejor manera). ¿Cómo hizo funcionar todas las historias, los personajes?
Esta va a ser una respuesta muy aburrida y formal: creo que fue muy importante tener claro cuál es el presente efectivo de la novela. Fue hasta que logré ver con claridad el conflicto principal y el lapso de tiempo narrativo en el que ocurría, que pude empezar a entrelazar el resto de los hilos narrativos. Yo sabía desde hacía mucho cómo se relacionaban entre sí todas las historias, pero me hacía falta ese elemento medular para poder darle la mesura correcta al relato. Yo quería que las líneas se retroalimentaran y crecieran en paralelo, pero, retroalimentar ¿qué? Crecer, ¿hacia dónde? Hallar el conflicto principal del presente efectivo y los conflictos principales de cada línea fue lo que me ayudó, por fin, a darle forma a cada parte para generar un conjunto coherente. La última parte del proceso fue probar la obra con el elemento más importante: la imaginación de quien lee. Responder la pregunta: ¿esto se entiende? De ahí el epígrafe de Perec...
… sobre el rompecabezas.
Pero que yo entiendo que se refiere al arte en general. El toque final de escritura fue leer; leer mi libro como si yo no lo hubiera escrito para tratar de ver cuál sería la experiencia estética que produce. Así fui ajustando los elementos. Si notaba que algo estaba demasiado lejos de las demás partes con las que se conectaba, lo movía a un mejor lugar. Si notaba que un pasaje daba a entender algo que podía generar una confusión de sentido, lo modificaba. Esto fue como modificar un afluente: no puedes dominar el agua, pero sí puedes modificar su cauce y darle cierta forma, cierto ritmo, cierto discurrir. Y Acequia es justamente un afluente concreto por donde discurre la imaginación de quien lee. Por último, fue fundamental el taller literario al que asistí durante diez años junto con colegas artistas de las letras y otras disciplinas. Cada versión de Acequia, excepto la última, fue leída por decenas de personas que me compartieron sus impresiones lectoras. Les estaré siempre muy agradecido.
Leí por ahí que le hubiera gustado ser Silvestre Cerezo Vivas. ¿Cuál fue el personaje más complejo de construir?
Elegí a Silvestre porque se ve que tuvo una buena vida: de niño revolucionó el diseño de avioncitos de papel y ganó una fortuna, luego se dedicó a viajar por el mundo. Aunque no es la pregunta, mis personajes favoritos son Lucía y Altaflores; son los primeros que aparecieron y le fueron dando forma a la novela y se fueron relacionando y “llamando” a los demás personajes. El más complejo de construir fue el Vampirito, es el único al que acompañé desde su infancia hasta su muerte y más allá. El hecho de tener esa cantidad de relato supuso un reto formal en el sentido de que tenía que intercalarlo junto con el resto de los pasajes de manera que quedara dosificado igual que el resto. Por eso finalmente decidí mezclar partes de su historia con la de otros personajes, es decir, que fragmentos de su vida fueran relatados a partir de otras líneas narrativas, para que su vida pudiera correr en paralelo consigo misma en la novela, pero sin traicionar la linealidad del relato.
¿Podría afirmarse que, a su manera, Acequia también es una especie de "enciclopedia" de la latinoamericanidad? (el guía turístico mentiroso, el abogado buscando presas, la ciudad obrada en desorden, la idea de que “cuando algo está bien hecho, está chueco”).
Sí, y supongo que por eso ha encontrado el aprecio de personas en varios países, porque a pesar de las diferencias superficiales de lenguaje y costumbres, subyace una realidad que es común en el ámbito latino. Un clima, por decirlo de alguna manera, en el que vivimos en Latinoamérica, o como un signo astrológico. El clima y el zodiaco son factores que no te determinan, pero sí te aportan un talante. El ambiente de Acequia es totalmente latino.
¿Qué tanto de su ser historiador se coló en la novela?
¡Mucho! Tengo muy mala memoria, algo que representó un enorme reto estudiando una licenciatura que se fundamenta en la memoria. Para abrirme paso en las materias, sustituí la rigurosidad con creatividad sin comprometer la veracidad. Mis trabajos eran más sobre entender los procesos y los contextos y darles un sentido, que sobre la cronología y la monografía. Creo que mi paso por la universidad me dejó un acervo decente de datos y un panorama amplio sobre mi realidad. Además, leer historia producida en momentos y lugares me enseñó mucho sobre las distintas estrategias para articular un relato. Jamás tuve la intención de dedicarme a la academia ni de ser historiador, porque mi plan siempre fue dedicarme a la literatura, pero creo que matricularme en esa disciplina le hizo bien a mi proceso creativo. De qué tanto benefició a mi vida laboral, mejor no hablamos.
Le tomó diez años escribir esta novela; ¿qué tanto cambió su escritura entre la primera y la última línea?
¡Muchísimo! Me parece que una década antes yo era mucho más espontáneo, pero también tenía un dominio menor de la técnica para lograr el objetivo estético. Diez años después tenía mucho más claro mi método creativo y mi intención como artista, y eso le dio forma y congruencia a la obra. Antes, todo lo que escribía era más explosivo pero también caótico, ahora soy más mesurado pero también mucho más claro… espero.
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