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Las alarmas se prendieron al iniciar el segundo mandato presidencial de Donald Trump. El magnate de bienes raíces regresó a la Oficina Oval con una retórica incendiaria, aún más extrema que en su primer periodo, y retiró ayuda militar e impuso aranceles a aliados de Estados Unidos mientras tiende puentes con adversarios tradicionales de su país como Rusia.
Ello reforzó las convicciones de quienes anticipan que Trump 2.0 será más inflexible y, por ende, aún más peligroso para el mundo. Esta previsión se fundamentaría en que se radicalizó a raíz del supuesto fraude electoral en las elecciones de 2020, el posterior intento de destituirlo en 2021 y las investigaciones judiciales en su contra.
Además se habría radicalizado por la creciente influencia de ideólogos a su alrededor, muchos de ellos reunidos alrededor de la revista Claremont Review of Books[1] así como por la relevancia que ha cobrado el Proyecto 2025 en ambientes cercanos al movimiento trumpista. Este documento de 900 páginas elaborado bajo el auspicio de la conservadora Heritage Foundation se enfoca en los siguientes rubros: 1) volver a poner a la familia tradicional en el centro de la vida estadounidense, 2) desmantelar el “Estado administrativo”, 3) defender las fronteras y la soberanía nacionales y 4) garantizar los derechos individuales “otorgados por Dios”.
No obstante que en campaña Trump se distanció de dicho proyecto afirmando que “varias de las cosas que dice son ridículas”, es un hecho que muchos de los decretos que firmó desde que tomó posesión parecen haber sido tomados de sus páginas. Más aún, varios de sus autores han sido nombrados a altas responsabilidades gubernamentales.
Así, se extiende la creencia de que quedó atrás el pragmático negociador que escribió El arte de la negociación, el político “veleta” que antes fue miembro del Partido Demócrata. Siguiendo esta hipótesis, ahora estaríamos ante un político que fundamenta sus decisiones en un plan filosóficamente articulado. Más específicamente, Trump habría pasado de ser un político pragmático o transaccional a uno ideológico reacio a ceder en puntos clave de su agenda.
Debido a sus implicaciones, esta división entre políticos ideológicos y pragmáticos o transaccionales es relevante. El segundo tipo engloba al político que ve todo a través de un prisma de costo-beneficio estrechamente definido en términos de dinero y poder.
En el caso de los políticos ideológicos, estos se guían por convicciones estructuradas con respecto a la naturaleza y los objetivos de la sociedad, lo cual frecuentemente conlleva una dosis de utopismo. Tal vez H.G. Wells exageró al decir que “toda historia es, en esencia, una historia de las ideas” pero no se puede negar que éstas han tenido una influencia fundamental sobre los acontecimientos. Pensemos tan sólo en el impacto continuado del cristianismo, la Ilustración o esa religión secular que es el marxismo.
Ser un político ideológico puede tener ventajas y desventajas para la sociedad: en este campo se ubican políticos de principios, idealistas y dispuestos a sacrificarse por sus gobernados, además de ser menos propensos a la corrupción y traición. Pero también se ubican políticos que han sido terribles para el mundo como Hitler o Mao, quienes no tuvieron reparos en matar millones con base en inflexibles ideas de raza y lucha de clases, ajenas a consideraciones convencionales de costo-beneficio. Un ejemplo de tal convicción es cuando Hitler privilegió la operación continuada de los campos de exterminio a pesar de que hubiera sido más racional para la sobrevivencia de su régimen destinar los escasos recursos disponibles a frenar el avance de los ejércitos enemigos.
El calamitoso efecto que a veces tiene la ideología le quedó muy claro a un escritor que sufrió sus peores estragos: Aleksander Solzhenitsyn:
¡La ideología! He aquí lo que proporciona al malvado la justificación anhelada y la firmeza prolongada que necesita. La ideología es una teoría social que le permite blanquear sus actos ante sí mismo y ante los demás y oír, en lugar de reproches y maldiciones, loas y honores. Así, los inquisidores se apoyaron en el cristianismo; los conquistadores, en la mayor gloria de la patria; los colonizadores, en la civilización; los nazis, en la raza; los jacobinos y los bolcheviques, en la igualdad, la fraternidad y la felicidad de las generaciones futuras. Gracias a la ideología, el siglo XX ha conocido la práctica de la maldad contra millones de seres. Y esto es algo que no se puede refutar, ni esquivar, ni silenciar.[2]
En esta línea, las consecuencias negativas de la segunda presidencia de Trump serían mayores si es que se ha vuelto un líder ideológico dispuesto a impulsar una agenda inamovible guiada por intelectuales doctrinarios. ¿Pero qué nos dice la evidencia?
Las decisiones de Trump que denotan un enfoque más ideológico son la mencionada implementación del Proyecto 2025, la creciente vinculación con Rusia y el correlativo rechazo a Europa, que ha cimbrado los cimientos del orden internacional imperante desde la caída del Muro de Berlín. Tal postura respondería a una crítica de raíz a los valores liberales que han permeado en Occidente.
En contraste, hay señales de que sigue siendo un político pragmático. El ejemplo más claro de ello son los bandazos en la imposición de aranceles. También ha mostrado una posición cambiante con respecto a Ucrania y tomado decisiones contrarias a su base conservadora como el decreto que amplía el acceso a la fecundación in vitro.
Para tratar de obtener una respuesta es pertinente introducir en la ecuación el carácter de Trump como político populista. Este tipo de líderes se caracterizan por ser autoritarios y operar al margen de partidos y marcos institucionales lo cual los hace menos susceptibles a influencias de terceros.
De manera relacionada, los populistas tienden a ser difusos en términos ideológicos, aunque hay contraejemplos como Andrés Manuel López Obrador, el cual adoptó influencias marxistas en su juventud que habrían de influir en sus inamovibles posicionamientos posteriores.[3]Empero, Trump ha variado posiciones a lo largo de su vida (por ejemplo con respecto al tema del aborto o recortes al seguro social) y no ha sido tan consistente en la implementación de políticas prometidas en campaña como lo fue Obrador.
En este sentido, dado que Trump es líder de un movimiento con tendencias anti-elitistas y anti-intelectuales es difícil pensar que se sometería tan tarde en la vida al control de ideólogos que refrenen sus intuiciones personales. Por ello, es previsible que hacia el futuro Trump seguirá siendo un demagogo interesado en alimentar su vanidad más que en transformar a la sociedad con base en un conjunto fijo de ideas.
Si se confirma esta lectura de un Trump pragmático, ello sería buena noticia para la presidenta de México. ¿Por qué? Como hemos visto recientemente Sheinbaum podrá desactivar amenazas arancelarias e intervencionistas dándole concesiones en materia migratoria, comercial y de seguridad. De manera relacionada, es previsible que a Trump le provoque simpatías el carácter autoritario del régimen mexicano.
Dicho esto, el que Trump no se haya vuelto ideológico sería también buena noticia para el resto del mundo: dadas sus escandalosas amenazas e imprevisibles posturas es positivo que en la mente del presidente estadounidense persista un margen de flexibilidad.
(1) Cfr. Ángel Jaramillo, “El gran ideólogo desconocido del trumpismo”, El Economista, Febrero 6, 2025
(2) Alexandr Solzhenitsyn, Gulag Archipiélago, Madrid, Tusquets, Trad. de Josep M". Güel y Enrique Fernández Vemet, 1998, p. 90.
(3) Véase Alejandro Aurrecoechea Villela, “AMLO: Presidente ideológico”, Reforma, 14 de mayo de 2020.