Tomás Moro, una de las figuras más relevantes del Renacimiento, personificó la síntesis entre la pasión religiosa, el idealismo humanista y el compromiso político, a la vez que encarnó las tensiones de una época marcada por profundos cambios culturales y religiosos. Su vida estuvo definida por una búsqueda de la verdad, la justicia y la armonía entre la fe y la razón, como todo pensador de su época. Desde sus inicios hasta su trágico final como mártir, Moro dejó un legado que trasciende los siglos, inspirando a generaciones con su integridad y su visión de un mundo más justo. Se vale mencionar que Moro es uno de esos autores que, por algún motivo, no es tan mencionado en algunos círculos filosóficos. Considero que la fuerza de otros pensadores de la época opacó su presencia. Es subjetivo.

Moro mostró una inteligencia excepcional. A los doce años, ingresó como paje en la casa del arzobispo de Canterbury, John Morton, un entorno que le permitió familiarizarse con la política y la administración eclesiástica. Morton lo recomendó para estudiar en la Universidad de Oxford, donde Moro estudió a Platón, Aristóteles y Cicerón. Esta formación humanista, centrada en las letras, la retórica y la filosofía, moldeó su pensamiento y le otorgó una elocuencia que lo distinguiría como orador y escritor. Al finalizar sus estudios en Oxford, estudió derecho en Lincoln’s Inn, donde perfeccionó su habilidad para argumentar con precisión, una destreza que lo fortalecería en su carrera política y literaria.

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Londres de finales del siglo XV, era una ciudad cosmopolita y fue el escenario ideal para el desarrollo de Moro como intelectual. Su talento lo llevó a ocupar cargos de creciente importancia, desde subsheriff de Londres hasta miembro del consejo privado de Enrique VIII. En 1529, alcanzó el pináculo de su carrera al ser nombrado Lord Canciller. Su amistad con el rey, basada en intereses intelectuales compartidos, parecía consolidar su posición en la corte Tudor. Sin embargo, esta cercanía al poder también lo colocó en el centro de un torbellino político y religioso que pondría a prueba sus principios.

En 1516, Moro publicó Utopía, una obra que lo posicionó como uno de los pensadores más visionarios de su tiempo. Escrita en latín y estructurada como un diálogo, describe una isla imaginaria donde la propiedad privada ha sido abolida, la educación es universal y el trabajo, aunque obligatorio, se limita a seis horas diarias. Más allá de su carácter utópico, la obra es una crítica mordaz a las desigualdades, la corrupción y la violencia de la Europa renacentista. Y como toda obra clásica es: futurista, aunque no hemos logrado el sueño de Moro, el discurso permanece vivo dándole esperanzas a los románticos modernos.

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Tomás Moro (1478–1535), 
Lord Canciller de Inglaterra y autor de Utopía, representado aquí en 1527 por Hans Holbein el Joven./ THE MET
Tomás Moro (1478–1535), Lord Canciller de Inglaterra y autor de Utopía, representado aquí en 1527 por Hans Holbein el Joven./ THE MET

A través de los habitantes de Utopía, Moro cuestiona la codicia de las élites, la explotación de los pobres y la arbitrariedad del sistema judicial inglés, donde los hurtos menores podían castigarse con la muerte. Utopía anticipó debates sobre la justicia social que resonarían en pensadores como Campanella, Bacon y, siglos después, los socialistas utópicos. Su ironía y ambigüedad —presentando una sociedad ideal que, al mismo tiempo, plantea preguntas sobre su viabilidad— reflejan la complejidad de un hombre que soñaba con un mundo mejor sin ignorar las limitaciones de la naturaleza humana.

El conflicto que definiría el destino de Moro surgió del cisma entre Enrique VIII y la Iglesia católica. Cuando el rey buscó anular su matrimonio con Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena, Moro se enfrentó a un dilema moral insalvable. Como humanista y católico devoto, veía en la autoridad papal un pilar de la cristiandad; como servidor del rey, debía lealtad a la corona. Su renuncia al cargo de Lord Canciller en 1532 marcó el inicio de su caída. Al negarse a jurar el Acta de Sucesión de 1534, que declaraba inválido el matrimonio con Catalina y legitimaba la unión con Ana Bolena, Moro desafió abiertamente la voluntad del rey. Esta decisión, tomada en silencio, pero con firmeza, fue un acto de valentía moral que lo llevó a la Torre de Londres en abril de 1534.

Durante su encarcelamiento, Moro escribió algunas de sus obras más conmovedoras, como Un diálogo de consuelo contra la tribulación, donde reflexiona sobre el sufrimiento, la fe y la esperanza en medio de la adversidad. Sus cartas a su hija Margaret revelan la profundidad de su humanidad: un padre afectuoso, un esposo devoto y un hombre que, aun enfrentando la muerte, mantenía su humor y su fe inquebrantable. El 6 de julio de 1535, tras un juicio marcado por la manipulación política, fue ejecutado por decapitación. Sus últimas palabras, según los testimonios, fueron: “Muero como buen servidor del rey, pero primero de Dios”. Su muerte conmocionó a Europa, no solo por su prestigio como intelectual, sino por la claridad de su sacrificio en defensa de sus principios.

Utopía sigue siendo una obra fundamental en la historia del pensamiento político, inspirando reflexiones sobre la organización social y la justicia. Como humanista, Moro representó la síntesis entre la sabiduría clásica y los valores cristianos, manteniendo una fructífera correspondencia con figuras como Erasmo de Rotterdam. Su vida ilustra los límites y las posibilidades del intelectual en el poder: un hombre que navegó las complejidades de la corte Tudor sin renunciar a su conciencia. Su canonización en 1935 por la Iglesia católica y su designación como patrón de políticos y estadistas en el año 2000 subrayan su relevancia como modelo de integridad. Más allá de su martirio, su visión de una sociedad más equitativa y su compromiso con la verdad siguen resonando, invitándonos a reflexionar sobre el papel de la conciencia en un mundo donde la lealtad y el poder a menudo chocan. Podemos decir que Karl Marx se quedó con la fama que le correspondía al inglés.

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