Jorge Ayala Blanco

En (, Francia-Bélgica, 2023), enérgico debut del veterano actor teatral y dramaturgo francés (cortometrajes de Juventudes francesas 11 a Final 20), con guion suyo y de Dominique Baumard y Mathieu Naert sobre un argumento original de éste, el gris e inofensivo diseñador gráfico solterón lionés Vincent (Karim Leklou jugando al anticarisma hirsuto) intenta sin malicia ordenarle algo a un practicante que luego se venga agrediéndolo físicamente y dejándole una lesión en el rostro, poco después un amistoso colega le apuñala su mano derecha con un bolígrafo y cierto indigente es arrollado por un auto cuando trataba de agredirlo con sólo verlo a los ojos mientras detrás de un cristal Vincent sostenía una primera cita romántica (Léna Dia) concertada por Internet, aunque el buen hombre se niega a plantear quejas legales, conformándose con acudir a un psiquiatra y aceptar el despido provisional que se le propone en su trabajo, pero cuando los niños de su edificio lo agreden corporalmente también sin motivo aparente y todos los vecinos se unen en su contra, Vincent decide caerle en el pueblo a su rechazante padre viudo Jean-Pierre (François Chattot) y acaba refugiándose en una casa campestre familiar, en absoluta soledad y rechazo de los lugareños súbitamente hostiles, investigando en línea, hasta ser abordado ocasionalmente por un lamentable exprofe en su misma situación de acoso por agresiones gratuitas y que, bajo el nickname de Joachim DB (Michaël Perez), lo orilla a unirse a una red ad hoc llamada Centinelas y a conseguir un perro Sultán que aprenda a gruñir ante el peligro inminente, y también hace migas y se enamora de una camarera de fast food Margaux (Vimala Pons) que habita en un heredado barquito rojo, con quien establece una extraña relación de intercambios de agresiones súbitas y manos esposadas, para protegerse el uno de la otra o al revés, durante una desaforada fuga en auto con pavorosos encuentros, protección infructuosa al padre con pareja diezmada y cruentos homicidios defensivos, ante una colectiva, universalizada e inescapable confirmación paranoica.

La confirmación paranoica describe la errancia desesperada de un hombre sin atributos que va muchísimo más allá de las peripecias aventureras de cualquier Fugitivo de serial televisivo, al estar definido en función de la desesperación, el simple contacto visual, el cambio de personalidad, la conquista de los atributos faltantes y una paranoia delirante y generalizada que se evoca a través de noticias azarosas y en los fuera de campo acechantes que van modificando tanto el comportamiento del personaje como del thriller vuelto tragicomedia de humor negro que los contiene, llevando el célebre dictum humanista de Lezama Lima según el cual “La grandeza del hombre consiste en asimilar lo que le es desconocido”, hasta sus últimas consecuencias patéticas e irónicas.

La confirmación paranoica atraviesa entonces, de herida a esparadrapo sanguinolento en la cara y de tumefacción a tumefacción, por varias etapas de crecimiento y desarrollo del malestar ante el inconcebible conflicto fundamental siempre inexplicado, todas ellas centradas en las vicisitudes interiores del protagonista, en la primera parte sufre las agresiones instintivas en medio de la mayor inermidad desconcertada y corre, en la segunda parte rompe con sus lazos en las redes sociales y trueca su identidad por otra invisible pero interconectada con una red de víctimas homologadas, en la tercera parte logra salir de su autoabandono solitario sólo para comprobar su aislamiento mediocremente compartido, y en un cuarto impulso se transforma sin darse apenas cuenta de agredido en agresor sólo inofensivo de nuevo si tiene los ojos vendados, pues no hay evolución racional en la mutación dialéctica agredido/agresor y sin mediar ninguna psicoanalítica identificación con el verdugo.

La confirmación paranoica utiliza sus riesgosos nexos humanos insostenibles para hacer un verdadero estudio abstracto de la agresión en todas sus formas, arrebatos y modalidades, una agresión que va desde los súbitamente feroces compañeros de trabajo o los chavitos de la escalera en secuencias enloquecidas por los cortes acelerados del montajista Méloé Popilleve, hasta una persecución tumultuaria por clientes de supermercado en una imagen única filmada con gran angular aplastafiguras del fotógrafo Manuel Dacosse, pasando por la lucha cuerpo a cuerpo con pedradas sobre una inmensa y enmierdadora fosa séptica cual intolerable escena shocking con crucial música de John Kaced a base en ecos percutivos y de brutal-pop, o sea, una agresión hiperestilizada (pero eso no debe sentirse), una agresión como apetito de realización fantástica, sentimiento extenuado extenuante y materialidad-inminencia pura que obliga a huida constante e irracional, una agresión hecha de angustia y reacción visceral ineludible, una agresión que cambia de apoyo constante y convierte la imaginación en mero asomo de iniquidad desbordable.

La confirmación paranoica denuncia así la disposición a la violencia de una avanzada sociedad de hoy todavía subrepticiamente regida por la ley de la selva (ese godardiano embotellamiento vehicular a lo Weekend 68 que culmina en un caótico pandemónium de entredevoramiento comunal) y el olvido rencoroso (esa triste historia reportada por celular de Joachim DB repudiado por su familia al cabo del abandono y optando por al suicidio autoclemente), soportando la genealogía de una moral basada en el intercambio de favores y en la deuda (esos motociclista acosando a la heroína), en la desconfianza mutua (ese cambio de grilletes de Margaux para hacer el amor en la cabina del barquito, ese cadáver recalcitrante en la cajuela).

Y la confirmación paranoica ha dictado una anécdota multincidental muy bien puesta en situaciones que culmina navegando tan amorosa cuan peligrosamente en un mínimo navío con un rumbo cualquiera.

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melc

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