1. La palabra edad tiene muchos significados que duelen y al mismo tiempo entusiasman.

2. Cada página que leemos y que formamos como editores setentones requiere una letra más grande. Nuestra edad puede ser medida por puntos de tipografía. Estamos entre 14 y 16 puntos.

3. Tenemos que confesar que nunca nos gustó la micro estética. Las imágenes diminutas y las letras sin importancia legible siempre nos han parecido tristes y limitadas. Tal vez desde el principio de nuestra relación con las páginas que leemos y editamos hemos sido viejos.

Lee también:

Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez tienen más de tres décadas enriqueciendo el mundo de la edición y la promoción del libro./FERNANDA ROJAS / EL UNIVERSAL
Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez tienen más de tres décadas enriqueciendo el mundo de la edición y la promoción del libro./FERNANDA ROJAS / EL UNIVERSAL

4. Además del tamaño está el tema del gusto. A cada época le seduce un tipo de letra distinta. En brevísimo resumen de una cronología tipográfica: en los años sesenta era muy popular el tipo Emaús. Es decir, la tipografía que Fray Gabriel Chávez de la Mora lanzó en los años cincuenta y Méndez Arceo y sus seguidores repitieron hasta el cansancio. Era un signo de modernidad y hasta osadía en las artes que rebasó lo religioso. Impregnaba mucho de lo impreso como signo de juventud. Después vino como cañonazo la tipografía de las portadas de los discos de los Beatles. Imitadas y con variantes muy similares. Cuando en 1953, un Vicente Rojo de casi veinte años diseñó los primeros números de Artes de México estaba introduciendo una modernidad. Fue su primera experimentación personal. Desde los setentas, Rojo estableció desde su taller y su incansable trabajo, en la gran mayoría de los impresos culturales un nuevo clasicismo. El tipo Bodoni como eje del uso de muchos otros tipos en páginas barrocas o depuradas. A partir de mediados de los ochentas la desaparición de la máquina de escribir le dio a cada persona una posibilidad de elegir su letra. Al principio hubo pocos tipos en cada máquina y luego muchísimos. Toda esa facilidad nos hace amar y defender proyectos de impresión en prensa plana y con tipos móviles como el proyecto de Juan Pascoe, Martín Pescador, que nunca pasará. + se puede medir ahora por el número de modas tipográficas y gustos que ha vivido cada quien. Lo anterior es tan sólo un brusco resumen de la nuestra.

5. Cuando hicimos renacer Artes de México, al final de los años ochenta, podíamos ver hacia atrás las diferentes técnicas de impresión que fueron utilizadas para publicarla. Desde los años cincuenta hubo una evolución interesante. Y en medio de esas décadas hubo una época breve en la que se imprimió con un modo cercano al del grabado. Todo eso se veía ya muy antiguo y a ratos no dejaba de tener encanto. Pero era como el cine mudo y en blanco y negro. Nos tocaba introducir el color en la nueva época de nuestra publicación, que había dejado de editarse casi diez años. Las otras revistas y libros que ya imprimían en color lo hacían entonces con un rigor muy por debajo de las posibilidades técnicas que ya estaban instaladas en la industria de la impresión. La enorme diferencia entre la alta calidad de impresión que impusimos entonces y todas las otras revistas de esa época era abismal. Ahora esa diferencia se ha borrado, pero en los noventas todavía exigía una atención sostenida sobre cada detalle del proceso y cada innovación. Unos años usamos una técnica que substituyó a los cuatro negativos de color por una luz en la punta de un cristal que sintetizaba el haz de luz de los colores y las tintas: cristal raster. Pero nada envejece más rápido que la novedad. La técnica de impresión sigue avanzando. Los saltos tienden a volverse más pequeños o disimularse. La edad avanzada se mide también por la desconfianza casi patológica ante la certeza renovada de los impresores.

Lee también:

6. Quienes frecuentamos los talleres tipográficos que eran modernos en los años setenta no podemos dejar de relacionar el oficio con un fuerte olor a cemento Iris. Los jóvenes ni siquiera imaginan qué es eso. Las columnas de texto se producían en tiras sobre papel fotográfico que luego un artesano llamado paste stopper cortaba con navaja fina y pegaba con precisión en unos cartones reticulados de líneas azules que se volvían transparentes al ser fotografiados para imprimir a partir de negativos. La clave del oficio estaba en esa retícula con vocación invisible que permitía conseguir todas las variantes de una página con un rigor geométrico implícito. El oficio de la edición, como el de la escritura literaria y sobre todo poética, estaba llena de implícitos. Poder ver lo invisible en una página es otra de las medidas de la edad avanzada de un editor.

7. Los editores en México, con frecuencia se formaban en los suplementos culturales o en las revistas. Lo mismo sucedía con los traductores literarios y hasta con los diseñadores y correctores. Los suplementos no funcionaban como escuelas de edición sino como talleres artesanales. El oficio se adquiría como una iniciación que le daba sentido a la vida. Era mucho más que una profesión para ganarse el sustento. Los editores con frecuencia tenían otras carreras y sabidurías, incluso autodidactas. Nosotros debemos mucho a la cercanía de Huberto Batis, que fue amigo y mentor. Aprendimos tanto de su conocimiento como de sus obsesiones. La edad de un editor también se puede medir por la manera en que conciba y desempeñe su trabajo. Como entrega o como instrumento.

8. Las computadoras, con su facilidad para armar párrafos y columnas han traído la ilusión de que cualquiera puede ser editor de sus textos. En un principio las máquinas ni siquiera tenían la técnica para calibrar y ajustar la distancia entre los caracteres. Eso que después llamaron kerning. Los libros de los años ochenta están llenos de líneas con letras encimadas o excesivamente lejanas entre sí. Algunos nos propusimos diseñar páginas con computadora que no descuidaran el oficio de la tipografía y que fueran bellas como si hubieran sido hechas a mano por un tipógrafo. La edad también se mide por el horror ante una página compuesta con negligencia espacial y el respeto por el esmero en la composición de cada página.

Lee también:

9. En una generación anterior a la nuestra se usaba menos la palabra diseño. Los arquitectos hacían la composición de una fachada. Los tipógrafos hacían la composición de una página. La palabra diseño es un neologismo industrial. El diseñador gráfico podría con rigor llamar a su oficio “compositor gráfico”. La edad de un editor se mide por la manera en que siente el reto de hacer cada página como una composición o simplemente como “una mancha tipográfica”.

10. Otra ilusión de los tiempos es pensar que cualquier acumulación de textos se convierte en un libro. Las facilidades técnicas, la demanda de novedades periodísticas y la tendencia a venderlas de nuevo encuadernadas y el comercio descuidado han hecho que se olvide que un libro debe llevar en sus páginas lo necesario para merecer la dignidad de ser llamado libro. Se ha olvidado con frecuencia que esa responsabilidad con el libro es tanto del autor como del editor. Otro signo de la edad avanzada es defender y creer en la dignidad del libro.

11. En cuatro décadas hemos sostenido el principio de hacer ediciones que se vuelvan libros de referencia. Eso implica un reto muy especial ante el paso del tiempo. La información debe ser resistente a la inercia normal de volverse obsoleta.

12. Una idea que parece envejecer es vivir como algo necesario que las publicaciones que editamos lleguen a un público que rebase la intimidad de los autores, empresas o instituciones. Es decir, alejarnos lo más posible de los libros llamados Vanity books. Lo cual es muy difícil desde el punto de vista del financiamiento, porque el deseo de compartir ampliamente y arriesgarse a lecturas inesperadas se ha ido reduciendo. Con mucha frecuencia se piensa que el editor puede ser substituido por un corrector y un diseñador. Lo que produce más libros brillosos que brillantes. Pero ese espejo impreso y encuadernado le miente a sus autores y patrocinadores. Les dice tan solo lo que quieren ver. La edad avanzada tiende a desconfiar de esos espejos.

13. Creemos todavía que al proyectar una edición, nunca hay que partir de algo que ya se conoce y que sólo vamos a difundir. Hay que aumentar el conocimiento con el acto mismo de elaborar una edición. Editar se convierte en una aventura y leer lo que publicamos una experiencia. Que vale la pena compartir. Lo que implica convocar a todos los sentidos, en la medida de lo posible. Tocar con los ojos, saborear con la descripción de un alimento y en todo apelar al asombro. Nos encantó descubrir, gracias a una “investigación de mercado” que lo primero que hace la mayoría de suscriptores de Artes de México al recibirla es abrirla para olerla. Cada portada es un cartel que multiplica por cuatro, hacia afuera y hacia dentro, la presencia de la imagen publicada.

14. El mundo ha cambiado en cuarenta años bloqueando muchas de las maneras y estrategias de financiamiento que fueron posibles. Debemos a una nueva generación ya actuando en Artes de México, la sensibilidad para darse cuenta de eso y han aportado soluciones innovadoras que nos enseñan cotidianamente. Una nueva energía a nuestro lado, además de una visión, una nueva manera alegre y osada de estar en el oficio editorial, nos enseña que el tiempo en nuestros cuerpos ha pasado veloz pero irremediablemente. Aprendemos cada día con agradecimiento.

15. Tener conciencia de nuestra edad es desear el cambio generacional con entusiasta curiosidad por saber qué viene y de qué manera nos volvemos, en el mejor de los casos, implícitos o simplemente nada.

Comentarios