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En mi adolescencia tomaba una “combi” hasta el Toreo y desde allí el Metro, era un viaje en el tiempo, una aventura en busca de conocimientos que, en general, siempre encontraba más preguntas que respuestas. Mis destinos habituales eran el Templo Mayor y las calles, siempre cambiantes, que lo conectaban con Bellas Artes, el Museo de Arte Moderno —donde Siqueiros y Remedios Varo consumían todo mi tiempo— y las interminables salas del Museo de Antropología, con humildad uno se sentía honrado de ser una parte minúscula de semejante historia. Vaya que aprendí. Vaya que llevé lejos, y con orgullo, lo aprendido.
Por eso, fue una lástima lo que sentí en esta última visita a la Ciudad de México, donde pude apreciar la exposición temporal que acoge el Museo Nacional de Antropología. Me pareció un acto cruel, una falta de respeto para los visitantes que acuden a este recinto en busca de sabiduría y encuentran de frente la imparcialidad de una institución que, desde su impúdica dirección, fue cómplice de un eco-etnocidio similar al expuesto tan magníficamente. No fui el único, comparto empatía por lo que también sintieron otros miembros de este movimiento, que siempre ha buscado poner sus conocimientos a la orden de la protección de la Selva y sus tesoros. Sé que no seremos los únicos, por eso, comparto aquí lo escrito por ellos.
Lágrimas de cocodrilo
Entre el 7 de febrero y el 4 de mayo, se exhibe la colección fotográfica de la Amazonia, realizada por el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado en la Sala de Exposiciones Temporales del Museo Nacional de Antropología, en México. La exposición, de acuerdo la información emitida por el INAH: “[…] muestra la grandeza de la selva más extensa del mundo: El Amazonas, más al mismo tiempo presenta la vulnerabilidad de nuestra naturaleza. Este proyecto busca sensibilizar, hacer conciencia e incentivar las acciones ante las provocaciones ambientales actuales.”
Pareciera una mala broma, pero no lo es. Se trata de un ejercicio metafísico que, a pesar de los malabarismos, no puede diluir su carga de cinismo. Los organizadores de la muestra se bañan en el agua bendita de la obra del gran maestro brasileño para borrar su complicidad en el proyecto Tren Maya, uno de los más grandes ecocidios que se hayan vivido en México y América, donde se han exhibido las capacidades depredadoras que acarrea consigo un concepto de “progreso y desarrollo” que ha envenenado a sociedades enteras, algo que se ha querido hacer creer era exclusivo del neoliberalismo.
El atentado contra la flora y la fauna de la región ha sido blindado por una hermética vigilancia militar, que también ha intentado ocultar una vasta destrucción del patrimonio arqueológico de México ubicado en la región maya, evidenciado por múltiples testimonios difundidos gracias a la valiente acción de investigadores académicos y agrupaciones defensoras del medio ambiente. Impermeables a pruebas contundentes, a denuncias judiciales y a las imágenes presentadas por científicos sociales y ambientalistas, autoridades del INAH ahora se declaran sensibles al cuidado del Amazonas. Son sólo lágrimas de cocodrilo.

El más reciente documento sobre el ecocidio es el documental Voces de la selva maya. Una batalla por la vida, realizado por ciudadanos mexicanos, miembros de Greenpeace. Este trabajo de enorme valía adquiere un peso histórico frente a las murallas legales puestas por autoridades federales para evitar legítimas controversias a favor del medio ambiente y el patrimonio cultural de nuestro país, pero también ante la incondicional militancia de diversas autoridades, absortas exclusivamente en sus propios beneficios políticos o de otra naturaleza.
No obstante, el ambiente de desequilibrio propiciado por los ejecutores del proyecto, la ciudadanía sigue jugando un papel clave. Por más poemas, loas y artículos —siempre omisos sobre este grave asunto— con los que han querido decorar la muestra fotográfica, el daño está hecho. Ahora, los depredadores pretenden ocultarse detrás de la exposición de Sebastião Salgado como un acto expiatorio de culpas. Cuentan que Vlad Tepes, el empalador, cuya figura inspiró el personaje de Drácula, iba diario a misa. Y dos veces al día cuando ordenaba matanzas.
Ya es tarde para exigirle a Diego Prieto que se lave la cara.
P.D. Si alguien conoce al señor Sebastião Salgado, hágale saber que lo invitamos a recorrer la Selva Maya. Estamos a sus órdenes.