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“¿Puede enseñarse el oficio de escritor?”, se pregunta Hugo Hiriart en un texto que lleva por título la misma pregunta, y que resulta el centro del Diario apócrifo y otros ensayos, volumen recién publicado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), presentado el pasado 18 de agosto durante un homenaje en el que estuvo acompañado por los también escritores Rosina Conde y Martín Solares.
Conformado por 58 ensayos breves, el libro se divide en dos grandes apartados. El primero, bajo el subtítulo de Caleidoscopio cultural, es la bitácora de un lector compulsivo. Se trata de notas esbozadas por Hiriart cuando era agregado cultural de la embajada mexicana en Nueva York, a comienzos de este siglo. La colección de textos nos revela un lector de intereses tan extensos como intensos cuya obra abreva de las fuentes más diversas. La brevedad de estos ensayos no le impide a Hiriart alcanzar profundidades insospechadas: es notable cómo en esta colección de ensayos toca temas tan variados como la construcción del punto de vista en las novelas de Saul Bellow, la prosa de Salustio en La guerra de Yugurta y las hipótesis de Joseph Conrad respecto a cómo se pudo evitar el hundimiento del Titanic. Destaca la evocación de los artículos que, a mediados de los cincuenta, el padre Ángel María Garibay publicó en El Universal acerca de la influencia de la lengua náhuatl en nuestra cultura. La segunda parte, el Diario apócrifo, contiene dieciséis entradas que van de marzo de 1979 a enero de 1980, y que, como el resto de la obra de Hugo Hiriart, orbitan el tema del arte y sus misterios. Así, el libro recién publicado bajo el sello de la UACM es un nuevo ejemplo de lo que hace décadas el autor ha enunciado como su poética: escribir con una prosa clara que permita transmitir las ideas sin interferencias. “El único compromiso del ensayo es no aburrir”, escribió Hiriart en El arte de perdurar (Almadía, 2010) y esta colección de textos breves, sembrada de sorpresas, cumple con creces aquella exigencia.
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Respecto a la pregunta inicial, Hiriart señala que es motivo de debate: mientras algunos —por ejemplo, ciertas tradiciones norteamericanas— sustentan que enseñar a escribir es posible, otros aseguran que no. Para Hiriart la discusión es digna de observarse, pues a nadie se le ocurre cuestionar si otras disciplinas como la música, la danza y la pintura pueden o no enseñarse: se enseñan y punto. Nadie duda si tiene sentido abrir academias de danza, de actuación o de música.
La respuesta de Hiriart es contundente, pues ya desde la manera de preguntar se vislumbra una respuesta: para el autor de El agua grande (Tusquets, 2002) la literatura es un arte y al mismo tiempo un oficio. En esta última palabra estriba el centro del asunto: según la Real Academia de la Lengua Española, una de las acepciones del término es “habilidad y destreza logradas por la práctica de una actividad o profesión”. Es justo la tarea de escritor la que la DRAE enuncia como ejemplo: Un escritor con mucho oficio. Bajo esta premisa, oficio sería entonces toda aquella actividad humana que implica el uso de técnicas, es decir, de maneras efectivas de hacer las cosas. Oficios son la carpintería, la sastrería y la herrería, pues las tres actividades requieren reglas claras. Para Hiriart la discusión apenas empieza: al ser un arte y un oficio al mismo tiempo, la literatura no está regida por reglas inquebrantables sino por ciertos acuerdos que nos permiten identificar si una novela, un cuento o un poema tienen méritos o no.
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La contundencia de Hiriart no sólo radica en su argumentación: baste recordar que el ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2009 lleva más de veinte años como profesor en la ya mencionada UACM, institución pionera en América Latina en ofrecer una Licenciatura en Creación Literaria. Miembro de la Academia de Creación Literaria de esa universidad, Hiriart ha sido vivo testimonio de que el oficio de escritor no sólo puede enseñarse, también asumirse como una profesión. No en vano uno de sus títulos más emblemáticos es El agua grande (Tusquets, 2002) novela que tiene como protagonistas a dos personajes: el gran sabio Magistrodontos y a su alumno, joven que desea aprender el arte de contar historias. Alternando la exposición teórica de técnicas fundamentales para narrar y relatos atractivos, Magistrodontos logra iniciar al alumno en el oficio, acaso de la misma manera en que, alternando ensayos y novelas, Hiriart ha formado a incontables lectores en el oficio de escritor. Basta verle conversar con quienes, junto a él, conforman la academia de creación literaria para darse cuenta de que sostienen una reflexión permanente en torno al oficio. “La puerta de la fama es estrecha y nadie puede pasar por ella con sus obras completas”, escribió Hiriart en el ya citado El arte de perdurar. Si tal premisa es cierta, es posible imaginar al maestro traspasando esa puerta con varias de sus novelas y por supuesto con sus ensayos bajo el brazo, incluido este Diario apócrifo.