
La escritora alemana Katharina Volckmer se ha convertido en una figura célebre por su estilo audaz e incisivo, capaz de abordar con crudeza e ironía los sentimientos de culpa, destierro, sexualidad y vacío existencial en un ambiente social que prohíja la enajenación colectiva.
La cita fue su primera novela, “salvaje y excéntrica”, y Polvazo (traducción para la editorial Anagrama de Inga Pellisa, en 2025) ha sido la segunda; en ella se relata las peripecias de un joven italiano homosexual, habitante de un microcosmos de la ciudad de Londres y trabajador de un call center.
El título original de la obra es “Calls May Be Recorded for Training and Monitoring Purposes”, cuya traducción literal es “Las llamadas pueden ser grabadas con fines de capacitación y monitoreo”, pero la edición española optó por el simple Polvazo, carente de poesía, quizá con el propósito de aludir a la frase coloquial peninsular “echar un polvazo” (o “echar un polvo”), que significa tener relaciones sexuales.
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La historia de la novela transcurre en la feroz rutina de las llamadas telefónicas en una corporación de “clase mundial” dedicada a los servicios del gran turismo. Jimmie, el personaje principal, atiende a los clientes nocturnos, un conjunto de seres espectrales, cuyos deseos y patologías se vuelcan en un conjunto de diálogos morbosos y chispeantes, en los cuales quedan de manifiesto las frustraciones, las manías, los deseos de la carne, a pesar de la decrepitud de los cuerpos.
Jimmie comparte el oficio con otros personajes hastiados, degradados e igualmente presos en sus cubículos; atados al grillete de los audífonos, con la mirada cautiva en las pantallas del computador y bajo el escrutnio del jefe que busca, bajo cualquier circunstancia, la satisfacción del consumidor. Esta moderna esclavitud, desvinculada del mundo, convierte a los pobres diablos en un conjunto de piezas robotizadas que, progresivamente, van perdiendo la corporeidad para solamente ser un reflejo vacío de una voz mecanizada en el espejo.
Una suerte similar comparten Simon, el jefe pelirrojo, figura servil y mediocre al servicio de la burocracia corporativa; Daniel, el amante frustrado, frío y distante, preso en su clóset religioso y social; Wolf, el joven alemán, símbolo de la hombría y la identidad nacional, a prueba de la sensibilidad y el amor; Elin, la joven sueca que representa la alteridad femenina, y Helena, la mujer exuberante, reina de los embutidos y del modelaje del cuerpo como principio y fin de la combustión sexual.
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En este escenario gravita la vida de las y los jóvenes europeos sin esperanza de un futuro mejor y sujetos a una condición social dominada por las empresas transnacionales, que parecieran regir los destinos de estas criaturas, sin vínculos identitarios con sus lugares de origen. Y en este contexto, Londres aparece como una ciudad cosmopolita en la cual confluyen las diversas lenguas, nacionalidades y costumbres; sin embargo, a pesar de esta mezcla de etnias, no surge una cultura nueva. Al contrario, se repite la leyenda de la torre de Babilonia, en donde cada quien masculla sus palabras en la soledad y el olvido.
Polvazo, de Katharina Volckmer, es una obra enraizada en la técnica narrativa del fluir de la conciencia de Joyce; también tiene ecos de Franz Kafka y Samuel Beckett respecto al manejo de las situaciones absurdas que enfrentan los personajes. En varios momentos, Jimmie nos recuerda a Josef K., en El proceso, atrapado en un mundo opresivo, gobernado por normas ininteligibles y lenguajes despersonalizados, pero sujeto a los firmes dictados de una compañía omnipresente y poderosa.
La novela nos ofrece una mirada fresca, mediante un lenguaje agresivo y brutal, a la condición humana en la era posmoderna.
