Madison, Wisconsin, 6 de noviembre de 1966
Mi querido Raúl:
No te había escrito porque soy una infecta, pero una infecta que tiene que preparar seis clases a la semana y releer un chorro de novelas siniestras y oír hablar en inglés todo el tiempo y hacer cara de inteligente como si entendiera y asistir a conferencias de españoles invitados que vienen, vamos, hombre, a demostrar que todavía viven en el Siglo de Oro.
También he tenido mis rachas de depresión. Es un asunto, más que nada, físico. Porque se presentan sin que los acontecimientos exteriores cambien y se retiran sin ninguna medida especial. Es entonces cuando repto por las alfombras y cuando me prendo de las lámparas. Pero, por fortuna, de México no me han desamparado, ni de mi casa ni mis amigos (y ésta es una pluralidad ficticia, me estoy refiriendo exclusivamente a ti) y me mantienen firme el árbol de la esperanza.
Aquí también he encontrado gente muy amable. Hay una muchacha, a la que conoció María del Carmen y con la que hizo también mucha amistad, que se llama LP y que es un encanto. Ella se hace cargo de mí los domingos, mi día siniestro, y me lleva y me trae y me divierte y cuando vengo a ver ya el día ha pasado y sólo se trata de empezar otra semana.
Entre que si son peras o son perones ya cumplo aquí los dos meses. Únicamente me faltan siete para regresar a la región más transparente, que espero que se encuentre menos turbulenta que cuando la dejé.
Por los suplementos culturales que recibe una amiga mía me he enterado de la muerte de Seki Sano,(1) de la puesta en marcha de Siglo XXI, de los diarios íntimos de Carballo y de Piazza y me he retorcido de placer. También supe que salió la autobiografía de Juanito García Ponce, tu nunca bien ponderado y admirado. No hay nada como vivir intensamente para que se pueda contar.
Madison, como tú ya habrás sospechado, no es precisamente una metrópoli pero cultiva muy cuidadosamente sus tradiciones. Una de ellas, quizá la más cara (en todos los sentidos del término) es la del futbol. Has de saber que el departamento en que vivo está frente al estadio así que los días de juego participo de una manera muy activa en los hechos. Los peregrinos guadalupanos empiezan a llegar desde las primeras horas de la mañana, provistos de cobijas, termos, cojines, etc., para ganar buen lugar. Allí se sientan a esperar religiosamente hasta la una, hora en que da comienzo el partido. Después hay un silencio sepulcral hasta las tres en que salen todos con cara de duelo. Porque invariablemente los equipos locales pierden. Creo que hasta aquí ha llegado la consigna de que lo importante no es ganar sino competir.
Ayer fue un día cumbre, con la ceremonia previa del home coming de los exestudiantes. Hicieron, en las puertas de las fraternidades, unas especies de alegorías respecto a los estudiantes de Wisconsin y sus contendientes. Como éste es un pueblo muy religioso, una de las figuras, enorme, totalmente iluminada y enarbolando las tablas de la Ley, era Moisés, dictando en el Monte Sinaí los mandamientos… para el juego del día siguiente. Otro era Moby Dick, que abría y cerraba la boca en cuyo interior estaba un jugador rival. En suma, el colmo del ingenio. Los jueces dictaminaron quién era el mejor y después le dieron su premio y todo se desbarató para mantener limpio a Madison.
Castellanos habla de su libro Materia Memorable, editado por la UNAM, en la Librería Universitaria Insurgentes, el 10 de mayo 1970. Crédito de imagen: Salvador Guzmán/ Archivo El Universal
Otro aspecto típico es el invierno, que comienza a horas fijas. Había hecho una semana preciosa y de pronto, el primero de noviembre, amaneció intransitable ya. Un frío, un viento, un remolinar de hojas que se prolongó dos días y de pronto una pequeña, muy pequeña nevada. Una muchacha mexicana que acaba de llegar y yo nos comunicábamos nuestras impresiones. La más notable era una angustia que nos hacía despertar a medianoche asfixiándonos y bañadas en sudor. Averiguamos la causa: la calefacción reseca de tal modo la atmósfera que prefieres salir a la calle a batirte con los elementos antes de permanecer encerrado.
En estas circunstancias he tenido la oportunidad de ir al cine a ver una obra maestra que seguramente tú ya has olvidado y que no te recomiendo que recuerdes: Los padres terribles, de Cocteau. Un melodramón imponente. Y luego una comedia de Miguel Mihura, Los tres sombreros de copa, por el grupo de estudiantes de español con ese típico ingenio peninsular del que tan alta cima es Jardiel Poncela. Esto en el ámbito universitario. En los sitios profanos puedes ver un monstruito de Rock Hudson que se llama Seconds, que es un doctor Fausto venido a Madison. ¿Para qué te sirve, es la moraleja, para qué te sirve recuperar la juventud si con ello no eres más bueno ni más sabio ni más generoso, ni etc.? Para nada. Por lo tanto más vale envejecer como presidente de banco, junto a una abnegada mujercita norteamericana, con varios hijos que andan desperdigados por el mundo con el Cuerpo de Paz y con un bote de vela para el verano. Lo demás, tú lo sabes bien, es literatura.
Y a propósito de literatura leí la autobiografía de Violette Leduc: La bastarda. ¿No la conoces? Es espléndida y no dudo que la encuentres allá mucho mejor que aquí.
Tu dilecta amiga está a punto de echarse a andar descalza porque como su pie es chiquito como un alfiletero no puede encontrar ningunos zapatos a su medida y además los dependientes de las tiendas me miran como si yo fuera una pigmea porque no soy plantígrada como sus compatriotas.
No he tenido oportunidad de ir a Chicago. Parece mentira pero estos gringos te exprimen muy bien el jugo. Eso ya lo sospechaba yo desde que estuve en Indiana pero vine a comprobarlo aquí. Sin embargo no pierdo las esperanzas. Tengo que irme de este país con alguna idea un poco menos limitada que la que ahora me he formado. Vivir en Madison es un poco como vivir en Cuautitlán. Aunque no conozco Cuautitlán.
Bueno, maestro, no quiero extenderme más porque se me acaba el espacio. Salúdeme mucho a su familia, a Elsa, a Roberto y Lucía, a Raúl y a su esposa. No se te olvide darle un abrazo muy efusivo de mi parte a Espiridión Payán y no se olvide de contestarle a su desterrada amiga que lo recuerda siempre con mucho cariño y gratitud.
Rosario
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Madison, Wisconsin, 21 de noviembre de 1966
Mi querido licenciado Ortiz y Ortiz:
¿No recibió mi carta anterior? No me extrañaría porque la mandé junto a otra, dirigida a una de mis cuñadas, que tampoco llegó nunca. Aquí los norteamericanos te juran y perjuran que su correo es impecable. Pero el documento que mandé a Chicago al subscrito(2) para que lo legalizara ante el consulado, según tus indicaciones, tardó exactamente una semana en llegar y eso que tenía porte aéreo.
¿Cómo estás, maestro? Tengo muchas ganas de saber de ti, de recibir una de esas cartas tuyas en las que cuentas tan sabrosas cosas de ese país que es el paladín de Hispanoamérica, que se adelantó a todos los otros pueblos de la historia en hacer una revolución que ha beneficiado a la totalidad de sus componentes y que tiene tan maravillosos escritores como Fernando del Paso y Rosario Sansores.(3) Esto, sin excluir desde luego que su universidad sea una de las mejores del mundo y goce de un prestigio tal que los programas de intercambio de las universidades norteamericanas para los estudiantes de español van a hacerse con la Ibero,(4) en la que no hay huelgas ni disturbios.
De mí le contaré que he dado ya diez semanas de clase y que únicamente me faltan seis para terminar el curso. Que he tenido una serie de sorpresas con mis alumnos de lo más curiosas. Por ejemplo, en clase de novela latinoamericana hice un examen con diez preguntas cada una de la cuales valía 10 puntos. Hubo una alumna que sacó 5 puntos, es decir, que contestó únicamente la mitad de una pregunta. ¿Quién era esta lumbrera? Pues nada menos que una muchacha que había estado cinco años en México y que tiene un título de maestra en letras por la UNAM y que está aquí revalidando materias para graduarse. Yo quería morirme de la vergüenza cuando averigüé tales antecedentes. Y hay cada pocho que no tiene idea de cómo se escribe una palabra y ya son graduados y cada hispanoamericano que cree que por el hecho de haber nacido en Buenos Aires sabe todo lo posible sobre Borges, etc., etc., etc.
Para endulzar un poco los desvíos de esta situación hice el otro día un viaje relámpago a Chicago. Estuvimos un día viendo el Museo de Arte Moderno. Ahora que vienen las vacaciones de Thanks Giving voy a ir de nuevo, a pasar varios días y a esperar a Gabriel, cuya venida se aproxima con gran regocijo de mi parte.
Fíjate que hasta ahora el tiempo no ha sido tan terrible como yo me imaginaba o es que me voy acostumbrando paulatinamente. Hay frío, pero es tolerable y puedes salir a la calle y no te caes muerto de la congelación. Ha nevado dos veces pero muy poco y realmente no se puede tomar en cuenta.
Mi círculo de amistades es exclusivamente de hispanohablantes, lo que no mejora mi inglés, en el que me suceden los absurdos más espeluznantes.
Me han invitado a ir a dar unas conferencias a otras partes pero no coinciden mis horarios con los de ellos y no creo que sea posible. Además me da flojera. Ya es bastante estar aquí dando una clase que se llama Civilización Hispanoamericana y que se la reservan a los visitantes porque ningún maestro de planta la quiere enseñar porque se supone que eres especialista en economía, en historia, en antropología, en arqueología, en sociología, etc. Y que tu vasta red de conocimientos te sirve para explicar el resto del continente a unos muchachos en proceso de alfabetizarse. ¡Por Dios santo!
Doy un seminario de novela mexicana y me he encontrado con una serie de adoradores de Rulfo y de intérpretes de Pedro Páramo que me dejan de lo más apantallada porque yo nunca he sabido qué decir de esta novela ni por qué es tan importante.
Fui al cine a ver Julieta de los espíritus de Fellini, que es el barroco del barroco, el churrigueresco más exuberante y vertiginoso. La quisiera ver otra vez porque me pareció muy excesiva.
Ay, maestro, no todo lo que relumbra es oro. A veces estoy triste, aunque cuando recuerdo la región más transparente del aire como que no encuentro demasiados motivos de regocijo como para desear regresar. Pero, en fin, ya veremos qué pasa.
No dejes de escribirme, maestro. Platícame cómo estás, cómo va tu tratamiento, cómo te sientes, qué sucede por esos rumbos. Salúdame mucho a tu familia y tú recibe el afecto de tu amiga.
Rosario
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Tel Aviv, 7 de febrero de 1972
Mi querido Raúl:
Soy realmente el Monstruo de la Laguna Negra pero te juro que ni cuenta me había dado: pienso tanto en ti, platico contigo tanto imaginariamente que doy por hecho que estamos en comunicación y que todo anda sobre ruedas. Mientras tanto me dejo devorar por los quehaceres, por el invierno, por la epidemia de gripa, por la eficacia general de Israel y voy aplazando la carta para mejor ocasión. Hasta que esa mejor ocasión es hoy.
Espero con mucho gusto que vengas. Pero te aconsejo que no sea ahora. El tiempo es abominable y vas a equivocarte creyendo que llegaste a Londres cuando no era más que Tel Aviv. Esto hay que saborearlo en su salsa. En verano. Además dame un poco más de plazo para que mi casa esté presentable.
Vino Luis Villoro cargado de… Conoció gente, lugares, etc. Estuvimos juntos varias veces y platicamos muy a gusto. Así filtraditos los mexicanos son tolerables. Pero en bola… la mera verdad como que ya no muy se aguanta. Irse le da a uno la ilusión de que sale del círculo vicioso y de que uno deja de estar girando en torno de las mismas cosas de costumbre y que uno se renueva y cambia y se convierte en algo distinto y tal vez hasta mejor. “Ilusión nada más, gentil narcótico.” Aunque quién sabe, a la mejor. Estoy pasando una racha de euforia y optimismo y creo que vivo en el mejor de los mundos. Que ese mejor de los mundos esté en el Medio Oriente nunca me lo hubiera yo podido imaginar. Y que yo hubiera venido a dar a él me parece milagrosísimo hasta el grado de lo inconcebible. Non fecit taliter…
Pocas cosas me hacen falta de México y entre ellas tú. Esas paseadas que nos dábamos las recuerdo con mucha nostalgia. Aquí fui a ver una película que ya casi se me escapa para siempre: El satiricón de Fellini. ¿La has visto? Es genial y yo caí muerta de placer múltiples veces. En un grado menor disfruté Little Murders y Le souffl e au coeur, que son obras menores muy agradables y todo lo que tú quieras pero no esa monstruosa grandeza de Fellini que se atreve a todo, incluso al ridículo. También vi, porque no queda otra, The Fiddler on the Roof, que me hizo comprender el antisemitismo, que es una comprensión bastante superflua dadas las circunstancias.
De izquierda a derecha, atrás, Juan Rulfo, José Emilio Pacheco y Juan García Ponce; al frente, Carlos Valdés, Rosario Castellanos y Alberto Dallal, en la Torre de Rectoría de Ciudad Universitaria. Crédito de imagen: IISUE/AHUNAM/Colección Ricardo Salazar Ahumada/Vida Cultural/Retratos/RSA-01574
Me escapé por un pelito y gracias a Sadat de una semana de cine mexicano con asistencia de quince delegados. De lo que no me escapé fue de la proyección de varias obras maestras: El topo, que es el apogeo de la salsa catsup, Muñeca reina o Antonioni de huarache, Mariana, que rompió el aparato de proyección, y Los desarraigados, que ha sido el éxito cómico del siglo. ¡Venir a hablar de discriminación aquí, que es el mero cogollo! ¡Qué tino!
Gabriel murió de placer con la carta de Pancho, al que imagino tomando su débil pluma mientras una pistola —empuñada por ti— apunta a su cráneo. Me temo que, niño al fin, Gabriel empiece a descubrir otros deportes en la escuela donde está funcionando muy bien y sacando muy buenas calificaciones.
Te voy a contar un secreto que, si se hace, a la mejor se traduce en un viaje a México. Me escribió por un lado el Dr. Chávez y por el otro Elenita Poniatowska para decirme algo que es todavía de una reserva total: que había sido aprobada mi candidatura para ingresar a El Colegio Nacional. Si esa candidatura prospera y soy admitida como que no me va a quedar otra que ir. Imagínate. Tenemos que mantener el contacto porque sería de lo más frustrante que yo me desempacara en el Anáhuac simultáneamente a tu arribo a la Tierra Santa.
Cuéntame de María del Carmen, de Elsa. Leí en el periódico todo el merequetengue de Bueno Malo,(5) que era de esperarse y por eso me enteré de que María Dolores(6) está suntuosísima en el INBA. Me da gusto por ella y por la institución que ha padecido a Livingston Denegre, el abominable hombre del Club de Golf.
Cuéntame de tu mamá y tu familia. De tu desguachipado. ¿Cómo sigue funcionando? Yo creo que ya manejo mis depresiones a base de una que otra pastillita y valor mexicano. Pero ya me imagino despepitándome en hebreo. Desgañitándome en el Muro de las Lamentaciones. Esas alternativas son las que lo curan a uno de todo.
En mis lecturas hice un descubrimiento fascinante: Jane Austen. Y no dejo de releer a Isak Dinesen, que se las sabe todas. Cuando yo sea grande…
Me temo que aun cuando yo sea grande seguiré siendo subdesarrollada porque tal es nuestra condición y yo me amparo en el mal de muchos para consolarme.
Bueno, licenciado Ortiz, no me deje usted de su mano. Entre tantas ocupaciones resérvese un momentito para escribirme. Yo lo recuerdo siempre con el más grande cariño posible.
Rosario