
Pedro Lemebel y Pancho Casas están frente a la puerta del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York. Es 1993 y en sus bolsillos hay uno, dos o, quizá, cuatro dólares, no más. Ahí, en la entrada del espacio más importante de arte en Estados Unidos están las Yeguas del Apocalipsis, la dupla artística que durante la dictadura y posdictadura chilena (de 1987 a 1997) utilizaron su cuerpo para denunciar las violencias hacia las libertades sexuales, las desapariciones y las muertes a causa del Sida.
"‘Cachi, vamos al MoMA’ me sugirió Pedro que porque tenían obras de no sé quién. Llegamos a la puerta y no nos alcanzó el dinero para entrar. Entonces, Pedro me dijo: ‘A qué queremos entrar a esta chingadera, huevada, si algún día tú y yo vamos a estar aquí’", recuerda Pancho Casas.
Treinta años después, esa anécdota se convirtió en un deja vú, pero sin uno de sus protagonistas; Pedro Lemebel falleció por cáncer de laringe en 2015.
“El MoMA adquirió Las Dos Fridas en 2023. Me invitaron a la inauguración, fui a Nueva York, toda preciosa, con un vestido lindo porque si me quieren ver con huarache, como decía María Félix, eso no va a pasar. Cuando llegué a la puerta me acordé del año 1993 cuando nos invitó Silvia Molloy por primera vez a Nueva York, autora de la primera novela lésbica, En breve cárcel, que por cierto le costó el exilio”, narra Pancho Casas.
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Regresar al MoMA fue uno de los momentos más maravillosos que me ha sucedido, agrega. “Porque en el momento en que iba entrando al museo, sola, sin Pedro, se me cayeron las lágrimas”.
En entrevista desde Argentina, Pancho Casas habla de su trabajo con Lemebel y de sus proyectos en curso como la actual exhibición de la serie fotográfica del performance La conquista de América (1989) en el MoMA, la escritura del guion y la grabación de una película basada en su libro Yo, yegua (escrito en México) y la retrospectiva con 800 documentos sobre las acciones de las Yeguas del Apocalipsis que albergará el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile en 2026, muestra que viajará a Argentina y después al Museo Universitario de Arte Contemporáneo en México.
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Divas sudacas
“Los cuentos que venden las yeguas están impresos con cuidado en papel kraft, papel que por lo general ocupan en las carnicerías del barrio alto para envolver la carne (…) Son cuatro relatos breves, bajo el mentado título de Cuentos incontables. Un sobre con los pornocuentos fue enviado (…) al Vaticano por correo certificado, de regalo al Papa”, escribe Pancho Casas en Yo, yegua obra que, entre certezas y ficciones, es un acercamiento al trabajo y vida de las Yeguas del Apocalipsis. La novela se publicó en 2004 por Seix Barral y se reimprimió en 2017 por el sello Pequeño Dios Editores.
En esa misma obra hay una incisiva parodia al glamour, parecida a la que la dupla artística usó al remedar los estereotipos de los años 80 y 90.
“Lo que trabajamos en esos años fue una parodia del glamour hollywoodense, en el sentido que la travesti de la época y todo el mundo homosexual estaba a un paso de ser de derecha. Siguen estándolo. Todas querían ser Marilyn Monroe, Greta Garbo, todas querían ser las divas, ser Liza Minnelli copiada hasta el infinito”, indica la artista.
A finales de los años 80, muchas travestis murieron de Sida y las Yeguas del Apocalipsis recuperaron sus ropas que para los familiares representaban una peste, un cáncer rosa.
“Trabajamos de forma paródica, resaltamos a las divas carroñeras, divas sudacas, divas del tercer mundo que compra las pilchas, esa palabra que me gusta mucho, porque no es más que la ropa usada. La vestían tratando de copiar del cine, del original. Entonces, por ejemplo, lucían la mano y el cuello como si tuvieran las perlas, pero no hay perlas, con suerte —suponte— hay una semilla de sandía. Pero el gesto al caminar y al desplazarse hacía que la ropa fuera cierta, de marca, y hacía que ellas fueran una especie de divas”, señala Pancho Casas.
Con esa idea la dupla artística organizó la exposición Lo que el sida se llevó (1989), instalación en la que vistieron las prendas de sus amigas fallecidas.
¿Es vigente esa crítica al glamour?
En Buenos Aires, en las comunidades travestis o en los gay está la marca de mercado que es llamarse gay, eso se lo puso el mercado para vender productos, para vender ropa, para vender un estilo a alguien que no tiene familia, por lo general, y puede disponer de dinero. Lo que es preocupante es que siguen siendo las misses universo, todo el tiempo está el concurso de miss gay, es decir, no se han logrado bajar de la pasarela. El problema que veíamos y sigo viendo es que se identifican con una mujer que está poseída por el capitalismo, una mujer que no existe, un invento del neoliberalismo.
Claro, ese glamour también lo copian las señoras de clase alta porque tienen cómo, pero con los travestis, por lo general —y sin discriminar—, su cuerpo viene de una marginalidad tremenda y ocupan la calle como pasarela y como medio de expresión para explotar en su cuerpo sus propios devenires minoritarios.
¿Las condiciones de vida para travestis han cambiado?
No sé qué sería un cambio, ¿cambio de sexo?, ¿de definiciones?... transexual, transurbana, transandina, transgenética, trans… Para mí los cambios fundamentales son el derecho a la educación, el derecho a la salud y el derecho al trabajo.
Hay una nueva generación que la palabra homosexual la dejó atrás hace mucho tiempo. Ahora son no binario, no quieren ser homosexuales, no quieren ser hombres, no quieren ser mujeres. Claro que ha ocurrido algo en una generación y a nosotros nos está costando más entenderla.
Una amiga que se inyecta hormonas me dice que está en un proceso de transición. Antes no lo había, eso es medicina. Milei —el gorila que hay de presidente en Argentina— está tratando de evitar estos tratamientos, imagínate las afectaciones para quienes están en medio de ello.
Una chica de 18 años se quitó las tetas porque no las quiere tener, eso lo hizo en el servicio público argentino y es de las grandes cosas que se han logrado sin la izquierda. Esas cosas me importan mucho. Aunque tú quieras o no quieras, ahí están. Otro ejemplo, es el matrimonio igualitario que costó tanto en México, me acuerdo haber ido a miles de marchas, y costó tanto también en Argentina y en Chile, aunque en Chile curiosamente la aprobaron con la derecha, con Piñera. Hay un gran reclamo hacia la izquierda que siempre ha ido tirando para atrás nuestras políticas que no las llamaría políticas de género, estoy harto de la palabra de género, prefiero política degenerada para que duela más.
Es a Chile, donde Pancho Casas regresará en 2026, sin embargo, es un país donde no se siente cómodo.
“Me fui de Chile porque había ganado la democracia cristiana nuevamente en las elecciones y se me hizo insoportable. Pensé que ya habíamos hecho, que yo había hecho lo suficiente. Además, siempre está la persecución atrás, sientes que en cualquier esquina te pueden cortar el cuello y digo: Todavía no, todavía no. No les vamos a dar ese gustito. No voy a ser ni víctima ni presa", confiesa.
Buenos Aires, ¿por qué la elegiste?
Antes estuve en Perú pero también fue intolerable, hubo un golpe de estado al presidente elegido democráticamente —guste o no—. Entonces hubo una gente que llamó para decir que no compraran obras a este ruco comunista, cosa que no soy, pero aparezco en una lista. No había mucho qué hacer así que continuó la cabalgata de la Yegua. Me compré una Volkswagen de los años 60 con los pocos recursos, subí a mi perro, tomé las tres perchas y estampé la bandera del Partido Comunista y anduve hasta Buenos Aires. Acá me tocaron las elecciones y bueno, todos saben lo que pasó.
Esa travesía de Pancho Casas fue documentada por Joanna Reposi en la cinta Lemebel (2019) y desde que llegó a Argentina, a finales de 2022, ha hecho algunos performances, publicó su novela Hitos de frontera (Malsalva, 2024) e inauguró la Feria arteba con el acto El Rodete de Evita, hecho de la mano del escultor y fotógrafo Rodrigo Rodríguez, a propósito de los 50 años del golpe de estado en Chile y los crímenes de Pinochet. Actualmente trabaja con grafiteros en la Galería Femur. “Haremos algo grande, esas cosas me tienen más que contento, salirme del mundo burgués del arte, volver a la calle, salir de la pinche galería, del pinche curador", señala.
Arte sin permiso
En cada acción, Pancho Casas y Pedro Lemebel utilizaron distintos soportes: la fotografía, el video y la instalación; en todos, sus cuerpos fueron la principal materia para hablar de lo que pocos, sobre todo la clase política, querían escuchar: el sida, la violencia dictatorial, la marginación de las minorías sexuales. Uno de sus performances icónicos fue Las Dos Fridas (1989), retomaron el dolor que la artista mexicana, Frida Kahlo, plasmó en la obra homónima, para trasladarlo a un desangramiento por los estigmas hacia el homosexual y la propagación del VIH.
“En esa época no conocíamos la palabra performance, hasta que llegó una gringa y nos dijo: lo que están haciendo es performance. Nosotros nos miramos, sin hablar inglés, nos preguntamos: ¿qué nos está diciendo?, ¿nos está insultando?”, recuerda.
Al momento de planear performances, ¿pensaban en utopías?
No sé si pueda hablar de un objetivo, quizá sí de un leitmotiv, era el medio inmediato que nos circundaba, que no era mucha gente, eran un grupo de intelectuales, poetas, académicos, artistas que nos excluía por raros, por venir de barrios vulnerables —veníamos del Zajón de la Aguada—, por no ser lindo y no corresponder al estereotipo blanco chileno de clase media alta. Y la cultura chilena estaba invadida de apellidos, si alguno hacía presentación de un libro, como que no te saludaban, te hacían para atrás, no querían verte, no querían saber que existías. Por eso dijimos: "Pues vamos a hacernos visibles. Acá estamos”.
¿Sientes nostalgia por aquellos años de las Yeguas?
No sé si una nostalgia en el sentido romántico de la palabra, no tengo romanticismo, pienso que el único sobreviviente de eso soy yo. Pedro murió hace algunos años y nuestra cómplice de las correrías políticas y militantes fue la poeta Carmen Berenguer que murió el año pasado. Más que una nostalgia, tengo una responsabilidad tremenda con este trabajo que se presentó ante la dictadura chilena, que desde la homosexualidad se empezó a exigir, a buscar a los detenidos y desaparecidos, desde nuestra homosexualidad hablando siempre desde esos lugares y siempre en complicidad.
Activismo en México
Pancho Casas vivió varios años en México y de vez en cuando regresa al país para visitar amigas como la cineasta Rosina Rivas Castilla.
“Recuerdo haber trabajado mucho con un dirigente espectacular, José María Covarrubias, él organizó a los movimientos no desde lo partidario, sino que rescató archivos de todos los crímenes, recuerdo haber ido miles de veces a su casa donde había cajas y cajas de periódicos por todas partes. Le decía: ‘Oye, niña, has aseo’ Y me respondía: ‘Todos los periódicos tienen algo’. Él organizó un evento extraordinario y único, que no ha existido en otro país, la semana del orgullo gay en el Museo del Chopo. Todos los artistas de la comunidad LGBT, artistas tan importantes como Nahum Zenil, Armando Cristeto, colaboraciones de la querida Carla Rippey y Yolanda Andrade. Era una muestra tremenda, se involucraba pintura, escultura, instalación, fotografía, cine, performance...El evento del año no era el desfile de moda, no era la miss gay, era la cultura”, platica.
¿Regresas seguido a México?
Cuando voy visito a mi gran amiga Rosina Rivas Castilla, la gran productora de cine de todos los tiempos. Voy con ella a pasar la tarde, a tomar tequila. Ya sería hora de homenajearla porque es una señora que no sé cómo se las arregla para estar guapísima, seguro que con puro tequila.
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