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Ahora que pasaron los Óscares, vuelvo a mi idea de que las academias de la lengua podrían crear un sistema parecido para los reconocimientos: premio a la mejor novela, sí, desde luego, y también premio al mejor protagonista masculino, a la mejor protagonista femenina y a la de reparto o secundaria… Los mejores efectos especiales serían un premio al estilo, pues el estilo es a fin de cuentas un conjunto de efectos especiales. El premio a la mejor edición podría darse al autor y a su respectivo editor (con el equipo de formadores, ilustradores, impresores).

No estaría mal incluir un galardón a la mejor mascota literaria del año. Desde luego, en su momento Flush (1933), de Virginia Woolf, se habría llevado las palmas. Y hacia 2008, si mal no recuerdo, apareció ¡Península, península!, magnífica novela de Hernán Lara Zavala: entre sus muchos y muy valiosos personajes incluye a un perro, que es literalmente un viejo lobo de mar y que sigue a su amo hasta el mar, precisamente. La novela Hormiguero, escrita por Fernando Solana Olivares y publicada hace poco por El tapiz del unicornio, tiene también un perro memorable en su galería. Los demás personajes no son hormigas, pese al título, sino seres humanos que a veces tienen que conducirse como hormigas sobre las cuales hubiera caído de pronto un zapatazo.

Premios diferenciados, como los Óscares “de la Academia”, nos ayudarían más fácilmente a elegir las lecturas literarias para los próximos meses, incluido el verano de 2025, que poco a poco se acerca.

Desde luego, convendría un premio para la ambientación, la atmósfera, el escenario, algo así.

Hay novelas, en efecto, cuyo escenario es la mejor de las virtudes.

En otras prevalecen los efectos especiales del estilo, como ocurrió con Tres lindas cubanas, de Gonzalo Celorio, cuyo lenguaje me parece muy bien logrado (en el otro extremo del estilo, La isla en el lago, de José Martínez Torres, es un alarde de escritura puntual, visual, escueta y poética, dentro de la “escuela” de James Joyce y de los maestros norteamericanos, mientras que Celorio sigue –según creo percibir– el magisterio de su admirado Alejo Carpentier).

Y en otras los personajes deslumbran y permanecen en la memoria, aunque el narrador no haya puesto mucho énfasis en el estilo o en la atmósfera. A esta concepción de la escritura pertenece Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas, un libro híbrido entre la ficción y el relato testimonial.

Desde luego, la edición puede ser partícipe de los efectos especiales. La edición incluye desde el tamaño de los párrafos, la presencia o ausencia de capítulos, los subtítulos, los epígrafes y dedicatorias (decisiones todas ellas del autor) hasta el tipo de papel, el tamaño de la caja, la portada y la contraportada con sus respectivas imágenes y letras (decisiones por lo común del editor).

Y, ciertamente, debería haber premios equivalentes para el cuento, el teatro, la lírica, el ensayo.

El jurado se conformaría con las presidencias o direcciones de las academias de la lengua o de las letras en todo el ámbito correspondiente: la lengua española, América, el mundo entero (como presumiblemente abarcan los Óscares).

En cuanto al contenido, me pregunto en qué anda la novela contemporánea. Hay tanta tela de dónde cortar en el mundo de hoy que el dilema parece haberse vuelto qué gajo de la historia o de la geografía partir, qué personaje viviente convertir en personaje de papel, qué estilo asumir.

A mí gustaría leer una novela amenísima acerca de los juegos de poder político y económico que andan circulando en estas horas a ratos muy dramáticas, a ratos propicias para el humor del meme y a ratos las dos cosas: tragicómicas.

¿Hay novelistas capaces de incidir directamente en todos aquellos salones ovales y no ovales donde se toman decisiones que nos afectan a todas las personas?

¿Es posible inferir los acuerdos y desacuerdos secretos partiendo de los acuerdos y desacuerdos visibles?

¿Qué paralelismos históricos y geopolíticos son válidos, son fructíferos, y qué paralelismos nos conducen a la confusión, al ocultamiento de las verdaderas redes de contactos y alianzas determinantes?

Normalmente los cuentos, las novelas, el teatro, las películas y las series sobre asuntos públicos se basan en procesos terminados: las guerras mundiales, las revoluciones, las guerras civiles. Estos tipos de acontecimientos militares suelen ser parteaguas y marcar el fin de una época y el inicio de otra. La guerra comercial que estamos viviendo a nivel planetario tal vez no delimitará dos épocas de modo claro, y es conocido el problema para las artes cuando enfrentan eventos del día a día: la noticia de mañana puede volver obsoleta la perspectiva de ayer. ¿Estamos ante un fin de época que se dejará percibir y retratar por mentes geniales? ¿La literatura será el mejor vehículo para ello? ¿Lo serán las pantallas chicas o grandes? ¿Irán de la mano literatura y series o películas?

Sabemos que la serie de James Bond comenzó con un conjunto de novelas de Ian Fleming. También sabemos que el análisis de Umberto Eco sobre el agente 007 es un paradigma de estudio semiótico y político de un texto literario. Eco apuntó que el éxito de la serie James Bond (primero novelas, muy pronto películas hasta nuestros días) se debió a que proponía conflictos “de solución asegurada”: siempre ganará Occidente, siempre perderá Rusia; eso no se cuestiona. Es que estamos en el corazón de la guerra fría. Ian Fleming supo captar y transmitir una imagen estereotipada del espionaje y del contraespionaje soviético.

Un eco de todo esto se encuentra en Anora, la película que ganó Óscares el pasado domingo. Ahora ya no es el (contra)espionaje; ahora es la oligarquía rusa. El esquema, pese a todas las peripecias, sigue siendo maniqueo. A mí me gustaría menos maniqueísmo, menos superficialidad. Quizá esto es más posible en la literatura que en una película condenada a las dos horas, máximo tres. Quizá.

Me gustaría leer una novela sobre mediaciones oportunas en momentos críticos. ¿Dónde está la Organización de las Naciones Unidas a todo esto? La especie humana necesita hoy más que nunca de mediaciones. Una novela de mediaciones pertinentes a nivel planetario merecería –según intuyo– muchos premios de muchas academias.

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