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En una llamada telefónica, una madre le dice a su hija, Caroline, que su padre fue detenido por la policía, acusado de drogarla y violarla durante diez años e invitar a otros hombres a hacer lo mismo, mientras él los grababa en video. La vida de ambas jamás volverá a ser la misma, y esto sólo es el comienzo de la historia: el día que la cotidianidad se rompe es imborrable, los detalles se engrandecen como una forma de aferrarnos al pasado inmediato, de negar el presente: por ejemplo, los dígitos rojos de un reloj, otros recuerdan exactamente cómo iban vestidos, cómo entraba la luz del atardecer por las cortinas, la canción que sonaba en la radio justo en el momento de un seísmo o de esa llamada telefónica que jamás olvidaremos. Y para Caroline Darian, después de esa llamada, las noticias y detalles respecto al hombre que violó a su madre y posiblemente a ella, no dejarán de crecer.

Quizá siempre habrá algo que reclamar a los padres. Se han escrito grandes obras sobre esa ruptura o esa conciencia de distancia necesaria. Sin embargo, en el caso de Caroline Darian y, por desgracia muchas otras mujeres, la ruptura es extremadamente violenta: después de someterla químicamente, su padre violó a su madre junto con decenas de desconocidos, que conoció por internet a lo largo de una década. Violó a otras mujeres de la misma forma con el consentimiento de sus maridos, tomó fotos de sus nueras desnudas y de su hija mientras ella dormía.

La redacción de Y dejé de llamarte papá (Seix Barral, 2025) de Caroline Darian comenzó como una especie de diario, durante los días posteriores a la llamada, en noviembre de 2020, un esfuerzo para preservar la paz mental ante los acontecimientos. Durante un año Caroline escribió a flor de piel lo que sucedía respecto del caso que avanzaba y se llenaba de detalles escabrosos, pero sobre todo de ella misma: de cómo fue a dar a un hospital por una crisis de ansiedad; del odio al padre por destruir su vida, la de sus hermanos y la de su hijo; de la lejanía con su madre y su hermano menor. También nos habla de algunos recuerdos de la infancia y adolescencia. Además de escribir una suerte de cartas al padre que jamás serán entregadas, en las que intenta separar al hombre que la crió amorosamente, que hacía reír a su madre, que la impulsaba a ella y a sus hermanos a darlo todo; del hombre padre/hijo al que desde niña tuvo que cuidar, al que protegía con préstamos, y al mismo tiempo del criminal.

Pero quién es ese hombre al que dejará de llamar papá, además de ser un violador, un pervertido. Quién es Dominique Pelicot, esa parece ser la tarea: la deconstrucción del padre. Develar al hombre que nos debe proteger, pero es en realidad un monstruo.

Será que todos vivimos el romance familiar del que habla Freud, el mecanismo mediante el cual los niños, al enfrentarse a la realidad de que sus padres no están emocionalmente disponibles de manera total, pueden desarrollar fantasías como una defensa psicológica. Será que todos idealizamos una infancia feliz e incluso una vida feliz de pareja. Es difícil de creer en las evidencias: horas de grabación dónde distintos hombre violan a una mujer dormida. No lo puede creer la mujer violada, Gisèle Pelicot, porque con ese hombre lleva cincuenta años de matrimonio y recuerda la primera vez que lo vio; cuando se casaron porque no podían estar lejos el uno del otro... Cómo pudo hacerlo, repite una y otra vez mientras mira los videos: ese día fue mi cumpleaños, esa es la casa de playa de mi hija… Prefiere aferrarse a los momentos felices que pasaron juntos. Está el caso donde una niña comenzó a pensar que su madre era sustituida por un marciano cuando le gritaba y la trataba mal, creía eso porque para ella era imposible de creer que su madre fuera esa mujer malvada que le hacía daño. Lo creyó por mucho tiempo, hasta que comprendió que se trataba de la misma persona.

Caroline Darian, la hija de la víctima y el verdugo, sí lo cree, no quiere negar los hechos, a pesar del dolor: su padre violó y drogó a su madre y cree que también a ella. La realidad le da de golpe y se desmorona como si un lobo le soplara de frente. Juzgados, abogados y citaciones… formarán parte de su cotidianidad en adelante, lo mismo que el miedo a estar sola, a dormir. Los otros y su amor no son suficientes, está en duelo.

El monstruo vivía en casa y le llamaba papá.

El caso del monstruo de Manza, el de Gisèle Pelicot, la mujer que renació de las cenizas y enfrentó un juicio a puertas abiertas en septiembre del 2024 y que comisionó al mundo es y seguirá siendo un precedente. Ella es un icono de valentía. La vimos en los noticieros con la cabeza en alto, firme, fuerte, porque dejó que los violadores fueran quienes cargaran la vergüenza. Ellos tuvieron que enfrentar las cámaras, ser públicos, asumir su crimen. Ella los miró de frente sin nada que perder.

En 1978, la abogada Gisèle Halimi, icono del feminismo francés-tunecino, fue reconocida por llevar parte en el proceso de la despenalización del aborto y otros casos importantes, entre ellos el representar, ante los tribunales de Bouches-du-Rhone, a dos jóvenes belgas, que habían denunciado a tres hombres de violarlas mientras acampaban en 1974. Los hombres se declararon inocentes, sin embargo fueron condenados. Este muy significativo porque inició el camino para la ley de 1980, que reconoce en Francia la violación como un delito y cambia la percepción social y politica de la violencia sexual. Gisèle Halimi se negó a un juicio a puerta cerrada alegando que lo escandaloso no era denunciar la violación sino la violación en sí misma y acuñó la frase la vergüenza debe cambiar de bando.

El prólogo del libro Y dejé de llamarte papá fue escrito un poco antes del juicio contra Dominique Pelicot y otros cincuenta hombres en septiembre del 2024. Leemos a una Caroline más tranquila, después de cuatro años de pesadilla, que puede contar su historia sin tanta rabia. Explica claramente la carga terrible de ser la hija de la víctima y el agresor, de cómo ha tenido que reinventarse al paso de los años y las continúas revelaciones. Al fin logró conservar la imagen del padre que conoció: en sueños habla y ríe con él. Sin embargo, no lo ha vuelto a ver desde el otoño del 2020 cuando su madre le dio la noticia de la desgracia.

Dominique Pelicot se declaró culpable de los cargos de violación, de someter quimicamente a su mujer, de incitar a decenas de hombres desconocidos a que abusaran de su cuerpo inconsciente. Su juicio y el de otros cincuenta hombres se llevó a cabo en Avignon en septiembre del 2024, fueron declarados culpables, nueve de los cincuenta hombres tuvieron penas de más de diez años, uno de ellos de quince y Dominique Pelicot la pena máxima de veinte. Caroline se ha convertido en una activista contra la sumisión química, ella y su madre encontraron la manera de estar juntas y sostenerse la una a la otra. Gisèle Pelicot, dijo después del juicio que ninguna mujer debe sentir vergüenza por haber sido violada. “No estamos solas”.

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