“Si ‘guerra’ tiene un antónimo, quizás sea ‘jardines’”, dice Rebecca Solnit en este libro que recorre tantos caminos como ramas tienen los árboles. En un maravilloso ejercicio narrativo la autora establece conexiones entre asuntos de la vida, la naturaleza y la historia humana partiendo de los rosales que plantó el escritor británico George Orwell en 1936.
Solnit discurre sobre los jardines como gesto de esperanza porque implican un profundo compromiso con el futuro, y sobre los árboles como sensación de tenaz continuidad, el pasado al alcance de la mano. Así va hilando reflexiones sobre la manera en que el autor de 1984 incorporó en sus relatos políticos la experiencia personal, y viceversa.
Orwell desconfiaba de las ideologías rígidas, criticó los autoritarismos y los totalitarismos que amenazan los derechos, y defendió la democracia, la claridad del lenguaje y la libertad. De la mano de ese hombre recio que cuidó de sus rosas hasta el último día, la escritora nos permite comprender que el arte puede preparar a las personas para afrontar las crisis de su tiempo, pues “la apreciación de la belleza no es contrarrevolucionaria ni burguesa”. Todo un himno a la resistencia.
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En Las rosas de Orwell usted desarrolla un conjunto de ideas bellísimas alrededor de los árboles. ¿Qué representan para usted?
Para mí los árboles significan muchas cosas y tengo muy claro que las plantas hicieron este mundo. Las pequeñas plantitas en el océano contribuyeron a crear el oxígeno que hizo posible que los organismos vivientes evolucionaran sobre la tierra. Los árboles sacaron un montón de carbón del aire y lo pusieron en el suelo, donde lo encontramos como gasóleo y cobre donde deberíamos dejarlos. Hoy como activista climática veo tantas talas y quemas que parece que estuviéramos en guerra contra los árboles, y entonces pienso en la acción climática como una forma de hacer paz con los árboles, que todavía nos están cuidando. Nos cuidan directamente al darnos sombra y protegernos del sol, e indirectamente están secuestrando un tercio del dióxido de carbono que los humanos emitimos, entre muchas otras cosas. El papel de mis libros viene de los árboles; vivo en una casa hecha de los muchos tipos de árboles de los grandes bosques de California. Creo que también hay algo imaginativo ahí: ves un árbol y lo sientes como algo muy humano, tan erguido, tan firme como un testigo, un guardia, un centinela. Es bastante mágico.
Por eso resulta tan doloroso ver incendios en todo el mundo, hectáreas de árboles consumidos por el fuego…
En California empezamos a tener un tipo diferente de incendios en 2017; siempre los tuvimos, en realidad. Los nativos comenzaron a hacer quemas como forma de gestión del terreno; algunos de esos incendios eran provechosos, eran naturales, pero los blancos que llegaron a esos territorios no entendieron eso y les impidieron hacerlo durante un siglo, entonces sus tierras se volvieron más calientes y más secas, y empezamos a tener incendios enormes y súper destructivos que se movían muy rápido. Hay un libro canadiense maravilloso que recibió muchos premios en el mundo de habla inglesa; se llama Fire Weather y trata sobre un gran incendio en Canadá, pero además explica cómo es la naturaleza y la ciencia de un incendio, y cómo hoy vivimos en una era totalmente diferente a todo lo que ocurrió antes, con cosas que nunca habían pasado en términos climáticos. Hoy tenemos todos estos incendios destructivos en Colombia, Grecia, España, Estados Unidos, Canadá, Italia y tantos lugares donde nunca habían sucedido, y además se siguen rompiendo récords. Por ejemplo, el año pasado Canadá tuvo incendios masivos como nunca en su historia.
Volviendo a su relación con los árboles y todas las reflexiones que hace en el libro, ¿cómo ve el Proyecto Biblioteca del Futuro de la artista escocesa Katie Patterson? (en 2014 se sembraron en Oslo mil abetos rojos que dentro de 100 años se convertirán en papel en el que se imprimirán cien libros inéditos escritos a lo largo de este siglo).
La conocí y fue adorable. De alguna manera me gusta la idea, ¡pero también siento que para el mundo es tan urgente que escribamos ya! En lugar de crear algo que la gente leerá en cien años, quiero intentar escribir cosas que nos llevarán hacia un mejor mundo y, a la vez, a evitar el peor mundo de hoy. De todas maneras, me encanta que se hagan proyectos como ese.
Bolsonaro fue elegido por la fuerza de sus videos de YouTube, que pertenece a Google y termina empujando a la gente hacia contenidos extremistas
Rebecca Solnit, escritora
Usted dice que todos los acontecimientos tienen un saeculum, “el espacio de tiempo en que algo permanece en la memoria viva” y eso nos lleva a pensar, por ejemplo, en la idea de conocer a la última persona que habla una lengua que está a punto de desaparecer.
Yo vivo en California, donde tenemos árboles que viven 2 mil, 5 mil años; sé que Chile también tiene algunos árboles muy antiguos y me encanta la idea del paso del tiempo que nos dan. Sobre la desaparición de las lenguas, me parece desgarrador porque cada lengua es una perspectiva del mundo, una filosofía, un conjunto de valores, una poesía. Por eso me parece emocionante ver que hay lenguas indígenas reviviendo. Hace poco leí que en los años 70 había 2 mil hablantes fluidos de hawaiano y hoy hay 33 mil. Muchas comunidades indígenas de Norteamérica están reviviendo sus lenguas, las están enseñando en las escuelas. Hay gente haciendo mucho para recuperar sus idiomas nativos, pero es inevitable que muchas se pierdan para siempre. Hace poco se publicó un libro que se llama Language City, que dice que seguiremos perdiendo muchas lenguas debido a los genocidios y a la destrucción ambiental. Nueva York es el lugar más diversificado respecto a idiomas en la Tierra; ¡allá se hablan ochocientos! Los últimos hablantes de muchos idiomas están en esa ciudad.
Hay iniciativas muy interesantes al respecto en todo el mundo…
De hecho, el autor de este libro es un hombre maravilloso que lidera el Instituto de Lenguas en Peligro de Extinción. Ellos encuentran a estas personas y trabajan con ellas para celebrar sus idiomas, preservarlos, registrarlos e intentar conectar a los hablantes con otros en su zona. Hay buenos proyectos para preservar las lenguas, pero creo que es parte de lo que ocurre en un mundo globalizado donde la gente vive sumergida en los medios masivos, donde el inglés es el idioma dominante y además hay mucha presión para pertenecer a la cultura global, más que a la cultura local. Sin embargo, hay historias esperanzadoras de resurgimiento cultural y política indígena. Siempre hubo movimientos de derechos nativos, sobre todo en los años sesenta; por ejemplo, la ocupación de la cárcel de Alcatraz entre 1969 y 1971. Los 500 años de la conquista de América fueron un punto de giro en Bolivia México, Canadá, Estados Unidos, en tantos lugares donde se ha hecho una recuperación y rescate de lenguas, culturas, tradiciones y tierras. Los idiomas mueren, pero también nacen. Me pregunto si en unos cientos de años nacerán nuevos idiomas, o florecerán de nuevo las pequeñas lenguas sobrevivientes. Muchas cosas mágicas han ocurrido con el idioma.
Por lo que usted ha estudiado e interpretado sobre Orwell, ¿cómo cree que vería el mundo de hoy? ¿Qué le indignaría más? ¿Qué le causaría dolor?
Le emocionaría la expansión de los derechos humanos, la decolonización y el movimiento ambiental. Al mismo tiempo, estaría asustado por la destrucción de la naturaleza, de los bosques de lluvia y los océanos, el deshielo de los glaciares y el cambio climático. Parece que él casi lo previo y comprendió muy claramente que cada vez imperamos más sobre la naturaleza. Lo que me parece más orwelliano es la forma en que Silicon Valley ha creado tecnologías de control que la KGB, la Stasi o la CIA nunca imaginaron.
¡Todo eso lo habría aterrado!
Esto le habría asustado mucho: la forma en que ahora se puede recoger información sobre la gente, todo lo que hacemos en línea, la idea del Big Brother. Es una cuestión casa vez más poderosa y siniestra que nos permite entender los genocidios, la corrupción electoral en África, el Brexit, la elección de Trump, la falsa propaganda, las fake news, la supremacía blanca. Por ejemplo, Bolsonaro fue elegido por la fuerza de sus videos de YouTube, que pertenece a Google y termina empujando a la gente hacia contenidos extremistas. Mucha de la oscuridad del mundo de hoy viene de Silicon Valley y de esos hombres arrogantes que se ven a sí mismos como héroes y salvadores cuando son, una y otra vez, villanos y destructores. La tecnología, la forma en que se usa, la falta de control sobre ella, la pérdida de privacidad que expuso Edward Snowden, todo eso horrorizaría mucho a Orwell.
Hay una línea en la que usted dice que, por muchas circunstancias, Orwell se hizo más humano como escritor y como persona. ¿Cómo ve esta idea de separar al autor de su obra?
Hay artistas cuyos ideales son superiores a ellos, y podemos respetar los ideales nobles. También creo que la gente cambia mucho, y eso es muy claro en el caso de Orwell. Él creció en una cultura bastante repugnante; el mundo le dio antisemitismo, clasismo e imperialismo, y él logró crecer fuera de todas esas cosas. El Orwell de 20 años es muy diferente del Orwell de 40; a mí me gusta mucho el Orwell viejo. Pero creo que también estamos en una época en la que la gente no pregunta si un escritor o un artista nos dio algo valioso, si su trabajo es interesante, si nos hace pensar, si alienta nuestra imaginación; lo que pregunta es si fue una buena persona. Estamos en un tiempo en el que todo se moraliza y a veces pienso que eso de si fue una buena persona no siempre es la pregunta más útil o interesante. Por ejemplo, Virginia Woolf era una muy buena feminista, pero tenía los valores de clase de su tiempo; fue una muy buena feminista para 1926 pero no lo será para 2026. Podemos respetar que ella estaba adelantada a su tiempo en 1926 y no deberíamos juzgarla por no estar en el momento actual. Es un poco tonto moralizar sobre la gente sacándola de su tiempo.