En la habitación de un sanatorio, una mujer habla acerca de los cuidados diligentes que proveen las enfermeras del lugar. Su receptora, sin embargo, yace inerme en un profuso sueño tendida sobre la cama, cual bella durmiente sumergida bajo un hechizo. Se trata de su hermana.

La relación entre ambas, no obstante, se encuentra resquebrajada, más que por el amor de un hombre en común, por cuanto toca a su vínculo forjado desde la infancia, que acompaña la acumulación de encuentros y desencuentros, rivalidades, confidencias, pero, sobre todo, complicidades.

Pero es, precisamente, por medio del acto mismo de enunciación que la mujer, sin nombre, se reconocerá y adquirirá el valor que ella misma había perdido de su persona.

Es la intriga que traza Amor al prójimo, la novela gandora del Premio Mauricio Achar / Random House 2023, de Gabriela Enríquez, certamen que tuvo como jurado a Fernanda Melchor, Julián Herbert y Alaíde Ventura.

Maestra en Estudios para la Paz, Gabriela se ha dedicado desde hace 20 años a la educación de adultos. También ha orientado su escritura a la poesía y la dramaturgia con obras como Nieve en agosto y La oración en Getsemaní.

Más allá del desahogo de la narradora al relatarle los aspectos más relevantes de su vida a su hermana en coma, ¿consideras que resignifica, entiende y aprehende su historia al enunciarla?

Exactamente eso es lo que está pasando ahí. Ella no nada más cuenta algo que ya sabe, sino que a través de la narración está entendiéndose a sí misma y lo que está pasando. Incluso, es su viacrucis, contarlo no tanto es vivirlo como recuperarlo, cuando se lo relata a la hermana; es recobrar esos pasos de redención. Finalmente es un proceso en el que se redime ella misma por medio de la narración.

Las concepciones y percepciones de quien nos narra la historia sobre sí misma y su entorno muestran un rechazo a las nociones de estética canónica occidental
imperante.

¿Cómo se define ella? Nunca se define, ni siquiera nombre tiene; es invisible y al final lo expresa: “Yo soy como una especie de fantasma con funciones de utilería. Eso soy en la obra de esta vida”. En ese sentido, Lacan tiene una frase que más o menos dice que “somos la mirada del otro, eso es lo que nos define”, entonces la narradora define a los otros porque los ve, pero ella no tiene quién la mire. Con sus excepciones, porque están Elías y la madre de la albina, personajes efímeros que no tienen nada que ver con ella y que la miran, lo cual es rarísimo para ella, pero la transforma.

Mi generación es de las que enfrenta muchas cosas de una manera muy callada, estoica


Gabriela Enríquez, autora

La visión de mundo de la novela es un tanto aciaga: desamores, pérdidas (de hijos, de la inocencia), situaciones que no se concretan, ausencias, imposibilidades. Uno se da cuenta de que, en la mayoría de los casos, los victimarios también son víctimas.

Efectivamente, es oscuro y aciago, pero al final hay luz dentro de cada uno de todos estos personajes y lo que está planteando esta novela es: métete a la oscuridad porque ahí hay luz.

En Amor al prójimo resuenan a cada paso las pérdidas que tienen las mujeres que habitan la novela, en particular las de sus hijos.

La novela trata muchos aspectos y aristas de las relaciones de las mujeres entre ellas y con los otros. Aquí la fortaleza y la fuerza de las mujeres la está dando la narradora. Creo que ése es el personaje que al final sobrevive, viene, cuenta y retoma e incluso conjura, como puede, a oscuras. Y es finalmente la que se redime. Eso ha sido una tradición para las mujeres, enfrentar la tragedia de sus vidas. Mi generación es de las que enfrenta muchas cosas de una manera muy callada, estoica. Creo que la novela habla de la resiliencia de las mujeres, de alguna manera.

La infancia y la niñez, con la ingenuidad que conlleva, acá son algo que se rompe, incluso remite a los cuentos de tradición oral con sus trasfondos ominosos y terribles.

Personalmente, como escritora, es quizá lo que se conecta con mis miedos. Creo que lo peor que le puede pasar a una mujer es perder a un hijo. Uno pensaría que es algo extraño; sin embargo, es más común de lo que se piensa. Casi todas las mujeres han perdido un hijo. Entonces, el planteamiento ahí es: ¿cómo puedes vivir después de eso? A mi parecer, es a partir de una situación tan fuerte como ésta que no quedas viva. Y luego se formula otra cuestión: ¿qué pasa con los otros hijos, con tu entereza y con los demás que tienes que cuidar? Es también con base en los miedos que tuvieron desde la infancia, puesto que no tuvieron padres, aunque estuvieran ahí, esa es la ambigüedad: están pero no están, y es peor porque ni siquiera pueden enterrarlos.

¿La premisa del libro la conocías desde el inicio o la fuiste descubriendo conforme la ibas entretejiendo?

Yo creo que quité mucho. Fui cortando muchas cosas que sobraban. Como dicen algunos manuales de escritura: “Si lo quitas y no te hace falta, quítalo”. Lo menos es más concreto, más sustancial. Es interesante, porque empiezas con una idea o una situación y luego te lleva a otro lado, pero era importante pasar por ahí, ya que te llevó a otro lado.

¿Cómo fue tu proceso creativo? ¿A qué retos te enfrentaste en la confección de Amor al prójimo?

Fueron siete años desde que comencé las primeras ideas y bocetos. Lo primero que hice fue acercarme, conocer a través de las situaciones a los personajes. Los últimos cuatro años se volvieron más intensos. Soy de procesos muy largos. Amor al prójimo fue un trabajo muy cuidado. Regresé y regresé, buscando que la obra se destilara de alguna manera. Una escritora me decía: “Es como aceites esenciales”. Traté de hacer algo muy concreto y directo, y por eso me llevó tanto.

¿Cuáles fueron tus influencias en el proceso de escritura?

Me impactaron mucho, desde hace mucho tiempo, libros que desesperadamente buscaban la belleza y yo quería encontrarla dentro de lo trágico. Plantear estos dos extremos, ¿qué pasa cuando los juntas?, esa alquimia. Se me viene a la mente El rumor de la montaña de Yasunari Kawabata, un libro que plantea cosas simples, muy duras, pero es una búsqueda permanente de la belleza. Tú lo vas leyendo y dices “Ah, qué bonitas estas cosas tan horribles”. Esa sensación fue algo que amé, quería trabajar algo así. Otros títulos que puedo mencionar a los cuales regresé fueron Océano mar de Alessandro Baricco y El dios de las pequeñas cosas de Arundhati Roy. Ese tipo de libros son los que he admirado muchísimo y a los que he vuelto.

Ursula K. Le Guin dice algo acertadísimo: “Contar es escuchar”, lo que es totalmente cierto. Hay que aprender a escuchar con todos los sentidos


Gabriela Enríquez, escritora

Otra de las cosas que me gustaría resaltar, hablando sobre las influencias que permean en la novela, es la actuación. Estudié actuación y también hice un poco de dramaturgia, pero me parece que eso fue determinante en esta obra, porque realmente empecé a entender la ficción a raíz del teatro.

¿Tu experiencia como educadora de adultos mayores te influyó en la elaboración de esta novela?

Me influyó más que en la novela misma, en toda mi concepción del mundo. Ha sido un proceso paralelo en mi vida, en donde la escritura ocupa el lugar de clandestinidad. Y me he dedicado a la educación de adultos porque me gusta, además de que es lo que me permite sostenerme y, a su vez, escribir. Pero claro que es algo que te enriquece muchísimo. Gracias a ello, he tenido el enorme privilegio de poder estar en todo el país con la gente de los pueblos, de ciudades, en muchos contextos distintos. He trabajado con jornaleros agrícolas, migrantes, con personas en situación de cárcel, tanto adultos como menores, incluso en centros de seguridad de mujeres. Estos acercamientos te permiten conocer el corazón de la vida. No nada más lo lees, sino que lo estás viviendo y eso te aporta otra dimensión de las cosas y también te ayuda a escribir, a conectarte; la gente es importantísima para escribir. Ursula K. Le Guin dice algo acertadísimo: “Contar es escuchar”, lo que es totalmente cierto. Hay que aprender a escuchar con todos los sentidos. Yo salí de la licenciatura y tan pronto como lo hice me metí a trabajar en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, en Baja California, fue mi primer desarrollo laboral. Y lo que me enseñó es que te enfrentas con personas que han dado ya un paso adelante, consciente y voluntariamente, que dicen “quiero cambiar mi situación”. Que puedan o no o que la educación responda a sus expectativas es otra cosa, pero, por lo menos, es gente que dijo: “Sí quiero cambiar mi situación en este momento y tener mejores condiciones”. Eso te cuenta historias de sobrevivientes y creo que de eso se trata Amor al Prójimo.

De alguna manera, las cosas que remite la narradora son desde una visión infantil, un tanto inocente, ingenua que muestra cómo va entendiendo su vida y lo que le toca vivir.

¿Recuerdas en qué momento surgió tu amor por la escritura y la lectura?

Ambas me han gustado desde la secundaria. Leía mucho y de todo. Antes de ingresar a la preparatoria fui a unos talleres de escritura. Siempre he estado en esto, no fue como que decidiera en un momento dado, sino que lo hacía como si fuera normal. Hace como 20 años me vine a vivir a Pátzcuaro y estuve en un taller con María Luisa Puga, fue maravilloso. Los talleres para mí son un alimento que siempre consumo.

¿Qué te significó ganar el premio Mauricio Achar?

Me revolucionó todo, además de la alegría y el estupor que te puede ocasionar algo así en tu primera novela, es una suerte impresionante. Me plantea qué es lo que quiero hacer con el resto de mi vida, a ese grado llega. Ganar este premio fue la sorpresa, pero cuando me di cuenta del jurado fue un gran agradecimiento porque además de buenos escritores, son muy jóvenes y eso me dio un enorme gusto porque tú puedes escribir a la edad que sea y eso no significa que vas a escribir para tu generación. Qué maravilla que uno pueda comunicarse con los que vienen después y que esto que escribí algo les dijo.

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