
Era una madrugada de silencio perfecto. Una profunda oscuridad, la calma fría de las 3 am, las ventanas abiertas, el ánimo apaciguado de un hombre entre las sombras de su biblioteca, en algún lugar del Buenos Aires de fines de los 50. Todo era paz en esa habitación, la única iluminada del vecindario… hasta que crujió la silla que estaba frente a él, aquella en la que se sentaban quienes iban a visitarlo. No soltó el lápiz, pero un estremecimiento frío recorrió su cuerpo cuando en aquella misma silla empezó a dejarse ver la figura de un hombre, primero una silueta, luego una masa transparente, un contorno que empezaba a rellenarse, una materialización concretada.
“Estoy en la tierra, supongo”, fue lo primero que le dijo el visitante al hombre casi cuarentón que se aferraba a su lápiz como si lo hiciera a la vida misma, al propio desconcierto ante esa aparición fantasmal, aunque tangible: su piel rugosa, sus venas marcadas, su mirada, la de un hombre que había visto tanto que había llegado a comprenderlo todo, eran pruebas de su existencia concreta. “¿Quién eres tú?”, le preguntó el obligado anfitrión sin salir de su sorpresa, tras contarle que era guionista de historietas. “Podría darte centenares de nombres, y no te mentiría: todos han sido míos. Pero quizá el que te resulte más comprensible sea el que me puso una especie de filósofo del Siglo XXI… El Eternauta” me llamó él para explicar, en una sola palabra, mi condición de navegante del tiempo, de viajero de la eternidad. Mi triste y desolada condición de peregrino de los siglos”.
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Así decidió iniciar Héctor Germán Oesterheld su historia, una epopeya futurista que sería publicada semanalmente entre 1957 y 1959, que llevaba a los lectores también al pasado y al presente. El de entonces y el de ahora. Una historia que parecía salir de la fantasía, de una epifanía solitaria caída como un rayo en su mesa de trabajo, que era más estremecedoramente real que cualquier noticia que se escuchara o leyera. Si El Eternauta fuera él mismo venido desde el futuro, no se negaría a escucharlo, menos a contar su historia. Es bastante curioso que los creadores de la serie de Netflix hayan prescindido de aquel inicio real, que explica directamente porque al personaje se le llama “Eternauta”, algo que quienes vieron la primera temporada y no leyeron el libro deben seguirse preguntando.
“Escuché, todo el resto de aquella noche no hice otra cosa que escuchar. Tal como él lo dijo cuando concluyó, ya todo estaba claro. Tan claro como para llenarme de pavor. Tan claro como para sentir por él una enorme piedad”, escribió Oesterheld en el principio de este comic que es hoy mucho más, aparecido en una Argentina con la televisión aún en ciernes, con las transmisiones radiales y los periódicos como principales difusores del acontecer noticioso, y con un gobierno militar instaurado desde el golpe de Estado de setiembre del 55 contra Perón. A principios de aquel mismo año, Argentina padeció la peor ola de calor de su historia, con temperaturas que superaron los 43 grados centígrados. Una atmósfera de ciencia ficción que parecía derretirlos… en plena Guerra Fría. Esos últimos meses estuvieron marcados por persistentes ensayos atómicos que parecían prepararnos para una conflagración inminente. Esa amenaza, por supuesto, podía percibirse más allá de Washington o Moscú y llegar hasta el Río de la Plata.
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Aquel calor agobiante, sin embargo, era todo lo contrario a lo que narró El Eternauta: un chalecito de Vicente López, una reunión entre cuatro amigos que juegan al truco, las impertinentes noticias radiales sobre aquellas explosiones de prueba, la amenaza del polvo radioactivo mencionada en las noticias, el relax en una sala que era también una isla, alejada del resto del mundo, donde apenas llegaban los ruidos de alguna avenida cercana hasta que retumbó un impacto violento, la electricidad se cortó y apareció la incertidumbre en la habitación del mismo modo que El Eternauta ante Oesterheld: se fue materializando poco a poco cuando los amigos se asomaron por la ventana y vieron autos chocados, personas desvanecidas y calles en silencio absoluto ante una nevada copiosa, irreal. Una nevada mortal, terriblemente mortal, que marcaría definitivamente sus vidas y esta historia.
Hijo del miedo nuclear
Héctor Germán Oesterheld –HGO para muchos- vino al mundo en Buenos Aires en julio de 1919, en un hogar alemán y conservador. No pasaría mucho tiempo para que su innata curiosidad lo llevara a desarrollar ideas progresistas y comprometidas socialmente, iniciativas que terminaron chocando con la severidad paterna. Aunque su primera vocación fue la Geología, terminada esa carrera, al principio de la década del 40, publicó su primer cuento en el diario La Prensa e inició poco después su camino como guionista. En 1952 guionizó Sargento Kirk, creado por Hugo Pratt, la historia un soldado que deserta del ejército para proteger a los indios. Al año siguiente desarrolló Uma-Uma, historia de ciencia ficción con dibujos de Francisco Solano López, con quien formaría el tándem inmortal responsable de El Eternauta. Ese mismo año llegaría Ernie Pike, un corresponsal de guerra que escribía desde Europa las desventuras de la Segunda Guerra Mundial, que contaría con dibujos del propio Solano López, Hugo Pratt o Alberto Breccia, con quien en 1969 Oesterheld haría una nueva versión del primer Eternauta. Entre lo más destacado de su trabajo, podemos mencionar Dr. Morgue (1959), Sherlock Time y Amapola Negra (publicados entre 1958 y 59), Mort Cinder, Marcianeros, Lord Pampa (todas de 1962), La guerra de los Antartes (1970), Marvo Luna (1971), 450 años de guerra contra el imperialismo (1973) o El Eternauta II (1976-77). Hoy Héctor Germán Oesterheld es considerado el guionista fundacional de la historieta argentina moderna y un nombre ineludible en la ciencia ficción. De hecho, el Día de la Historieta Argentina se celebra cada 4 de setiembre, el día de 1957 en que apareció el número 1 de Hora Cero Semanal, la revista que Héctor Germán Oesterheld y su hermano Jorge publicaban a través de Editorial Frontera, fundada por ellos para tener mayor independencia creativa, con personajes y situaciones argentinos incluidos. Durante dos años fue publicado allí El Eternauta.
Sus amigos decían que era callado, brillante, a veces malhumorado, intransigente, solitario, pero fornido y atlético a pesar de ser un intelectual. También era muy sencillo, un hombre antifascista, anti nazi, pacifista y originalmente antiperonista que en sus tiempos libres se dedicaba a sus plantas y flores mientras imaginaba futuras aventuras y personajes. Lector de Stevenson, de Conrad, de Sartre, de Borges, de Rodolfo Walsh. “El rey de la historia corta dibujada” lo llamaron.
“Estábamos inmersos en el miedo nuclear (..) Imagínate ser un pibe y estar leyendo esa historieta y darte cuenta de que el mal llega con una nevada. Listo, ya está, se te acabó. Quieres seguir leyendo. Comienza así la saga más importante de ciencia ficción de la historia de la literatura argentina (..) Nunca se volvió a escribir nada más hermoso que El Eternauta”, ha dicho el escritor y guionista Luciano Sarasino. “Eternauta es un neologismo, una palabra nueva con múltiples resonancias itinerantes –de argonauta griego a cosmonauta soviético– inventada de una vez y para siempre por Oesterheld para nombrar al protagonista y su condición”, afirmó el escritor Juan Sasturain.
Para el escritor y guionista Jorge Claudio Morhain, “Los héroes de Oesterheld no son seres privilegiados, no son personas de otro mundo. Son personas comunes puestas en situación de conflicto. Somos todos nosotros”. Para el artista gráfico Miguel Rep, Oesterheld “Tiene una idea sobre el mundo, sobre las relaciones humanas, sobre los poderosos y los sometidos, sobre los momentos límite del ser humano, la guerra, la muerte, la toma de decisiones, y todo eso hace que sea un autor político”.
Tres puntos, tres guiones, tres puntos más
La Plata, 1977. Héctor Germán Oesterheld se sabía acechado. Vivía clandestinamente, cambiando de domicilio por distintas casas o pequeños hotelitos en los alrededores del gran Buenos Aires. Así, desde la oscuridad, el miedo y el silencio le envió a Solano López los guiones con los que pudo terminarse El Eternauta II, con un contenido mucho más directamente político que en el inicio. A pesar de que el dibujante tuvo discrepancias por el sesgo político en los textos, pues no comulgaba con la posición del guionista –su hijo también era militante de Montoneros y perseguido por las autoridades-, se encargó de ilustrar la nueva historia con la misma destreza que en 1957.
Para ese momento, dos de las tres hijas de Oesterheld ya habían sido desaparecidas por el régimen. A él le era imposible ya frecuentar los lugares de su vida. Policías o militares hacían redadas en bares o cafés. Incluso sufrió un robo en un departamento que habitó en sus últimos años, ya lejos de la casa familiar de Beccar. Se había separado de su esposa Elsa por las incompatibilidades conyugales que habían surgido tras la transformación ideológica experimentada por Héctor Germán, algo que compartía con sus cuatro hijas.
El 27 de abril, sin embargo, un descuido lo puso en manos de los asesinos del Estado –el llamado “Grupo de tareas”- tras una emboscada en la que fue secuestrado, probablemente a golpes y a bordo de un Falcon Verde, carroza fúnebre de esos tiempos terribles. Sus últimos años habían estado marcados por una ferviente militancia como parte de Montoneros, grupo guerrillero que se mantuvo en la clandestinidad por su oposición a las dictaduras militares de los años 70. Contraparte de la oscura Triple A, de tendencia ultraderechista, dedicada al terrorismo de Estado, los Montoneros, extremistas peronistas, también cometieron crímenes, atentados y secuestros. Sin embargo, no hay ninguna prueba que asocie directamente a Héctor Germán Oesterheld con alguno de estos hechos.
“Para mí, El Eternauta es como un personaje real”, confesó Solano López en una entrevista, décadas después de la desaparición de Oesterheld. “Porque, aparte de todos los avatares que le suceden en papel y tinta, a los que nos ocupamos de darle vida también nos pasan cosas, a algunos tal vez más pedestres o menos aventureras que a otros, pero que han influido decisivamente en nuestras vidas”.
Una vez secuestrado, se sabe que el guionista pasó por los centros clandestinos de detención y tortura de Campo de mayo, Vesubio y Sheraton, donde fue tratado con brutalidad por efectivos militares que parecían disfrutar cercenar, electrocutar, ahogar, colgar o golpear a los detenidos, sean hombres o mujeres, adultos o jovencitas, abuelos o embarazadas. Era el caso de dos de sus hijas. Mientras era sometido a torturas, entre burlas y humillaciones, sus verdugos le contaron cómo las habían secuestrado y asesinado, desapareciendo también a los bebés que llevaban en sus vientres… incluso hasta hoy. Sumadas a las dos hijas que ya había perdido antes de su propio secuestro, Héctor Germán Oesterheld podía deducir, por la crueldad de sus captores, que lo que le decían entre carcajadas mientras lo tenían sometido, más que una broma macabra, era cierto: Diana (24), Beatriz (19), Estela (25) y Marina (18) estaban muertas tras haber sido torturadas como él mismo seguía siéndolo en habitaciones inmundas y terribles.
¿Cómo se le habla al desaparecido?
Hoy, quizás en algún lugar de Argentina, dos personas que rondan los 48 años son los nietos o nietas de Héctor Germán Oesterheld, no lo saben y, probablemente, nunca lo sabrán. Quizás, incluso, han disfrutado la serie sin tener idea de nada. Desde su estreno, H.I.J.O.S y Abuelas de Plaza de Mayo han reforzado sus campañas para encontrar a esos muchachos y a los cientos que siguen con paradero desconocido y con identidades cambiadas.
Mientras Héctor Germán Oesterheld seguía desaparecido, deambulando sus despojos magros entre los mencionados campos de tortura, sus yernos fueron también desaparecidos y asesinados por los esbirros de la dictadura ultraderechista de Jorge Rafael Videla. De todos los Oesterheld solo quedó el cuerpo de una de sus hijas -Beatriz-, dos de sus cuatro nietos –uno fue recuperado por sus abuelos- y su viuda, Elsa Sánchez, que, tras sus dolorosas pérdidas, se unió como comprometida activista a las Madres de Plaza de Mayo hasta su fallecimiento, el 2015, a los 90 años, mientras dormía. Fue la única paz genuina que le concedió el destino.
“Eso es lo que yo quisiera preguntarle. ¿Por qué llegaste a esto? ¿Qué te metieron en la cabeza? Si vos no eras así”, dijo doña Elsa en el documental H.G.O, de 1999, sobre el vínculo entre su esposo y Montoneros. “Cuando mis hijas me decían “Mami, vos no te das cuenta, mamá, exagerás”, yo les decía: “Miren, queridas, yo lo único que les puedo decir es una cosa: Ojalá algún día me tengan que decir, “¿Viste, mamá? ¡Qué tonta que fuiste!” Pero, y si yo no me equivoco, ¿Qué?”.
Tras la pérdida casi total de su familia, Elsa afirmó en dicha entrevista de 1999: “Creo que cuando el dolor es tan grande ya no hay miedo, no hay nada, desaparece todo, uno está como en un estado de hibernación donde ya es la fatalidad la que cuenta y uno acepta esa fatalidad. Por lo menos a mí me pasó eso. Yo casi deseaba que pasara algo horrible conmigo y que se acabara todo”.
Tres sobrevivientes del centro de detención y tortura Vesubio, secuestrados a fines de 1977, fueron los últimos en ver a Oesterheld con vida. Posteriormente, contaron que lo tuvieron frente a ellos en enero de 1978, que estaba con la cabeza vendada y en un estado físico que correspondía al de un hombre que había atravesado los límites del hambre, el dolor y la tristeza. Un viajero no del tiempo, sino de la muerte.
¿Secuestraron a Oesterheld por haber publicado una biografía gráfica del Che Guevara? ¿Por hacer otra sobre Eva Perón? ¿Por el tono crítico y comprometido de El Eternauta? ¿Por militar en Montoneros? ¿O acaso por las reivindicaciones sociales y la lucha por la justicia que se esparcían por toda su obra? Nunca lo sabremos. Como Los Manos, los militares solo acataban órdenes y no celebraban juicios. Como Los Ellos, había quienes movían los hilos desde las sombras. Los villanos de El Eternauta tenían su avatar en el mundo real. Sin embargo, Oesterheld, en su imaginación magnífica, nunca podría haber sospechado que sus verdaderos verdugos no vendrían de otros mundos, sino de su propia tierra. No serían extraterrestres desesperados, sino hombres que utilizaban el nombre de la patria para asesinar inocentes.
“Uno de los recuerdos más inolvidables que conservo de Héctor se refiere a la Nochebuena del 77 –contó posteriormente el psicólogo Eduardo Arias, sobreviviente de las detenciones clandestinas-. Los guardianes nos dieron permiso para sacarnos las capuchas y para fumar un cigarrillo. Y nos permitieron hablar entre nosotros cinco minutos. Entonces, Héctor dijo que, por ser el más viejo de todos los presos, quería saludar uno por uno a todos los que estábamos allí. Nunca olvidaré aquel último apretón de manos. Héctor Oesterheld tenía unos sesenta años cuando sucedieron estos hechos. Su estado físico era muy, muy penoso”. Para ese momento, el artista tenía ya ocho meses como prisionero. Nunca se supo qué día fue finalmente asesinado ni dónde están sus restos, los de sus yernos o los de tres de sus hijas. “"Yo no tengo setenta y dos años sino setecientos. En mí se resume la historia de este país. El daño que me hicieron es una síntesis del mal de la Argentina", confesó su viuda Elsa a fines de los 90.
El 2016, las periodistas Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami publicaron Los Oesterheld, tras cinco años de investigación en los que registraron más de 200 testimonios para desentrañar los secretos de esta familia.
El evangelio según Juan Salvo
Juan Salvo viaja despacio en el tiempo/ cruza fronteras que se mueven con él, canta el reconocido músico argentino Daniel Melingo, en homenaje a un personaje que, tal como en el comic original, ha trascendido el tiempo y el espacio. Y es que El Eternauta es una figura de culto en la Argentina que, como ya ocurre tras la emisión de la serie, se está convirtiendo en una figura de la cultura popular hispanoamericana. La performance de un actor comprometido e internacionalmente reconocido como Ricardo Darín, ha sido fundamental.
En una entrevista, Oesterheld contó que El Eternauta comenzó siendo una historia corta de apenas 70 cuadros, que luego se convirtió en una adaptación larga del tema de Robinson Crusoe. “Me fascinaba la idea de una familia que quedaba sola en el mundo, rodeada de muerte y de un enemigo ignorado e inalcanzable”, dijo alguna vez. “Pensé en mí mismo, en mi familia, aislados en nuestro chalet, y comencé a hacerme preguntas”. Trágicamente, la vida le trajo como respuestas a un enemigo inalcanzable, pero conocido, que rodeó de muerte a su familia.
En El Eternauta, la nevada mata con solo tocar a los humanos o cuando estos respiran al aire libre, sin protección. Mientras los protagonistas tratan de entender qué está pasando, millones de personas han muerto ya en un mundo en el que las comunicaciones o la luz eléctrica se mantienen cortadas. Apenas una radio a pilas los ayuda a informarse alguna vez. Juan Salvo, su esposa, hija pequeña y sus cuatro amigos –el anfitrión, dueño de una pequeña fábrica de transformadores, un jubilado que fabricaba violines, un profesor de física y un empleado bancario aficionado a la electrónica y la radioactividad- deberán decidir si esperan en casa, protegidos por las ventanas cerradas, o salen a las calles humeantes de una ciudad en ruinas a buscar ayuda. La serie, como siempre ocurre, ha cambiado ligeramente la propuesta original. Pronto, los protagonistas entenderán que la fuerza aérea o militar no basta para vencer a enemigos venidos de otro mundo, con una tecnología mucho más avanzada, criaturas alienígenas y un control mental al que es casi imposible rebelarse. Los Ellos, Los Manos, Los Cascarudos o los hombres-robot se harán enemigos casi infranqueables.
Vista así, era inevitable que la historieta captara el clima opresivo que vivía la Argentina a fines de los 50, ante la autodenominada Revolución Libertadora, que no era otra cosa que una dictadura militar apoyada por la oligarquía. A pesar de eso, Solano López negó cualquier intención política en aquel primer eternauta. Aceptaba, sin embargo, que “la existencia de una dictadura militar, de persecuciones políticas, de resistencia a la interrupción de la democracia permitían esas lecturas”.
De todos modos, y ante la amenaza constante para su familia de un clima fascista propiciado por el régimen, el dibujante se autoexilió en España en 1977, llevándose con él a su hijo montonero. Reivindicado y reconocido tras la vuelta a la democracia, falleció el 2011, a los 82 años.
Aún hoy quedan muchos de quienes conocieron a Héctor Germán Oesterheld. Quizás alguno de ellos espera solo en su cuarto de trabajo, en la calma y tranquilidad de las 3 am, con la única luz prendida de su vecindario, a que algún estremecimiento repentino del mundo haga un retorno imposible a 1957, mientras toma forma lentamente frente a él, haciendo reales sus contornos y su presencia, envuelta en el technicolor de los años 70, Héctor Germán Oesterheld convertido en Juan Salvo, un Juan Salvo de 1976 que vuelve para anunciar lo mortal que será la dictadura militar y evitar que los Videla, los Galtieri o los Massera lleguen al poder. Salvaría a los 30 mil desaparecidos de las garras de sus asesinos. Y hoy, del gobierno negacionista de Milei que, a pesar de pruebas y testimonios, rechaza esa cifra. “Todos desaparecidos... como si no hubieran existido nunca”, tal como narra el comic.
Y ante eso, Oesterheld se preguntaría, como Juan Salvo: “¿Qué hacer? ¿Qué hacer para evitar tanto horror?”.
La epopeya es en realidad profecía. El protagonista no es Juan Salvo, sino la propia aventura, que se ha corporizado en él.
Si se aparece ante usted una madrugada, amigo lector, hágale caso. Protéjase. Y reúna a su gente.
Ya lo dijo Oesterheld mismo en El Eternauta: “… el único héroe válido es el héroe “en grupo”, nunca el héroe individual, el héroe solo”. Para el autor, la lucha contra la opresión debe ser colectiva. Son pertinentes las palabras que Juan Sasturain escribió en su prólogo a la reedición en libro del 2010: “El Eternauta, como ningún otro relato producido en estas latitudes en la segunda mitad del siglo XX, despliega sin pretensiones ni autoconciencia un friso terrible de lo por venir. Todas las tensiones latentes, las contradicciones y los factores de poder están ahí, estallan con la lógica irreversible de las pesadillas de las que es difícil despertar”.
A 48 años de su desaparición, es inevitable volver a preguntarse lo mismo que el artista gráfico argentino Félix Saborido, cuando al final de la dictadura militar, en 1983, publicó en la revista Feriado Nacional una ilustración con los personajes más reconocidos de la obra de Héctor Germán Oesterheld, entre los que se alzaban enormes pancartas que reclamaban "¿Dónde está Oesterheld?".