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Recuerdo que, de niño, escuchaba una frase que me intrigaba muchísimo: “si se acaba el mundo, me voy pa’Mérida”, enunciada con ese marcadísimo acento yucateco que popularizara Cucho, aquel personaje de Don Gato y su pandilla, unas caricaturas que, me temo, hoy no faltaría quien las tachara de políticamente incorrectas. Ya ven Ustedes que, ahora, sobran personas que hasta lo que no comen les hace mal.
No se habrá acabado el mundo, pero no reconocerme en el México actual me ha llevado a pensar muy seriamente en mudarme a la capital de “la hermana República de Yucatám” (sic), animado por el recuerdo entrañable de los años que ahí viví. De entonces datan algunos afectos indispensables por los que procuro volver con cierta frecuencia, a los que se añade el gozo de ver también a dos queridísimas tías que ahí viven. Y aunque nunca habían pasado tantos años como ahora, uno siempre acaba volviendo a los lugares donde más amó la vida, y si es en compañía de quienes más quieres, ¡qué mejor!
Digo esto porque la semana pasada viajé a Mérida a reencontrarme con los cariños y sabores de antaño. Desde los huevos motuleños, el sikil pak y tantos platillos regionales a los que sumo la comida tradicional libanesa de Siqueff, y los platillos voladores y frappés del Impala… aunque, nada me hizo más feliz que “patear la pared” durante la siesta en hamaca que dormí en casa de una de mis tías y darme un remojón en Sisal.
Inesperadamente, coincidí con un evento realizado en la Universidad de las Artes de Yucatán que encabeza mi querido Domingo Rodríguez Semerena, su actual rector: el viernes catorce, poco antes del mediodía, asistí a la solemne ceremonia realizada para incorporar a su claustro doctoral a Tomás Marín Medina, creándose en su honor la primera Cátedra Extraordinaria en Artes de la región. Un par de días antes, alguien me preguntó si sabía quién era el homenajeado, y tras intentar condensarle su trayectoria de más de cinco décadas, evidenció su escozor al decirme que “aquí nadie lo conoce, ni de hace veinte años ni de treinta, y hay muchos yucatecos más, con esa talla, pero sin un pariente detrás impulsando un reconocimiento de ese tamaño”.
Espero que el documental elaborado para la ocasión y que puede verse en el canal de Youtube de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY) contribuya a esclarecer los merecimientos de este cultísimo violinista a quien vaya que conozco, ya que por cerca de veinte años visitó mi casa una o dos veces por semana para ensayar los recitales que tocaba a dúo con Nadia Stankovich, mi maestra. Una vez cumplidas las horas de estudio, charlaban otras tantas. Ambos habían alternado con muchos personajes que escribieron la Historia de la Música del siglo 20, y lo mismo evocaban a sus Maestros –Tomás estudió con Enescu y Nadia con Sauer- que hablaban de literatura, política e historia, entre una infinita variedad de temas. Haberlos escuchado como parte de mi cotidianidad, es una más de las cosas que le agradezco a la vida.
¡De qué no me habré enterado entonces! Algo de lo que poco se sabe, es que cuando Tomás fue líder sindical de la OFUNAM, puso en tela de juicio los enjuagues que hacía la esposa de Eduardo Mata con los solistas que contrataba, negocio que acabó pesando para que dejara la orquesta universitaria. Y como “entre broma y broma, la verdad se asoma”, muchos años después, cuando Eduardo supo de mi cercanía con Tomás, me pidió que le dijera que todo estaba olvidado y hasta le estaba muy agradecido ya que, finalmente, aquél trance resultó benéfico para su carrera pues lo orilló a abrirse camino en el extranjero. “El problema con Tomasito, no son sus ideas políticas… sino que se baña una vez al mes, lo necesite o no”, remató socarronamente.
Las celebraciones en honor a Tomás continuaron esa noche en el Palacio de la Música, durante el concierto de la OSY, tan en la mira a raíz de que finalmente se dio a conocer la convocatoria para nombrar a su nuevo titular. Fundada en 2004, esta orquesta estuvo bajo la dirección de Juan Carlos Lomónaco desde 2009 hasta que un desencuentro con el gobernador Mauricio Vila le llevó a dejarla en 2023, y si bien ya se percibían los estragos de la rutina en sus últimas temporadas, poco se hablaba de que, en todo ese tiempo, Lomónaco no logró ninguna mejora laboral para sus músicos, quienes, al día de hoy, tienen esta actividad profesional como fuente de ingresos secundaria ya que, para sobrevivir, el que no da clases de música o de idiomas, es carpintero, atiende un bar… y eso, se oye.
Lo peor no fue cuando Ivonne Ortega les congeló los sueldos –mal que bien, la orquesta siguió “sonando”-, sino que a la salida de Lomónaco, Javier Álvarez cometió el error de imponer como interino a José Areán, cuya laxitud permeó en el nivel y desempeño de la OSY, que de haber sido una de nuestras mejores orquestas, ahora me causó una muy lamentable impresión desde la primera nota: la Pavana para una infanta difunta de Ravel abría este programa que contó con Rodrigo Macías como director huésped, y ni el viernes ni el domingo sus cornos fueron capaces de tocar juntas las notas mi y dode aquel primer intervalo ni, mucho menos, afinadamente. Durante la Tercera Sinfonía de Brahms, el timbalista perdió varias de sus entradas por quedarse dormido. ¿Será que su otra chamba es de velador, y por eso llega tan cansado al concierto?
Justo es reconocer que, el domingo que se repitió el programa, mejoró el desempeño de Ella Shamoyan, la solista, cuya interpretación del Concierto para viola de Bartok fluyó menos plana y cuadrada. Afortunadamente, los aplausos no dieron pie al encore, ¡no fuera a repetir el del viernes!, que padecimos la escolástica lectura de un inciso de Piazzolla en un arreglo para guitarra y viola carente del menor encanto.
“Como no ha conseguido contratos con el gobierno de HuachoDíaz, Manuel Redondo, el empresario cercano a Vila que pagaba su generoso sobresueldo, dejó de darle esa lana a Areán. Por eso y porque ya ‘amarró’ la Mata es que dicen que está soltando este hueso… porque eso es lo que somos para él, un hueso” me confiaron varios atrilistas, temerosos de que Areán acabe dobleteando.
Hago votos porque no sea así y quien llegue a la OSY posea, además de la capacidad para recuperar las condiciones laborales perdidas, la templanza y la solvencia musical para devolverles el nivel artístico y el prestigio que tuvieron. Fácil, no la va a tener.
Mientras prevalezca la incertidumbre, no dejo de replantearme mi tan anhelado regreso a Mérida. Ya no es cosa de que se acabe el mundo. Simplemente, no me veo en un lugar que ha dejado de ofrecer buena Música. Algo que, para mí y para tantos extranjeros que han invertido restaurando casonas y asisten a los conciertos, es fundamental.