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La Fura del Baus es garantía de espectáculo. En su versión de Carmina Burana que se presentó en México por primera vez en el Auditorio Nacional, con lleno total, así lo confirma. Esto y no otra cosa es lo que ofrece la compañía. En este aspecto, no es transgresora sino conservadora. Es la época. ¿Eso está bien o mal? Es irrelevante. Tal vez, cuando inició, su apuesta escénica irrumpió como un suceso escénico y apostó por la ruptura. ¿Lo habrá hecho o sólo le tomó el pulso a su entorno? Si sólo fue esto, es mucho. ¿En algún momento comenzó a dejar de ser una cosa o la otra, ruptura o pulso? En algún momento ¿Fue una decisión, un acuerdo cómplice entre el público y la compañía, el nacimiento de una manera de ser o de un un estilo –¿quién no aspira al suyo propio?–, inclusive en un manierismo?

Digámoslo de una vez, para que no haya malentendidos: la orquesta de 11 integrantes, director, coros, cantantes, vestuario, producción más los técnicos del Auditorio Nacional ofrecieron, la noche del 20 de marzo de 2025, una función de espléndida calidad. La única función en México de una versión que se ha desde 2009 en 3 continentes y vista por más de 400 mil espectadores. El público brinda al espectáculo su atención entusiasta, se compromete con lo que ocurre en la escena, puesto que asume que sea lo que sea que atestigue, La Fura es un rito. Al final era de esperarse que todo salga bien, aunque La Fura tal vez ya no sea un rito.

La palmas de pie forman parte del ceremonial. No aplaude el lleno completo, ni siquiera la mitad. Los aplausos se alargan porque el director acaba al menos seis veces la función, no porque la ola de palmas así lo reclame. La primera, cuando acaba la obra y presenta al elenco; la segunda porque repite as usual el finale – Fortuna… obviously–; la tercera, cuando presenta otra vez al elenco; la cuarta, para avisarnos que encomendó la función a la imagen de la Virgen de Guadalupe que se encuentra en los vestidores la función; la quinta, otra vez Fortuna; la sexta, para compartirnos que le gustaría volver a México… me parece que olvido alguna más.

Sólo le faltó decir que “apesardelasdifencenciasentrenuestrosgobiernoslospueblosdeMéxicoyEspañaseguimosunidosporlazosindestructibles” etcétera. Mientras, desde la primera ronda de aplausos, los espectadores que no aplauden de pie toman las escalinatas rumbo a las salidas. Yo aplaudí un momento de pie puesapesardelasdiferenciasnentreuestrosgobiernosetcétera por animadversión al segundo sótano de la 4T cultural y puesto que los espectáculos de La Fura suelen ser impecables y ameritan las palmas dea pies, aunque a veces [me] aburra por los frecuentes altibajos en la tensión escénica de las distintas secuencias y así banaliza, abolla, hace trizas, aquello que amerita culto y respeto, como los cantos de los Goliardos.

No quiero imaginarme que hubiera sucedido si se hubiera tratado de Maldodor o Ezra Pound.

Tal vez sean más de unas 30 secuencias, no lo sé con exactitud, en los que La Fura divide el evento. Los aplausos de los espectadores que a veces respeta el director y a veces no y se sigue de frente a la siguiente secuencia, no permiten precisarlo con exactitud. Lo cierto es que antes de la media hora de un espectáculo de dos horas sin pausa los traspiés adquieren, aunque suelen recuperarse, creciente magnitud.

No son, reitero, los coros, la música ni los solistas. No son las proyecciones de distintas sobre las pantallas los costados de escenario aunque a veces sean obvias o difusas, o en el medio cilindro que envuelve la orquesta y en ciertos pasajes a parte del coro. No es la grúa a la que es tan aficionada la compañía. Es el ritmo, el conjunto en definitiva.

Es el ritmo del espectáculo, los altibajos entre unos y otros planos, al punto que no se sabe hacia donde dirigir la atención, no al conjunto como tal. Menos aún, cuando director y tenor se hacen los graciosos con el público. Es La Fura, así que no faltan los momentos portentosos. El arranque coral, las secuencias de la bacanal, lo solos de los cantantes, las constelaciones zodiacales.

La falla de La Fura es que suprime la poética de los cantos de los Goliardos, asunto serio por naturaleza ontológica, para volverlo un espectáculo. Los designios de la Fortuna, la decisión de los monjes benedictinos por la apostasía, las descabelladas doncellas y las mujeres que les acompañan desprendiéndose de las ataduras de época para arrojarse al nomadismo, la embriaguez y la lujuria, no fue entonces ni lo es hoy, un espectáculo.

La Fura, para congraciarse con esta época pusilánime, reduce a cenizas lo que aquello fue y proyecta al inicio sobre las pantallas un patético manifiesto: “(...) la joven duda (...) tal vez los Goliardos tengan razón (...) y su vida está en sus manos (...) así que no cesa de preguntarse: qué hacer y qué mujer ser”. Por fortuna, el público no aplaudió. Sin lírica, que “cada quien intérprete lo que quiera”, pregona La Fura, y por si hiciera falta, filtra pasajes que no son de la autoría de Carl Orff pero con los cuales “estaría de acuerdo”. “¿Carmina Burana versión Disney?”

Hace unos meses, antes del triunfo de Trump, circuló en TikTok un fragmento De Fortuna de Carmina Burana interpretada por niños vestidos de blanco bajo la conducción de una mentora espiritual. Naturalmente, no tenían idea de lo que sonaba en la pista y tan sólo tamorileaban con entusiasmo ante lo que suponían un canto de paz para oponerse a la invasión de Rusia a Ucrania. Esperemos no lo utilicen para promover un detergente.

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