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—Su casa es fría —le digo al entrar.
—Es helada. Dicen que a lo mejor por eso me conservo —me responde.
Cae la tarde en el centro de Coyoacán, Margo Glantz me recibe puntual como reloj suizo. Lo primero en lo que centro mi atención es en su retrato ovalado que cuelga en el recibidor, del artista puertorriqueño Antonio Martorell. Le pido subir a su estudio, pero se niega; “hay mucho desorden”. Entonces me invita a pasar a la sala, donde apenas se asoma un poco de luz por el enorme ventanal que da hacia su jardín.
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Glantz lleva más de medio siglo habitando esa casa, ha hecho suyo cada rincón, llenándolo de piezas curiosas, como los perros de cerámica de su mesa o la maqueta con zapatos que le hizo Montserrat Pecanins. Este día están con ella los perros de su hija Renata, que está de viaje, y su jardín reboza de ladridos.
Llevo conmigo 23 libros de su autoría que he coleccionado a lo largo de los años. Se sorprende al verlos, en especial Las mil y una calorías, novela dietética, su primer libro de ficción que publicó en 1978 a los 47 años.
—¡Qué barbaridad! ¿Dónde lo consiguió? —me pregunta.
—En una librería de viejo.
—Pues debió salirle caro, porque ya no existe más. Fue una edición que tuve que pagar a cuenta de autor, lo hicimos a mano con mis hijas y mi sobrino.
—El título claramente lo inspiró en Las mil y una noches, ¿no?
—Yo estuve en Estados Unidos enseñando en La Jolla, California. Iba con mi hija Renata, que tenía seis años, a veces no tenía quién la cuidara y me quedaba en casa trabajando, viendo televisión y comiendo como loca. Entonces me di cuenta que tenía que adelgazar porque estaba empezando a ponerme muy pasada de peso y cuando regresé a México decidí escribir un libro como una especie de trabajo dietético y escribí Las mil y una calorías. Le puse así por Las mil y una noches porque era un libro que había estudiado muchísimo y que enseñé varias veces en la universidad.
Sigo sacando libros de mi mochila, pongo ante sus ojos sus ensayos La aventura del conde de Raousset-Boulbon (1973), Doscientas ballenas azules y cuatro caballos (1981), Las genealogías (1981), El día de tu boda (1982), De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos (1984), Borrones y borradores (1992), Esguince de cintura (1994), El rastro (2002) o Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador (2005).
Sentada en su sillón café, Margo mira atónita. “Con ésta gané el Villaurrutia”, dice mientras hojea el ejemplar de Síndrome de naufragios (1984). “Esta fue mi lectura de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua”, menciona refiriéndose a su discurso sobre José Gorostiza y Juan Rulfo en 1996.
No obstante, el libro que más le sigue sorprendiendo es el primero. “¡Qué bárbaro! ¡Qué bonita es esta edición!”, dice mientras lo hojea.
***
—¿Siempre ha sido así de curiosa Margo Glantz? —le pregunto.
—Sí, soy curiosa y me gusta abarcar muchas cosas —responde.
—¿Cómo pasa los días en esta casa de Coyoacán?
—Subo y bajo escaleras, leo, veo películas, desayuno, veo a amigos, pienso.
En su libro Yo también me acuerdo (2014) dice: “Mientras mis compañeros de generación eran precoces y escribían novelas cuando tenían 20, yo seguía siendo una joven promesa a los 40 años”.
—Me refiero a los libros de ficción, porque de ensayo tenía yo como 34 cuando apareció el primero —se refiere a Viajes en México. Crónicas extranjeras (1964)—, porque mi doctorado en Francia fue sobre los viajeros franceses en México y tenía mucho material para hacer un libro de los caminos en el siglo XIX para la Secretaría de Comunicaciones, más ameno, más cotidiano y accesible que un trabajo doctoral.
—Como lectora ¿la ficción siempre estuvo presente en su vida?
—Toda mi vida desde que era niña, la literatura fue definitiva para mí, no podría vivir sin la literatura, empecé a escribir ficción tarde, pero siempre estuve dedicada a las letras, desde la primaria. En la secundaria y preparatoria, hice muchos trabajos y tomé clases de ciencias sociales porque pensaba estudiar Filosofía y Letras; luego hice una carrera y me doctoré en Francia. Regresando a México casi inmediatamente comencé a trabajar en la Preparatoria Nacional y a los seis meses pude entrar a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, de la cual soy maestra desde hace 60 años, entonces mi carrera realmente empezó ahí; yo estudié en la Facultad de Filosofía y Letras y la dejé para irme a Francia con mi marido de entonces, juntos hicimos una carrera, él se doctoró, yo también me doctoré, regresamos a México y ambos empezamos una carrera de docentes y de escritores.
—Hemingway dijo: “Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas donde vayas, el resto de tu vida” ¿Le parece?
—Tenía razón, por lo menos a mí me marcó Francia; me doctoré en La Sorbona, pero mi vida en Francia fue interesante (su voz comienza a sonar emocionada) porque ahí viví mucho de lo que no había vivido en la adolescencia; viajé enormemente, conocí muchísima gente, viví muchas experiencias fundamentales como estudiante, y tuve experiencias políticas y culturales de gran envergadura que me permitieron crecer mucho.
***
El frío sigue reinando por la casa, los perros de su hija nos miran por la ventana y ella cruzada de piernas y un poco inclinada responde breve como en sus tuits. Trae puesto un pantalón sastre y un abrigo largo color negro, su blusa café es un tono más claro que su rebelde cabellera, y su pashmina verde limón le da un toque fresco, de vitalidad.
—Tuvo muchas mudanzas en su infancia ¿Hay alguna casa que la haya marcado en particular?
—La verdad no, porque estábamos poco tiempo. Quizá recuerdo mucho una que estaba enfrente del convento de Popotla, junto al Árbol de la Noche Triste, ahí vivimos un tiempo, era una casita bonita y estaba vinculada a la iglesia donde me convirtieron al catolicismo, por lo que recuerdo bastante esa casa.
—Ha dicho que no es religiosa, pero siempre está esa constante en sus libros.
—Creo que tuvo que ver la conversión, que fue importante. Y de alguna manera mi predilección por Sor Juana tiene que ver con eso, no sé si es consciente pero ahí está.
—¿El judaísmo lo ha conciliado o ya no lo practica?
—Me siento muy judía pero no soy una judía practicante.
—¿Cómo es un judío practicante?
—Religioso, respeta las reglas de la comida, asiste a la sinagoga y si fuera muy religiosa, tendría que usar peluca, pero no soy así.
—En Las genealogías habla de los cojines de plumas que trajo su mamá en su exilio. ¿Recuerda cuáles fueron los objetos que formaron parte de su infancia?
—Los colchones de plumas —dice sin dudar—. Mis padres trajeron de Rusia estos objetos que eran importante para ellos, porque era la forma de tener seguro el calor, entonces mi madre se trasladó con varios baúles de almohadones.
—¿Con qué objetos se traslada Margo Glantz cuando se desplaza?
—Con ropa, zapatos y muchos libros.
—¿A parte de los libros, la ropa y los zapatos, qué otros objetos la conforman?
—Ahorita lo único que me conforma es la televisión.
—¿Qué ve en la televisión?
—Veo series, películas y cosas que me interesan.
***
Margarita Glantz Shapiro nació el 28 de enero de 1930. Es una testigo privilegiada que ha podido llevar registro del proceso de liberación femenina a lo largo de este siglo.
“Cuando era joven, era más difícil. No me di cuenta de lo difícil que fue, me doy cuenta en retrospectiva, pero ahora las mujeres todavía no gozamos de derechos plenos, nada más hay que pensar lo que pasa en Irán o Afganistán, que se les niega el derecho a las mujeres a ir a la universidad. Para Sor Juana, por ejemplo, el convento era la única posibilidad de hacer una universidad autodidacta”.
Ahora la literatura escrita por mujeres es cada vez más importante; sin embargo, “no nos hemos liberado totalmente porque tenemos que decir literatura femenina y literatura, es decir, nos ponen aparte, aunque hay mujeres tan importantes como Virginia Woolf y Sor Juana”.
—¿Cómo vive una mujer independiente?
—Debe tener independencia económica e independencia mental. A mí me costó trabajo tener ambas cosas, pero las logré y afortunadamente las sigo teniendo.
—Usted es de la primera generación de mujeres que votó en México, ¿no?
—Sí, yo tenía 24 años porque fue en 1954 y ya no me acuerdo dónde voté. Yo recuerdo que voté en México, pero yo estaba en París en 1954 y no se podía votar en París y no entiendo cómo fue, porque me acuerdo que hice cola para votar, pero cuando leo que fue en el 54, yo no estaba en México en el 54.
—¿Cómo fue el ambiente entre las mujeres?, ¿había emoción por ese voto?
—Durante 20 siglos y muchísimo más no se pudo. Es más, digamos que hasta apenas en Nueva Zelanda se votó a finales del siglo XIX, en Inglaterra a principios del siglo XX y en México a mediados del siglo XX, y hay países donde las mujeres no tienen aún ni el voto, éramos como en la Grecia Helénica, seres sin ciudadanía, porque si uno no tiene derecho al voto, no es un ciudadano pleno, y las mujeres no éramos ciudadanas hasta 1954.
—¿Sigue votando?
—Sí.
***
En sus ensayos y novelas, además de dejar huella de sus obsesiones, ha plasmado los entornos y ciudades en las que ha vivido. Ha sido profesora visitante en las universidades de La Jolla, Pasí, Yale, Cambridge, Princeton, Berkeley, Harvard, Stanford, Barcelona, Londres, Viena, Buenos Aires y Santiago, entre otras.
—¿Cuál es el cambio que más le sorprende en la Ciudad de México?
—Mire, he visto crecer la Ciudad de México, quizá lo que me sorprende es salir de mi casa y ver la cantidad de edificios altísimos y de barrios que desconozco; ver cómo se ha extendido la ciudad. Muchas cosas que pasan ahora no las entiendo, no las conozco. Ha cambiado muchísimo Paseo de la Reforma, Polanco, Coyoacán. Yo recuerdo una ciudad pequeña, transitable, caminable; ha dejado de serlo.
—¿Sale a caminar en Coyoacán?
—En general, sí camino mucho, voy caminando y voy pensando.
—Su cabeza debe de ir a toda velocidad como sus libros…
—Depende.
Dice en uno de sus libros al respecto: como si viajar fuera el propio destino. ¿Sigue pensándolo?
—Una de las cosas que más me preocupan ahora es que, después de la pandemia y porque ya estoy muy vieja, es más difícil viajar. En 2023 viajé poco, estuve en los Estados Unidos visitando a una amiga y estuve también en Portugal porque mi hija menor, Renata, regresó para restaurar algunos azulejos de la embajada de México en Lisboa. Además, he viajado por México. Antes viajaba como seis meses al año y esta vez he viajado, a lo sumo, un mes.
—¿Y no se cansa de viajar?
—Me encanta viajar… me canso más ahora obviamente, pero pido silla de ruedas en el aeropuerto.
—Uno de sus viajes emblemáticos fue a la India, hasta escribió Coronada de Moscas (2012).
—Hice tres viajes a la India: el primero con mis hijas, mi sobrino, con Mario Bellatin, Luz del Amo y con otros amigos. Pero en general, la India es un país hermoso y al mismo tiempo sucio, mucha mendicidad, gente discapacitada, sin brazos, ciegos, gente con enfermedades, con lepra y, al mismo tiempo, con una gran belleza en los rostros, la ropa, los monumentos. Es un país contrastante, impresionante, me interesó mucho.
***
Glantz cree que “todo lo que uno escribe es, hasta cierto punto, autobiográfico” y sus libros también son una cartografía de sus obsesiones, desde el cuerpo fragmentado hasta los personajes que repite y hace suyos en el plano literario: Kafka, Melville, King Kong, Colón, Cortés, Malinche, Díaz del Castillo, Núñez Cabeza de Vaca o Sor Juana.
Al mirar sus libros en cronología, puede verse cómo ha ido desarrollando cada una de estas obsesiones; por ejemplo, en Las mil y una calorías, novela dietética (1978) incluye el fragmento “82. Historia de ballenas” que después repite en su siguiente libro Doscientas ballenas azules y cuatro caballos (1981); sucesivamente en este libro aparece un fragmento sobre Álvar Nuñez Cabeza de Vaca que se repite en Síndrome de naufragios (1984) y así continúa repitiéndose y reescribiéndose a lo largo de toda su obra.
—En casi toda su obra, salvo los libros de ensayo, ha utilizado el fragmento ¿Por qué?
—Los libros de ensayo exigen otro tipo de relación con la escritura, tengo que desarrollar ideas y no pueden ser totalmente fragmentarios, entonces trabajo dividiendo en capítulos pequeños, pero siguiendo un ritmo mucho más extenso que los fragmentos que hice en Yo también me acuerdo (2014) o en Por mirarlo todo nada veía (2018).
—Ha dicho que no inventó nada, pero fue de las primeras en trabajar el fragmento en la literatura mexicana…
—Sí, yo hice cosas importantes antes que otras personas.
—¿Y qué siente que su escritura se revalorice y las autoras jóvenes la tomen de ejemplo?
—Lo contemplo nada más. Veo que tuve mucha visión y hasta apenas me doy cuenta.
—El cuerpo humano ocupa un lugar muy importante en su obra, ¿por qué?
—El cuerpo femenino me obsesiona, lo he tratado de desmontar en numerosos libros, he trabajado numerosas partes del cuerpo fragmentándolo y creo que, como decía mi hija, lo único que no he trabajado es mi joroba.
—¿Cómo empezó esta obsesión por el cuerpo femenino?
—Mi preocupación comenzó cuando yo me miraba en el espejo, y decía: ¡qué horror! tengo cara de emperador romano. Y pude contemplar mi literatura a través de mi cuerpo.
—Otro factor siempre presente en su obra es el erotismo, siempre lo encuentra en los motivos menos esperados….
—Pues sí, me interesa el erotismo, me parece una de las cosas más importantes del ser humano, sin erotismo, no existiríamos.
—¿Así de plano?
—No habría niños… pero yo trabajo el erotismo en el sentido del goce del cuerpo, no necesariamente como procreación, aunque muchas veces conduce a eso, pero es uno de los goces más extremos y maravillosos que pueden existir: el contacto de dos cuerpos que se encuentran y que gozan juntos es una de las cosas más maravillosas de la existencia humana.
***
—Nora García es un personaje que ha repetido en varias novelas, ¿por qué?
—Es un alter ego que me ha servido como interlocutor, para no manejar la primera persona de manera directa como lo hago en Las genealogías y es un personaje que es diferente en cada libro y expresa mis pensamientos y mis sentimientos.
Me llama la atención que, en El rastro (2002), Nora García sólo se fija en la ropa de la gente y los zapatos con los que van vestidos al funeral de su amante…
—Nora es muy frívola.
—¿Frívola o distraída?
—Eso decídalo usted como lector…
Entonces es distraída…
—Ha ido a velorios, ¿no? Sabrá que no es lo mismo el velorio de alguien cercano que el de un amigo; pero en general los velorios son como fiestas de sociedad.
Margo acaba de cumplir 94 años, una vasta obra con más de 30 títulos, múltiples becas, doctorados honoris causa y premios la respaldan. Está de más detenerse a expresar lo lúcida y en forma que se encuentra.
“Simplemente he llegado paulatinamente y casi sin sentirlo a una edad en la que soy bastante conocida, me encuentro en la calle a gente que se emociona por verme y digamos que está bien, me emociona que haya interés en lo que escribo”.
En 2010, Glantz entregó sus papeles, correspondencia y las ediciones de sus primeros libros a la Universidad de Princeton. “Ahora tengo más material que estoy organizando para mandarlo completamente allá. Es decir, las versiones diferentes de los libros que ya había escrito porque me han reeditado y he publicado mucho después de 2010.
—¿Por qué donó su archivo a Princeton?
—Porque he estado mucho ahí y en universidades extranjeras dando clases, además en Princeton tienen una biblioteca con una sección de escritores latinoamericanos, me pidieron que entregara mis manuscritos y los entregué. Conversando con Sergio Pitol lo convencí para que también entregara sus manuscritos, hay mucha gente que está allí como Carlos Fuentes; recientemente Diamela Eltit los entregó.
—Curioso, pero parece que allá valoran más esos archivos que en México.
—Mire, yo no quería darle el problema a mis hijas de que tuvieran que organizar mis papeles y mi biblioteca, mejor los dejo en orden y en Princeton es mucho más fácil consultarlas porque desgraciada o afortunadamente están mucho más organizados allá.
—Se ha declarado múltiples veces como procrastinadora, ¿Cómo logra ponerse a trabajar?
—Ahora estoy procrastinando más que nunca, pero cuando tengo un proyecto generalmente trabajo todos los días de 10 a 3 de la tarde. Cuando viajo, hago diarios y luego los paso. Durante mucho tiempo trabajé en periódicos como Excelsior, Novedades, el Unomásuno y La Jornada con columna fija. Y como usted ve, han sido bastantes mis proyectos —dice señalando los 23 libros.
…
…
—¿Y va a querer que le firme todos esos libros?
—Sí puede, sí.
—Claro que puedo —se levanta de su sillón café y va al recibidor por una pluma.
Los perros de su patio ladran mientras ella comienza a firmar.