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La famosa frase “nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución”, del biólogo Theodosius Dobzhansky, no parece tener mucho “sentido” en la producción de compuestos psicodélicos de un hongo para su posterior consumo por un ser humano.
¿Cuál es el sentido de este binomio biológico? No hay forma de saberlo y aunque hay hipótesis polémicas de que ello habría ayudado a la evolución del cerebro de nuestros antepasados, eso ¿en qué beneficia al hongo y su especie?
No obstante, quizá hay un ápice de consuelo en el entendimiento de esa relación si enmarcamos que el surgimiento del ser humano y de la vida como la conocemos tuvo como antecedente la existencia de los hongos y que, muy probablemente, cuando nosotros nos hayamos esfumado de la Tierra, ellos seguirán aquí porque este planeta es suyo.
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“La función de los hongos es reciclar los desechos, tanto en la tierra como en la mente”, escribe Naief Yehya en su libro El planeta de los hongos (Anagrama, 2024). “Se multiplicarán caprichosamente los imperturbables micelios y seguirán produciendo psilocibina y otras sustancias psicotrópicas para los seres que lleguen a ocupar nuestro lugar”.
En entrevista, el escritor y periodista conversa sobre su más reciente ensayo, el cual no especula más sobre esos futuros consumidores de psilocibina dentro de un relato de ciencia ficción, sino en la historia cultural de los hongos psicodélicos que, sin embargo, está compuesta por algunos pasajes alucinantes que han rebasado la misma ficción.
“Busqué por todos lados y me pareció́ bastante asombroso que un tema tan ‘mexicano’ y que nos concierne profundamente no hubiera sido abordado en un libro en español. Obviamente sí desde la academia, la investigación y desde otros lugares, pero no desde la crítica cultural, lo que yo hago, y la búsqueda de referencias que se van entretejiendo con lo cotidiano, con el arte, con la ciencia, con la tecnología, en un entramado vinculado con el quehacer de todos los días”.
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El resultado fue un libro que llena un hueco en la literatura hispanohablante, en medio del resurgimiento de la cultura psicodélica en occidente, principalmente en Estados Unidos. Pero se trata de un ensayo que va más allá de cómo los hongos psicodélicos y la psicodelia han moldeado nuestra cultura, sino también de cómo han sido el combustible de la ciberdelia que rige el mundo y nuestra tecnología más cotidiana.
Fue esta última idea la que propició la existencia de El planeta de los hongos. Sin embargo, para llegar hasta ahí, primero el asombro: “Yo no sabía nada de hongos, más que habérmelos comido y sentir sus efectos, desde alimenticios hasta psicodélicos”.
Una magia extraña
Desde su área, más asentada en la ciencia y la ingeniería, Yehya ingresó a un mundo donde todo es ambigüedad, posibilidades y desconocimiento. “Sobre todo de un gran, gran desconocimiento de unos organismos que nos han acompañado a lo largo de toda la historia y desde de nuestras células; sin embargo, no los conocemos bien, apenas nos hemos asomado un poco a sus vidas, a sus universos. Los usamos en diez mil cosas, pero son unos extraños o, más bien, nosotros somos unos extraños para ellos”.
Tras el recorrido por historias improbables y psicodélicas, algunas otras mágicas, trágicas y poco éticas, el camino del autor de Pornocultura y Mundo dron coincide con esta nueva oleada psicodélica, en la cual los psicoactivos vuelven a aparecer ya no exclusivamente como algo transgresor ni como parte de un entretenimiento, apunta, sino como un agente terapéutico y curativo –un proceso trunco que comenzó décadas atrás y fue detenido por el prohibicionismo estadunidense. “Una nueva magia, que tampoco entendemos muy bien cómo funciona. Tenemos un poco la idea de cómo y qué es lo que hacen los hongos alucinógenos, no obstante, nadie entiende bien por qué lo hacen. Y bueno, creo que el camino estaba pintado muy claramente para mí, el cual me llevaba directamente de regreso a mi territorio, que es la tecnología, en particular internet, desde muchos puntos”.
Ciberdelia
El escritor emprendió el viaje psicodélico de realizar este libro para explorar y exponer que en los hongos también vemos el sublimado reflejo de internet y nuestro mundo digital de maneras impensables hace décadas.
“Es lo que me convenció de lo importante y lo urgente que era hablar de esto ahorita mismo y no esperarme un año más o escribir un libro en cinco años mucho mejor documentado (…) Me pareció importantísimo pensarlo ahora, porque este es el momento en que ya tenemos entre 20 y 30 años con internet, viviendo en este mundo digitalizado que es, en buena medida, resultado de investigación científica vinculada con la representación del mundo de manera digital, esto es, con circuitos de diferentes naturalezas y básicamente a través de interfaces: pantallas, teclados, mouse, en fin, lo que quieras”.
Este mundo digital fue creado, enfatiza, bajo la influencia de los hongos y la psicodelia en general, del LCD y la psilocibina. “Muchísimas de las gentes que desarrollaron esto, desde técnicos, hasta pensadores como Jobs o Gates y gente que tuvo que ver con su inversión, difusión o prostitución –como Elon Musk–, todos tuvieron grandes experiencias con los psicodélicos o siguen teniéndolas”.
Desde encontrar soluciones técnicas, resolver ecuaciones o hallar respuestas a problemas físicos, hasta imaginar cómo crear este mundo digital o cómo utilizar poliedros en una superficie bidimensional para representar un universo tridimensional, ejemplifica el autor, y que permiten hacer una videollamada desde Nueva York hasta la Ciudad de México u otros usos que forman parte de nuestra vida cotidiana, se deben a que alguien pudo resolver problemas de comunicación, transmisión y otros retos técnicos que, “probablemente se hubieran podido resolver de otra forma, pero tocó que buena parte fueron resueltos por una bola de pachecos que se metían cosas para inspirarse y tener ideas creativas”.
El recurso psicodélico –incluso corporativizado en empresas como las de Silicon Valley para mejorar su producción– dio lugar a la ciberdelia, señala Yehya. “Es decir, la cibercultura tiene mucho que ver con qué se metía la gente para crearla o inventarla; la ciberdelia no llegó, se creó, construyó y se armó en unos pocos años. Es un universo de una complejidad extraordinaria con unas posibilidades delirantes que nadie se imaginaba al principio y que cada vez son más grandes, más demenciales y en gran medida tiene que ver, de una u otra forma, con el consumo de alucinógenos”.
El mundo de los hongos
El objetivo de su libro, resalta el escritor, también es hablar sobre nosotros mismos a través de los hongos alucinógenos, no solo de nuestra relación con la sociedad y con la cultura, sino también con aquello que hemos ignorado o desconocido, de reflexionar además de nuestro vínculo con el planeta, algo que guarda muchos misterios. Quizá halla en estos seres fructíferos un formidable recordatorio de ello.
“Lo resumo en algo muy sencillo: ¿para qué hacen los hongos una sustancia psicotrópica? ¿O sea, para qué? En otros casos podemos entender por qué ciertos animales, insectos y plantas producen ‘x’ o ‘y’ sustancia que utilizamos de una u otra manera. Sin embargo, en el caso de la psilocibina parece todo tan gratuito, o sea, nadie ha podido demostrar que ésta u otras sustancias psicotrópicas tengan una función verdaderamente indispensable para el organismo que la produce, para el hongo; puedes especular que sirve para protegerse, para atraer a otros animales o no sé, para lanzar el polen por todo el universo, lo que sea, pero ninguna de esas respuestas es cien por ciento acertada o total”.
El escritor prefiere quedarse con ese misterio y esa duda, con el proceso de seguir una búsqueda, del imaginario de posibilidades que permitan la creación de más literatura.
Uno de esos misterios será nuestro papel frente a estas creaturas primigenias, si bien con una agenda ecológica, con otro mensaje profundo e inefable a la vez. Naief Yehya nos invita a no perder de vista que, en medio de este misterio, vivimos en el planeta de los hongos, donde nosotros somos unos visitantes extraños, sucios y confundidos por nuestra desconexión con éste.
“Queda clarísimo que una vez que terminemos por destruirlo todo, incluyéndonos, los hongos van a seguir ahí. ¿Que hongos? No sé algunos hongos, otros no (…) Pero cuando ya no haya más humanidad aquí, llegarán a limpiarlo todo y reprocesarán todo lo que hayamos destruido, contaminado, vuelto tóxico y darán lugar a otras formas”.
Entonces este es el planeta de ellos, enfatiza. “Los humanos sólo somos turistas sucios”. El título del libro se devela con una nitidez cada vez más clara conforme el ensayo se desenvuelve y se surca el viaje literario.
“Entonces, un poco por ahí viene el nombre. O sea, los hongos no solamente crean un universo de una enorme complejidad en sus interacciones en un bosque, cuando llegan y empiezan a tender, a través del micelio, redes de comunicación, de intercambio y de información también con los demás organismos en el bosque o donde sea.
“Hay hongos prácticamente en todos los ecosistemas posibles, salvo la Antártica (quizá sí los hay), en el resto del mundo están presentes. Una vez que tienes esta complejidad, esa gran diversidad, todo lo demás va sentándose encima de ella, va tomando forma alrededor de ellos. Luego, una vez que los consumimos como psicodélicos, vemos este otro aspecto del universo, este otro planeta de la alucinación y de las posibilidades alternativas de coexistir con nosotros mismos”.