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“Este es un momento muy peligroso para los escritores en muchas partes del mundo y, aun así, perseveramos de alguna manera. No es nuevo que los escritores estén en peligro por regímenes autoritarios, pero el trabajo sobrevive. García Lorca fue destruido, asesinado por los matones de Franco, pero su poesía sigue viviendo y la Falange se ha ido. El poeta Ovidio fue expulsado por César Augusto y pasó el resto de su vida en el exilio, pero su poesía sobrevive y el Imperio romano se ha ido. Así que el trabajo sobrevive… los escritores, a menudo no”. Con una risa tímida, Salman Rushdie termina su conversación con varios periodistas en el marco del Hay Festival Cartagena 2025 donde habló, entre otros temas, de Cuchillo (Penguin Random House, 2024), su libro más reciente.
Ser atacado por un agresor que hunde su puñal once, doce, no se sabe bien cuántas veces en la carne, tan disponible, expuesta al filo. Perder sangre, escuchar los gritos, el traje estropeado, creer que iba a morir, decenas de pensamientos que se agolpan, la inminencia del propio final, el dolor que parece otra cosa, tanta confusión: “O sea que eres tú. Aquí estás”, pensó cuando vio al hombre correr hacia él. La muerte venía a llevárselo, creyó en ese momento: “¿Por qué ahora, después de tantos años?”.
Tantos años eran treinta y tres, esos que transcurrieron desde que el líder supremo iraní Ruholá Musavi Jomeiní proclamó vía radial una fatua sobre él (opinión jurídica o decreto emitido por un erudito sobre cualquier asunto o incidente desde el punto de vista de la Sharia que, aunque no es vinculante desde el punto de vista judicial, debe ser acatado). Con ella informaba “a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de 'Versos satánicos', un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el Profeta del Islam y el Corán (…), están condenados a muerte”. Ese fue su llamado a asesinar sin demora al creador de aquel libro “infame”, para que nadie nunca más osara denigrar las creencias sagradas de su dogma.
El escritor había vivido bajo esa sentencia de muerte durante más de tres décadas, una que casi llegó a materializarse el 12 de agosto de 2022 en el anfiteatro de Chautauqua, al norte del estado de Nueva York, justo antes de su conferencia sobre “la creación en Norteamérica de espacios seguros para autores extranjeros”… Hablemos de paradojas e ironías.
Dos años después de la agresión que le quitó la vista del ojo derecho y le dejó una mano inmóvil, que le valió un trastorno por estrés postraumático y le entregó muchos sueños en los que huía, quedaba atrapado entre multitudes, caía en un aterrizaje forzoso, él mismo era un asesino, rescataba una ciudad sitiada o volvía a su amada Bombay, apareció esta obra como un ejercicio del lenguaje, su cuchillo propio, herramienta que utilizó para restaurar y recuperar su mundo, hacerlo suyo de nuevo.
Casi al final del libro —el lenguaje como arma— una conversación imaginada con su atacante, una poderosa licencia de la ficción. “No quiero utilizar su nombre aquí. Mi agresor, mi asesino potencial, el Alcornoque que hizo ciertas Apreciaciones sobre mi persona y con quien tuve un Altercado casi mortal (…). Sin embargo, en este texto me referiré a él de manera más decorosa como ‘el A.’”.
Ese A., el estadounidense de origen libanés Hadi Matar, dio algunas declaraciones al New York Post desde la cárcel del condado de Chautauqua, donde fue llevado después de la agresión a Rushdie. Allí se declaró no culpable, y admitió haber actuado en solitario, respetar al ayatolá Jomeiní y haber leído solamente un par de páginas de Los versos satánicos. Sorprendido porque su víctima sobrevivió, afirmó que no lo consideraba una buena persona: “Es alguien que atacó el islam, atacó sus creencias, el sistema de creencias”. Señaló haber visto muchas de sus conferencias: “No me gusta la gente que es tan farsante”.
Rushdie cuenta que decidió inventar una charla con el A. a partir de esas declaraciones, lo cual le resultaba mejor que buscar una imposible e improbable conversación cara a cara. Fue más lejos, se encontró con él en su imaginación, creó un diálogo con preguntas, afirmaciones, indagaciones y respuestas sobre el ataque: “¿Y si te dijera que, cuando algunos neoyorquinos se opusieron al proyecto de construir una mezquita cerca de la Zona Cero del 11-S, yo defendí el derecho a que hubiera una mezquita allí? ¿Y si te dijera que me he opuesto contundentemente a la ideología sectaria de la actual administración india, de la que los musulmanes son la víctima principal? En cierto modo escribí ese libro, Shalinar el payaso, sobre ti antes de conocerte siquiera, y al escribirlo supe que el carácter es el destino; en tu caso, hay algo que trato de dilucidar, algo dentro de ti al margen de todo ese ruido de Yutubi que hizo posible que acabaras empuñando el cuchillo”, desarrolla en el libro. El autor sonríe al recordar ese diálogo ficticio: “Además, eso hace que me pertenezca. Eso también me gusta. ¡Ahora es uno de mis personajes!”.
Alguien le pregunta sobre la venganza, y Rushdie afirma, sin dudar, que es una pérdida de tiempo: “Lo único que hace es interponerse en el camino, ocupar tus emociones, distraerte, así que no tengo ningún interés en eso. Mi interés ahora es ir más allá de ese acontecimiento. Quiero seguir con mi vida”. Así lo ha hecho, convencido de que el arte acepta el debate, la crítica y hasta el rechazo, y sobrevive a quien lo reprime, pero jamás debe aceptar la violencia. Declara, eso sí, que espera que ese hombre permanezca encerrado por un largo tiempo: “Es el único interés que tengo respecto a él: asegurarme de que reciba una sentencia muy larga. Más allá de eso, no hay ninguna conversación que yo quiera tener con él”. De esa manera lo decreta en Cuchillo cuando le dice: “No te perdono. Yo NO perdono. Simplemente me traes sin cuidado. Y desde este momento, y hasta el fin de tus días, le traerás sin cuidado a todo el mundo. Me alegro de vivir mi vida, no la tuya. Y la mía seguirá adelante”.
La poeta, novelista, fotógrafa y artista visual Rachel Eliza Griffiths, actual esposa de Rushdie, se cuestiona en uno de sus versos: “¿Y qué es la memoria sino una fascinante matemática de errores y correcciones?”. Al indagar sobre el ejercicio de memoria que desembocó en este libro, el escritor expone que una de las cosas extrañas es que la memoria no es exacta: “La forma en la que uno recuerda algo muy pocas veces corresponde exactamente a lo que muestra el registro. Por ejemplo, en mi recuerdo del ataque, cuando vi que este hombre se me acercaba, me levanté, y eso es lo que escribí en el libro, que me levanté. Pero si miras el registro, yo no lo hice; yo todavía estaba sentado. Así, el registro y el recuerdo no coinciden. Cuando recordamos cosas, las reinventamos. Para mí siempre ha estado ahí y ha sido muy interesante ese asunto de cómo la memoria es una especie de ficción. Ha estado desde mis primeros escritos y en este caso, obviamente, se ha hecho más dramática, pero sigo creyendo en esa disparidad entre la memoria y la verdad”.
El libro también pasa por varias reflexiones sobre la muerte, entre Milan Kundera y Raymond Carver, y su gran amigo Paul Auster, fallecido en 2024. A la pregunta sobre su manera de lidiar con esa idea, señala que es un hecho afortunado ser artista porque es una forma de responder a lo que nos ocurrirá a todos: “De alguna manera, lo extraño es que ninguno de nosotros sabe el final de nuestra propia historia. Todos estamos incompletos y cuando venga el momento de la completación no podremos hacer nada sobre ello, porque no sabemos cuándo ocurrirá. ¿Cómo lidiamos con el hecho de no saber el final de nuestra propia historia, de solo saber que el final llegará? Es un buen tema”. Lo afirma porque, a sus 77 años, “una de las cosas que sucede es que empiezas a perder gente y a darte cuenta de que la generación con la que creciste se está yendo. Muy a menudo hay pérdidas, gente que ha llegado al final de su vida. Es… simplemente inevitable y uno tiene que aprender a lidiar con la pérdida. Muchos de mis amigos cercanos se han ido y es una tristeza”, dice mientras la sonrisa se desdibuja.
Para el autor era esperable que le pidieran su opinión de Donald Trump; es uno de los grandes temas del momento. En su libro discurre sobre los tiranos que crean falsas narrativas para justificarse y afirma que Estados Unidos “parece volver a la Edad Media entre el supremacismo blanco, la religiosidad anticuada e ideas fanáticas contra los negros y las mujeres”. Por eso responde que no es de extrañar su rechazo al Partido Republicano en general, y a Donald Trump en particular: “Creo que estamos en un momento muy preocupante en Estados Unidos; parece que cada día hay una calamidad diferente, y la única perspectiva son cuatro años de esto, no solo en Estados Unidos, sino a nivel internacional. Las consecuencias de las elecciones estadounidenses se sentirán en todo el mundo. Insisto: es un momento muy preocupante”. Siente que la oposición está en una especie de estado de confusión porque no tiene un líder: “Realmente no ha encontrado su voz, lo cual debería suceder pronto, porque en este momento la administración no tiene oposición y necesitamos descubrir cómo contraatacar”, afirma.
Ante la cuestión de cómo ha visto cambiar a la sociedad estadounidense respecto a lo que trabajó en novelas anteriores como La decadencia de Nerón Golden, su autor reclama que le resulta muy molesto entender que en el país donde vive hay tantos millones de personas que piensan como lo hacen: “Creo que el fenómeno del trumpismo es más preocupante que Trump en sí mismo, porque eso no va a pasar, incluso si la siguiente administración va en una dirección diferente —tal vez lo haga, vamos a ser optimistas—. Pero esos cientos de millones de personas que piensan así no van a desaparecer. ¿Qué significa eso para una sociedad, estar tan dividida? Escribí tres novelas consecutivas tratando de entender dónde está el país y no sé qué tan bien lo hice. Pero una sociedad tan dividida está en peligro. ¿Qué se puede hacer sobre eso? No tengo la respuesta, pero al menos tengo la pregunta. La literatura es mucho mejor con preguntas que con respuestas. Los políticos siempre tienen respuestas para todo; los artistas usualmente no tienen respuestas, pero si son buenos, hacen las preguntas correctas”, exclama.
Esta historia está en uno de sus puntos álgidos y, como bien lo dice su protagonista, ninguno de nosotros sabe el final. A pocos días del inicio del juicio contra Matar en un tribunal neoyorkino, a cuya sala el acusado entró gritando consignas políticas, es ineludible la seguridad personal de Rushdie. Siempre expuesto y tal vez vulnerable, pero decidido a continuar y “escribir el siguiente capítulo de mi vida”, el autor concluye: “Cuando hay eventos públicos grandes (un conversatorio con el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez), debemos tener más cuidado, eso es todo. Debe haber una presencia de seguridad que quizás hace un par de años no hubiera sido necesaria. Antes de que yo acepte hacer un evento con más de mil personas, como la de la noche pasada, tenemos que tomar ciertas precauciones. Tal vez la seguridad no estaba visible, pero estaba ahí”.
Una felicidad herida, una sombra en un rincón de su dicha que no le resta peso a su felicidad consistente. Esa es la vida después del ataque, que la literatura le ha permitido llevar como carga más ligera porque “la canción es más fuerte que la muerte”.