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Más de tres siglos después de ser escritos, en la Biblioteca Nacional de México, el historiador Tesiu Rosas descubrió dos manuscritos que guardan los últimos vestigios de las lenguas ópata y barbareña, declaradas extintas por el Instituto Nacional Indigenista hace cien años.

El primer manuscrito, con el registro MS 1494, lo escribió el jesuita Natal Lombardo en Sonora en 1685. Este volumen, encuadernado en pergamino natural en Génova, Italia, en 1666, reúne dos obras: el Arte de la lengua Teguima y el Vocabulario de la lengua ore. Este último es un diccionario buscado desde el siglo XIX.

El segundo manuscrito, de formato pequeño, encuadernado en el siglo XIX y con el registro MS 858, fue elaborado por el franciscano Juan Cortés en 1798, en el sur de California, cuando ese territorio aún pertenecía a la Nueva España. En sus páginas contiene una doctrina y un método para la confesión de los indígenas, es por eso que puede leerse tanto en español como en barbereño, “Los mandamientos de nuestra Santa Madre Iglesia”.

Ambos volúmenes, de papel suave, amarillento y caligrafía precisa, son un registro invaluable de estas lenguas muertas. Por ello, a finales de 2024 fueron reconocidos como parte del programa Memoria del Mundo de la UNESCO.

Primera identificación

Para comprender la importancia de los descubrimientos, es útil retroceder en el tiempo. Todo comenzó en 1648, cuando el padre jesuita Natal Lombardo, nacido en Italia, llegó a Sonora. Durante tres décadas, este misionero realizó un profundo estudio lingüístico con los pueblos ópatas y escribió tres obras sobre su lengua, pero sólo se publicó el Arte de la lengua teguima (1702). De esta obra sobreviven cuatro ejemplares, resguardados en la Biblioteca Nacional de México, la Universidad de Guadalajara, la Universidad de California y la Biblioteca Nacional de Escocia.

Ahora vayamos al siglo XIX, cuando José Mariano Beristain mencionó en su libro Biblioteca Hispano-Americana Septentrional el diccionario de la lengua ópata de Natal Lombardo, y lo calificó como un “fantasma bibliográfico”. Este comentario marcó el inicio de una búsqueda por parte de historiadores, quienes consideraban urgente encontrar ese diccionario debido a la inminente extinción de la lengua ópata. Pero sus esfuerzos fueron inútiles: buscaban un libro impreso, que nunca existió.

“No sabían que el diccionario era un manuscrito. Buscaban un fantasma”, narra Tesiu Rosas.

Ahora avancemos al siglo XXI, para ser más precisos, al 2020. Durante su estancia postdoctoral en la Biblioteca Nacional de México, Rosas observó que los volúmenes que carecían de datos bibliográficos claros —como autor, título, impresor o año— eran ignorados por el personal encargado de su catalogación. Además, muchos de esos textos estaban escritos en lenguas que el personal desconocía. Con miles de documentos por registrar, simplemente los dejaban de lado.

Los manuscritos, por su parte, presentaban un desafío aún mayor. “La mayoría no están terminados; suelen quedar en borrador o en proceso de corrección”, explica Rosas. Entonces, el historiador se convirtió en detective. Comenzó a revisar los volúmenes sin clasificación, comparándolos con las referencias de Beristain, de Roberto Moreno, autor de la Guía de las obras en lenguas indígenas existentes en la Biblioteca Nacional (1966) y de otros autores.

Fue así como encontró el MS 1494, que contenía, en su primera parte, un borrador inédito del Arte de la lengua teguina y, en la segunda, el tan buscado diccionario Vocabulario de la lengua ore.

Para confirmar que este era el “libro fantasma”, Rosas analizó el papel de los legajos como si fuera Sherlock Holmes. Las marcas de agua revelaron que el encuadernado utilizado por Lombardo había sido fabricado en Génova, Italia, alrededor de 1666. Calculando el tiempo de almacenamiento, el traslado de Europa a Sonora y el momento en que el misionero comenzó su estudio de la lengua ópata, las fechas coincidían. Todo apuntaba a que este era el manuscrito perdido. Aunque más que un hallazgo, fue una identificación, ya que el MS 1494 siempre estuvo bajo el resguardo de la Biblioteca Nacional de México, pero sin ser reconocido.

Rosas explica que el documento es “verdaderamente complejo, bien trabajado en su contexto cultural. Proporciona ejemplos metafóricos y un amplio acervo léxico de una lengua extinta”.

El investigador publicó sus hallazgos en el libro colectivo Historia del libro y cultura escrita en México: perspectivas regionales, volumen norte(Universidad de Aguascalientes, 2022) y en el artículo “Propuesta de una tipología de los manuscritos novohispanos en lenguas indígenas de la Biblioteca Nacional de México” (2021), en la revista Bibliographica. Sin embargo, sus aportes pasaron desapercibidos por la comunidad científica mexicana.

“Cuando haces un hallazgo de esta magnitud, piensas que vas a gritar ‘¡eureka!’ y que la academia mostrará interés. Pero no fue así”, confiesa Rosas. Según él, aunque recientemente resurgió el entusiasmo por el registro de los manuscritos a la Memoria del Mundo, es desde la perspectiva patrimonial, no del enfoque lingüístico, en parte, porque ya no hay hablantes de ópata, explica.

Sin embargo, tras la publicación de su artículo en Bibliographica, lo contactó Christian Ruvalcaba, lingüista de la Universidad de California, sorprendido por la localización del MS 1494. Así colaboraron en su transcripción y en 2024 presentaron los resultados de su trabajo en un congreso de la Universidad de Arizona, donde sí hubo gran interés.

Rosas tiene buenas noticias: este 2025 se publicará una edición del manuscrito. Habrá dos versiones: una en español, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, y otra en inglés, a cargo de la Universidad de Arizona.

Martha Elena Romero Ramírez, coordinadora de la Biblioteca Nacional de México, mostrando los manuscritos. / Héctor López Guerrero
Martha Elena Romero Ramírez, coordinadora de la Biblioteca Nacional de México, mostrando los manuscritos. / Héctor López Guerrero

El rescate del barbereño

La historia del otro manuscrito es menos laberíntica. Se trata de los apuntes que realizó el padre franciscano Juan Cortés en 1798, para que los evangelizadores de la misión Santa Bárbara, California, confesaran a los naturales de aquel territorio, entonces perteneciente a la Nueva España.

Dice el historiador que lo más interesante de este pequeño libro, encuadernado en el siglo XIX en pasta dura marmoleada de color café, es que contiene oraciones completas acompañadas de su traducción literal. “Aunque el texto es breve, se encuentra entre los más extensos que existen sobre esta lengua norteamericana y, en general, sobre las lenguas californianas”.

La primera parte del manuscrito está en español y la segunda en barbereño. Esta lengua deriva de la familia del idioma chumash, que tiene cinco variantes registradas, cada una corresponde a las misiones que se establecieron en California. El franciscano estuvo en Santa Bárbara, donde se le denominó “barbereño” a esta variante dialectal.

Es muy probable que el manuscrito haya llegado a la Biblioteca Nacional de México a finales del siglo XIX o principios del siglo XX, ya que tiene un exlibris que dice: “Secretaría de Hacienda. Sección de Archivo”, enmarcando el escudo nacional del porfiriato. Lo que indica que el libro fue una donación de Hacienda.

De esta manera, gracias a su localización, fue posible identificar la relevancia histórica y social del escrito catalogado como MS 858. Imposible hacerlo antes. Hay que recordar que Estados Unidos anexó California en 1854 y, poco después, a finales del siglo XIX, el barbereño se extinguió.

En 2024, cuando salió la convocatoria del programa Memoria del Mundo, hubo esperanza para el ópata y el barbereño, ya que las autoridades de la Biblioteca Nacional de México pensaron que si proponían los manuscritos a la iniciativa de la UNESCO, de alguna manera podría revitalizar estas lenguas.

“Así como los pueblos indígenas tienen sus derechos lingüísticos vigentes, debemos reivindicar los derechos de las culturas que no sobrevivieron. Por esta razón, consideramos importante reivindicar a las lenguas indígenas muertas, ahora que tenemos testimonios escritos”, explica el historiador.

Testimonios y memoria

El programa Memoria del Mundo se creó en 1992 “con el objetivo de preservar el patrimonio documental y garantizar el acceso universal a este, sobre todo en casos donde existe el riesgo de una guerra o de catástrofes naturales. Entonces, la Memoria del Mundo es, de alguna forma, una protección”, explica Martha Elena Ramírez Romero, coordinadora de la Biblioteca Nacional de México, en la Sala Mexicana de la Biblioteca, localizada al sur de la Ciudad de México.

El programa tiene tres categorías de registro: local, regional y global. Los manuscritos fueron inscritos en la categoría regional, al ser relevantes para América Latina y el Caribe.

De acuerdo con Ramírez Romero, estos volúmenes son lo único que se conserva de las lenguas ópata y barbereña. Por ello, si se pierden, desaparecen definitivamente los testimonios de estas lenguas. “El reconocimiento de Memoria del Mundo nos da, de alguna manera, una responsabilidad aún mayor para cuidar de estos manuscritos”.

Ramírez Romero explica que cuando Rosas identificó los textos, consideraron oportuno inscribirlos en el programa ante la UNESCO, con el propósito de que se les reconozca su valor como patrimonio cultural. Para lograrlo, señala, es fundamental que la sociedad los valore. "En este caso, nosotros, como mexicanos, los reconocemos como parte de nuestra memoria, la cual también nos otorga identidad".

La inscripción fue posible gracias a un esfuerzo multidisciplinario. Además de Rosas, participaron Elizabeth Treviño, investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, y Alejandra Odor, restauradora de la Biblioteca Nacional.

En cuanto a los temas de género, Treviño destaca que el manuscrito barbereño (MS 858) ofrece valiosas pistas sobre las relaciones de género en la región más septentrional de la Nueva España. Según la investigadora, este documento permite explorar los distintos modelos de la mujer y su vínculo con otros integrantes de la sociedad.

Por ejemplo, detalla las responsabilidades de las mujeres hacia sus maridos e, incluso, aborda temas de índole conyugal, como se refleja en preguntas que se les hacían sobre su vida sexual. Para Treviño, esto representa un reconocimiento a la voz femenina, dado que, en su mayoría, las preguntas de esta naturaleza estaban dirigidas a los hombres.

Uno de los cuestionamientos registrados es: "¿Te has juntado con tu mujer cuando ella estaba mala?". Este tipo de preguntas también se les hacía a las mujeres. Si bien esto no implica que la sociedad de la época fuera simétrica, estos indicios de lo que parecería ser cierta equidad inspiran nuevas investigaciones. “Nos permitirán, eventualmente, comparar otros testimonios de la época. Tal vez era común que se les preguntara a las mujeres, pero no lo sabemos”, precisa Treviño.

La académica considera prioritario realizar una transcripción del manuscrito para situar su contenido en un contexto más amplio. El siguiente paso será contrastarlo con otros manuales de confesión de aquella época.

Por lo pronto, ambos documentos ya forman parte del programa Memoria del Mundo, y la Biblioteca Nacional de México recibirá el reconocimiento de la UNESCO el próximo 23 de febrero, a las 11:00 a. m., en la capilla del Museo Nacional de Arte, en la Ciudad de México. La ceremonia se celebrará en el marco de

la edición 46 de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.

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