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Vuelvo a los poemas de ¿Hubo esta vida o la inventé?(1), me detengo en su margen, en su lenguaje depurado, prístino, tan deslumbramiento, con ese su tono casi confesional que da cuenta del río subterráneo que conforma el paisaje de lo querido. Y me pregunto qué hay detrás de las palabras ahí donde el mundo calla, ¿el testimonio de lo que cabalgó en potro de fuego incinerando a su paso los días? Quedan las ascuas en rastro, el sabor seco de su humo, el cenizal donde un tiempo de cuchillas encuentra su revelación, donde regresan a morir / los grandes pájaros del alba.(2)
Releo sus signos, me asombra su saber fragmentario e íntimo, su título ejemplar tomado de Adelia Prado, una pregunta retórica que gira alrededor de lo fundacional, ¿dónde lo vivido?, ¿dónde la evanescencia de los instantes que entretejen nuestro sentido existencial? Si es en la memoria, en su vario tremor y temblor, ¿acaso somos una mera invención?, ¿y de esta polifonía quién es el personaje que se alza con la voz del yo?
Quienes leemos poesía sabemos que las preguntas no son hechas para encontrar una respuesta sino para dar inicio al viaje.
Cuando mi madre me pregunta,
desde el profundo pozo de sus años:
“¿y tú, estás bien? Te veo flaco”.
“Bien”, digo. “Ahí vamos”. Nada más.
No le cuento mis dolencias porque soy
su hijo
y sus dolores no podría medirlos con los
míos.(3)
A veces pareciera una demasía que aquello que ya no seremos nos persiga inmisericordemente; y otras, un presagio de ese silbo que enaltece la fragilidad de nuestra condición humana. Nacimos quebrados, con el espinazo pegado a la tierra, lo que ocurra después es el viento meciendo las hojas de los árboles que se contemplan desde una ventana imaginaria y real:
Es una bella imagen,
y aunque no se ve el mar,
es el mar el que está ahí, melodioso,
calmo,
como una discreta música de fondo.
Inundando la noche.(4)
Quizá sólo se es eso, una mirada, un ojo arrobado por lo que mira, porque mirar es demorarse en lo mirado, en la insinuación de que tal vez sí hubo un paraíso, un principio del que vagamente recordamos salvo un punto ciego, un desvelo que acompaña los días cuando la orfandad inexplicable se ovilla a nuestro lado. Nostalgia. Vacío ontológico. En esta coyuntura sólo queda esperar que la tensión extrema que provoca transforme al lenguaje para que muestre la orilla de la desproporción.
Aquí,
bajo un humilde sol de invierno,
doy cuenta de mis días:
tos
y amor
y penuria
a un mismo tiempo.
En una exacta
y despiadada
dosis mortal.(5)
La historia de la minucia que resquebraja el vaivén del minutero y el miedo acariciando la nuca, alertan del vértigo y de la fatalidad que arrinconan las certezas. El acecho nos convierte en animales espantados en huida incierta buscando, entre lo perdido y lo hallado, la dignidad de la muerte encerrada en la promesa de ser como dioses. Y entonces envejecer y no entender salvo el mecanismo desarticulado de lo que se es; y escuchar cómo cede su ritmo a uno mayor que domina el sentido de realidad; y desujetarse, y desnacerse, terminar con los ojos lampareados y dejarse vencer por lo fugitivo.
En ¿Hubo esta vida o la inventé? Félix Suárez da cuenta de la transparencia de lo que perdura, de lo que esquiva, a través de la belleza y lo efímero, la mordedura de lo amargo. El poema salva al mundo de su destrucción, enalteciendo lo humano demasiado humano a pesar de su sesgada ira, de su sinrazón, y su rajadura. Salva porque la tempestad pasa, y con lo que abandona tras de sí, se recompone la vida, se toca la bondad del perdón, el consuelo de los otros.
Habría llegado acaso ya el momento
de agradecer
y rogar perdón
al cielo, a los que amas.
Y con humilde gesto,
con piadosas manos retirar,
como puñados de hojas muertas,
los restos de amargura y lágrimas
que arrojaste un día, sin querer,
al fondo de sus corazones.(6)
Sin duda, el amor va de vuelo, y en su tránsito alumbra la oscuridad de nuestro poco entender, tal vez por eso la imagen se vuelva cifra y don, talismán que acompaña cuando el cuerpo se torna corona de espinas.
Y se escribe, se escribe en la duermevela, en el delirio del arrobamiento, en el extravío del fascinado, en la locuacidad del espejismo, con la esperanza y el consuelo de lo hondo, con la herida en el costado, y otras tantas más en el corazón devorado por su peso y su altura, centro del centro, pensamiento sentiente, respiración pensante, imposibilidad posible de la expresión poética que ampara el misterio que nos entraña con su gran fuerza germinal, con su resonancia y su armonía impar. Sea su impulso ascensional y su fulgor presencia entre nosotros.
Unido al pulso de los pájaros
migratorios,
tu corazón se agita de noche,
estremecido,
poseído por algo como un ansia
de pañuelos blanquísimos
secándose en el aire;
por unas ganas infinitas,
insaciables,
de echarse a volar.(7)
Y el corazón canta su sombra cuando el alba se aroma con su luz. Y el silencio es un aleteo de pájaros rozando el pretil del verso. Y de la herida florece el pan ácimo que se dona, su gratuidad se derrama en los reflejos que titilan en el firmamento del silabeo entretejiendo las constelaciones que cifran la experiencia de lo maravillado, de la perplejidad y la extrañeza que habita en sus páginas. Visión y símbolo. Forma y contemplación. Saber por añadidura y centro del nudo vital, así lo constata nuestro poeta en la gruta de Capri: “[…] Dios mismo, / ebrio de sí. // Derramado y azul sobre nuestras cabezas”.(8)
Suárez no olvida lo que se vislumbra en lo no significado y hace un recuento de lo memorioso con la comprensión de los entresijos del lenguaje, de la materia poética, de la carnadura del poema, de lo que se anuda en las palabras y de lo abismático que permanece en su levedad…; y arreciado por la fuerza ineludible de la vida sabe que sólo en la expresión metafórica es posible entrever la experiencia de frontera, de límite, la misma que ha suscitado los poemas de este libro.
Pero tú has decidido morir frente a los
muros
esta noche, embrazando con furia los
escudos,
defendiendo
—en vano ya— lo inútil, lo perdido,
hombro a hombro,
al lado del valeroso Héctor.(9)
No es poca cosa, sólo un poeta excepcional como Suárez es capaz de andar los círculos del tiempo y bien-hallarse.