Cuando Adriana cree que puede terminar su trabajo, aunque sabe que nunca será posible un punto final en esta investigación, recibe una imagen: es el dibujo más reciente del rostro de la Reina Roja. Detrás de la reconstrucción facial, basada en tres retratos esculpidos por los artistas del Clásico maya y el cráneo de la protagonista, hay dos décadas de trabajo científico que culmina, no sólo con la identidad de la mujer sino con episodios inéditos en la historia de Tz’Akab’ Ajaw y su esposo Pakal. Es Vera Tiesler, de nuevo, quien reaparece, junto con su colega Erik Velásquez, para compartir la información más fresca acerca de la pareja real más importante de Palenque.
No se imagina todo lo que contaré en boca de este par de estudiosos que han descubierto, con mi rostro, mi origen y mi destino, mi vida y mi muerte. Más aún, las razones por las que Pakal y yo seguimos presentes y nuestras tumbas, ocultas dentro de las montañas sagradas de nuestra ciudad, sobrevivieron tanto tiempo. Lo han descubierto: Pakal era el padre solar y yo, Tz’Akab’ Ajaw, la madre lunar; nos complementamos, vivimos una apoteosis celestial y desde allá somos los ancestros divinos que incidimos en todas las generaciones por venir y nos seguimos comunicando con nuestros descendientes.
Los expertos describen una creencia ancestral: “Los dominios masculinos se emparejaban con lo diurno, lo solar y el calor, y los femeninos con la luna, el occidente, los horarios de la puesta del sol y, en general, los dominios nocturnos”.
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Para Vera Tiesler y Erik Velásquez “es una fortuna” que en el caso de la pareja real más celebre y venerada del Clásico maya en Palenque se cuente con restos óseos que, gracias a los avances en la hoy llamada bioarqueología (antes antropología física), narran historias de vida (osteobiografías); con iconografía de gran riqueza en todo Palenque y el área maya capaz de interpretarse a la luz de las ciencias y la historia del arte, y jeroglíficos que ya pueden leerse como textos debido a toda una “revolución” que en las últimas dos décadas han dado los epigrafistas.
Sí, comenta Vera Tiesler, los estudios recientes han revelado que la Reina Roja era mucho más poderosa de lo que se suponía. Su estirpe lo era de origen, pero al casarse con Pakal, la pareja adquirió un doble poder que se complementó y siguió rigiendo las generaciones muchos años después de su muerte biológica.
Los títulos de Tz’Akab’ Ajaw, según puede leerse hoy en las escrituras mayas, se han multiplicado: “Señora Reina del Linaje”, “Señora Reina de las Generaciones”, “Reina de Muchas Generaciones” o “Reina de Innumerables Linajes”.
Pero ¿cómo llegaron al más reciente retrato de la reina?
Estudios recientes proponen nuevas interpretaciones al papel del retrato en la cultura maya, considerando los restos óseos de los personajes retratados, confrontándolos con las tallas, relieves e inscripciones jeroglíficas y su contexto arqueológico. La reconstrucción facial de la Reina Roja, al que llegaron en 2024, consiste en la yuxtaposición de su retrato facial —plasmado en el Tablero del Palacio, en el Tablero del Templo XIV y en el de Dumbarton Oaks— con el cráneo que se rescató dentro de su sarcófago. Esta nueva reconstrucción, obra de Tiesler y Hemmamuthé Goudiaby, muestra a la reina de perfil, con su tocado que representa al dios de la realeza maya, su diadema frontal y los ojos y boca semiabiertos.
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Tiesler y Velásquez observan la nariz y el mentón prominentes y la protuberancia facial hacia adelante debido a la modificación craneana intencional. Asimismo, comentan la destreza de los antiguos escultores, quienes optaron por plasmar los rasgos de la reina con relativa fidelidad a su fisonomía anatómica y muy distintos a aquellos de otras mujeres representadas en el arte palencano. En el dibujo, además, una ligera joroba refleja la osteoporosis extrema que sufrió la mujer.
El retrato, afirman, refleja el rostro, pero también la cultura. ¿Cómo llegaron al más reciente? Gracias al estudio de los restos materiales de los mayas emprendido desde la bioarqueología, al estudio del ajuar que rodeaba a la Reina Roja y a Pakal en su última morada, y el análisis de los restos óseos en su contexto arqueológico.
El doctor Erik Velásquez García es coordinador del Programa de Especialización, Maestría y Doctorado en Historia del Arte de la UNAM. Su área de investigación en el Instituto de Investigaciones Estéticas es la historia, la epigrafía y estudios icono-textuales de los antiguos mayas, con especialidad en gramatología y el análisis del cuerpo humano. Vera Tiesler es doctora en Antropología por la UNAM, historiadora del arte por la Universidad de Tulane y maestra en arqueología por la ENAH. Desde hace veinte años es profesora investigadora en la Universidad Autónoma de Yucatán.
Con pasión y generosidad, ambos investigadores comparten sus conocimientos. Describen cada milímetro de los rostros de la pareja real y el significado profundo del cuerpo humano para los mayas como “un conglomerado de materiales mundanos y sagrados, únicos e irrepetibles en cada persona, que sólo se disolvían después de la muerte”.
Velásquez plantea que para los mayas los dioses del universo, del cielo, de la tierra y del inframundo se proyectan en todos los planos del cosmos, en cada rumbo del universo, en los árboles sagrados, en las montañas y, por supuesto, también al interior del cuerpo humano, donde fluyen dentro del torrente sanguíneo en forma de “aires”: “Les llamamos entidades anímicas, lo que nombramos popularmente como almas. Es decir, estos dioses del universo están dentro del cuerpo humano, que es una proyección del mundo sagrado recubierto de carne y hueso”.
Erik descubre que nuestro cuerpo está hecho de dos materialidades: las físicas, como el cabello, y la materialidad sutil sobrenatural que ya existía antes de la creación del universo y que nos habita a todos los seres humanos, hasta el día de nuestra muerte cuando se disgregan. Es decir, hay ciertas almas que viven dentro de todas las personas, son las esenciales. Pero quienes gobernamos adquirimos más almas con el tiempo, la edad, o durante algunos rituales; algunas permanecen, otras son temporales. Nosotras, reinas y reyes, teníamos el poder de seguir hablando con los artistas que tallaron nuestros tableros. Porque los gobernantes no éramos comunes y corrientes, sino que podíamos vencer a la muerte, seguir viviendo y dar órdenes desde el más allá.
La deformación craneana y otros rituales de la infancia, como el limado dental, tenían un significado dentro del marco cultural de los palencanos de hace mil trescientos años. Continúa la doctora Tiesler: “Los tejidos externos (carne, cartílago y hueso) envolvían en su interior un cosmos sobrenatural que fluía por la sangre, habitado por personas inteligentes hechas de materia airosa cuyo origen era anterior a la creación del mundo. Dichos seres, almas o entidades anímicas eran la proyección misma de los dioses del panteón politeísta dentro del cuerpo humano. Las entidades anímicas se encargaban de regular las funciones vitales, cognitivas, psicológicas y emocionales del ser humano que las albergaba”.
Como dicen este par de sabios que estudian nuestros huesos, nuestras escrituras y el arte que palpita en las piedras, los orificios del cuerpo eran para nosotros puertas o portales que comunicaban nuestro interior divino con el ámbito del mundo exterior. La fuerza vital respiratoria la regía nuestro dios del viento, cuyo impulso fluía por la sangre y se exhalaba por las cavidades de la boca y la nariz.
Para los mayas del Clásico, nos cuentan Tiesler y Velásquez, el pensamiento y las palabras se originaban en el corazón, pero salían de la boca en forma de ik’, viento, materia ligera, de la que estaban hechos los seres sobrenaturales.
Para nosotros, las palabras eran una fuerza creadora divina, como también eran nuestras facultades, como gobernantes, para hablarle a nuestro pueblo. Los estudiosos han traducido nuestros términos. Ahora comprenden que ajaw significa “el de la voz potente”.
Ahora bien, ¿cómo llegaron a los nuevos nombres de la Reina Roja?
Hoy, el doctor Velásquez hace un recuento de la historia del desciframiento de la escritura maya desde los años cincuenta del siglo XX, con sus protagonistas: Diego de Landa, Yuri Knórozov, David H. Kelley, Hermann Beyer, Heinrich Berlin, Floyd Lounsbury, Tatiana Proskouriakoff, Linda Schele, Peter Mathews, David Stuart… Afirma que: “Para finales de los años noventa ya se habían reconocido la mayoría de las secuencias de los gobernantes de las ciudades mayas y estaba muy avanzado el desciframiento fonético de los jeroglíficos mayas, pero nos faltaban muchas cosas, por ejemplo, ¿en qué idioma están las inscripciones? Porque la maya es una gran familia lingüística, como la familia latina o la familia de lenguas romances. Habíamos descifrado el valor fonético de los glifos mayas, ahora había que descifrar la gramática de la lengua que estaba ahí”.
“Así que —continúa el historiador— la lengua antigua de los jeroglíficos mayas de las inscripciones es una lengua extinta, pero que pertenecía a la rama de las lenguas cholanas orientales. Sus parientes más cercanos son el choltí y el chortí, que todavía se hablan. Entonces surgió a principios el siglo XXI entre los epigrafistas un modelo que es de la ‘lengua de prestigio’”. En resumen, se descubrió que en el Clásico maya había lenguas vernáculas y variantes con las que escribían las élites: la lengua de prestigio. “Así como en la Europa del Renacimiento se hablaban muchas lenguas, pero la élite y los intelectuales escribían en latín, en la cultura maya sólo un tres por ciento de la población, los escribas, pues, comprendía la lengua de prestigio; eran parte de la corte, y seguramente a Tz’Akab’ Ajaw se la enseñaron desde muy pequeña”.
Es decir, “ya podemos traducir los nombres de la Reina Roja, porque no solamente conocemos cómo se leen los glifos sino cómo funciona la gramática de la lengua: el léxico, la fonología y la morfología, que está registrada en los libros”.
Además de mis nombres y títulos, Vera confirma, por uno de mis dientes, que mi origen no era ni de Tortuguero ni de Pomoná sino, como dicen los arqueólogos, de Ox Te’ Kuh. Mis dientes y los de Pakal estaban muy bien cuidados debido a nuestra dieta blanda que incluía tamales, bebidas de chocolate y sopas de atole. Observan que yo tenía abscesos, pero saben que los mayas contábamos con muy buenos enjuagues bucales que anestesiaban posibles dolores. También saben de nuestros ritos funerarios y cómo nos perfumaban. Dicen que fallecí el 14 de noviembre de 672, según sus cálculos calendáricos, cuando rondaba los sesenta años, mientras que Pakal, “Rey de la Visión Iluminada”, falleció once años después, a los ochenta. Aún no dan con la fecha exacta de mi nacimiento, pero saben que me casé a los trece o catorce años, casi niña, el 20 de marzo de 626.
“El Rey de la visión iluminada” no es sólo un nombre poético para nombrar a Pakal. Tal y como lo reflejan las cabezas en estuco con las que representaron su rostro, sus ojos tenían algo especial y se le atribuían poderes de clarividencia. La máscara, a su vez, “muestra más de lo que oculta”, aseguran los investigadores.
Pakal, cuentan, transita libremente entre el espacio-tiempo, sobre todo durante los rituales, cuando está en trance; su imagen encarna los valores de la comunidad. Para los mayas del Clásico no había división entre cuerpo y espíritu, son al mismo tiempo rostro y corazón, fruto y semilla, envoltura y contenido. Sus imágenes petrificadas en tableros y paneles, en jade y estuco, son muestra de su migración hacia un medio duradero como la piedra. Según su concepción, las esculturas “son sujetos sociales, animados con nombres propios y capacidad comunicativa, que nacían durante la activación ritual y morían acompañadas de ceremonias de terminación”.
Pakal y la Reina Roja, fundadores del linaje, se siguen comunicando con su pueblo y en las esculturas se les representa como si estuvieran vivos. Otra muestra de la importancia de Tz’Akab’ Ajaw es que Pakal nunca está solo, siempre aparece con su complemento femenino lunar, la fundadora del linaje.
Para los mayas, explica Erik, gobernantes como Pakal y la Reina Roja eran seres capaces de derrotar a la muerte; a diferencia del común de los mortales, ellos llegan al último estrato del inframundo sin perder la memoria ni la conciencia de su identidad. De ahí siguen su tránsito como almas que son proyecciones del dios del maíz, esencia de todos los humanos. Salen del inframundo por el árbol florido, el árbol cósmico, la ceiba, y llegan al paraíso celeste del dios solar desde donde, ya como semilla, vuelven a comenzar su ciclo en el corazón de un bebé de la misma especie.
Tiene razón. Aquí seguimos.