El viaje, el riesgo y el enfrentamiento a lo desconocido suelen ser los motivos de las novelas de aventuras cuyo origen se puede situar en Grecia, con obras narrativas como "Leucipa" y "Clitofonte" de Aquiles Tacio, "Teágenes" y "Cariclea" de Heliodoro y "Dafnis" y "Cloe" de Longo. Posteriormente, a partir del renacimiento europeo, se intensifican los viajes de exploración y descubrimiento de los nuevos mundos mediante los barcos de vela y, a partir de la revolución industrial, aparecen las naves de vapor que surcan los mares, alentando el dominio y el comercio depredatorio.

Inglaterra ha sido por su situación geográfica una ventana al mar que llama a la aventura, y no es de extrañar, entonces, que los grandes novelistas del subgénero sean ingleses, con excepción de Julio Verne. Es el caso de Daniel Defoe, Henry Rider Haggard y Robert Louis Stevenson, a quienes se suma Joseph Conrad (1857-1924), el afamado escritor de origen polaco nacionalizado británico.

Correspondió a Joseph Conrad vivir en la cúspide de imperio británico en el último tercio del siglo XIX, con la reina Victoria de timonel, y la expansión sin precedentes del comercio global que bordeaba las costas de Asia, Australia, África y América, lugares que frecuentó como marino y capitán de la marina mercante, antes de retirarse a escribir sus novelas, producto de sus experiencias en alta mar.

Entre las obras más logradas del autor destacan "El negro del Narciso" (1897), "El corazón de las tinieblas" (1899) y "Lord Jim" (1900), a las cuales se debe agregar "El final de la cuerda" (1902, publicada en 2009 por la editorial Funambulista, con traducción de Isabel Lacruz Bassols), un relato considerado por Borges una obra maestra que conservaba el aliento clásico de la antigua épica.

Inglaterra ha sido por su situación geográfica una ventana al mar"


Benjamín Barajas

En "El final de la cuerda", Joseph Conrad escenifica la relación de los hombres con el mar. Esa fuerza atemporal que debe ser dominada mediante una estrategia que implica fuerza, disciplina y entereza, valores que encarna el capitán Whalley, un hombre viudo, mayor de setenta años, cuya obsesión, al final de sus días, es asegurarle una pensión a su única hija que vive en Australia.

Para cumplir su propósito, el capitán Whalley se asocia con Massy, un armador despreciable que, gracias a un golpe de suerte en la lotería, logró comprar un barco de vapor que nadie quiere comandar. Después de la firma de un contrato leonino, el capitán se hace a la mar de nuevo y en sus últimos viajes, llenos de desencuentros con Massy y Sterne, un oficial de abordo que reclama su puesto, se ponen al descubierto las pulsiones de la miseria humana.

"El final de la cuerda" no es una obra propiamente de “acción” a la manera de las novelas de aventuras, pues en ella es más importante la hondura psicológica de los personajes, empezando por el propio capitán Whalley y su amigo, el holandés, Van Wyk, y por esta razón Joseph Conrad es el precursor de la novela inglesa del siglo XX, al lado Virginia Woolf y James Joyce.

Asimismo, este descenso a la condición del hombre tiene antecedentes en Dostoievski y Gustave Flaubert, de modo que se ha encontrado en la obra del inglés una especie de misticismo del mar. Al final de la novela, después del naufragio del capitán Whalley, queda la impresión de que el mundo sigue su curso, sin importar las aspiraciones frustradas de cada individuo, lo cual denota una visión trágica del futuro humano.

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