Tomó casi un siglo poder identificar los más de 400 geoglifos que se escondían en el desierto de Perú, las Líneas de Nazca. Recientemente, un grupo de arqueólogos auxiliados por la Inteligencia Artificial reveló que sólo les bastó un par de meses identificar casi la misma cantidad de figuras que el paso del tiempo trató de enterrar.

Los avances tecnológicos han irrumpido de manera inimaginable hace unas décadas, y han permitido materializar descubrimientos maravillosos en distintas áreas, aunque el costo ha sido alto, pues en este caudal de desarrollo también se han modificado los más sutiles detalles de nuestro día a día, como la lectura.

En su nuevo libro, No soy un robot, Juan Villoro reflexiona sobre cómo la era digital y la tecnología han transformado nuestra relación con la lectura, esa trinchera que alienta la creatividad y el conocimiento ante una dinámica donde los algoritmos tratan de imponer su regla, sus condiciones, sus vicios. A través de distintos géneros, el miembro de El Colegio Nacional aborda cómo estos nuevos hábitos de consumo han ocasionado que nuestra capacidad de retención disminuya, que los usos de la memoria se debiliten, que seamos cada vez menos críticos.

“Somos la primera generación de la humanidad que debemos demostrar que no somos máquinas, se lo demostramos a una máquina que nos avala como humanos; es una situación muy novedosa. La lectura es la gran reserva de lo humano”, explica Villoro.

El editor de la sección de Cultura y Confabulario de EL UNIVERSAL, Julio Aguilar, conversa con Juan Villoro sobre estas transformaciones de las que es presa la lectura. “Lo más interesante de los libros es que se escriben y se leen en soledad, pero necesitan la complicidad de los otros”. Este diálogo se realizó durante el primer círculo de lectura que organizó esta casa editorial.

No soy un robot es un ornitorrinco editorial, un libro que tiene la cabeza de ensayo, el cuerpo de crónica, las extremidades de periodismo y los ojos de memoria. Cuéntanos de este conjunto de géneros en los que está hecho el libro y cómo nos introduce al mundo digital.

La verdad es que no pensé en escribir un libro, muchas veces uno empieza a abordar un tema de manera muy parcial: en un artículo periodístico, en el prólogo de algún colega, en algún ensayo, y uno empieza a reflexionar sobre un tema que se va volviendo recurrente. En este caso, la forma en la que nos estamos relacionando culturalmente con el mundo digital. En los últimos 20 años, nuestra vida ha cambiado por completo, nuestras costumbres e incluso nuestros códigos de conducta han cambiado con el mundo digital. De repente, las normas de educación son otras. Por ejemplo, cuando mandamos un WhatsApp y vemos que ya tiene dos palomitas porque fue recibido, pero pasan tres días y no nos contestan, nos ofendemos porque nos dejaron “en visto”. También ha cambiado la relación entre padres e hijos, queremos que los jóvenes lleguen a la mesa sin estar viendo el teléfono todo el tiempo. Empezamos a modificar nuestra manera de leer porque recibimos alertas en los teléfonos, podemos bajar textos al celular o a la computadora, entonces leemos en fragmentos y la lectura se ha convertido en un fenómeno atmosférico, a tal grado que, de repente, sabemos algo aunque no estamos seguros de cuál fue la fuente de esa información. En el libro cuento algunas escenas bastante chuscas de la vida contemporánea: me enteré que el actor Ben Affleck había regresado con Jennifer Lopez, pero ¿por qué sé esto? No lo busqué, no tengo particular interés en estas personas y aún así estoy enterado; ahora, la información puede llegarte de una manera atmosférica: subes a un elevador y hay una banda informativa que te está diciendo cosas o cuando entras a un portal de noticias hay algunos artículos que no reparas mucho en ellas, pero que aún así empiezan a entrar en tu mente.

La manera de leer está cambiando mucho, como no había sucedido desde que se inventó el objeto-libro en los siglos XII y XIII, cuando en las abadías de los escolásticos se inventaron los libros individuales. Desde el siglo XII hasta hoy, la forma de leer no había cambiado tanto, es cierto que en el siglo XV la lectura se popularizó y democratizó con la imprenta, pero desde entonces no habíamos tenido un cambio de paradigma, un salto así. Me pareció interesante reflexionar sobre estas transformaciones, pero al cabo de los años, de estar escribiendo ciertos artículos y ensayos, me cuestioné sobre lo sabroso que sería poder leer un libro de un testigo de todas esas transformaciones, hubiese sido apasionante. Quise hacer algo parecido, claro, con algunos siglos de retraso y ya no con la imprenta que lleva mucho tiempo establecida, pero sí con las transformaciones digitales porque estamos ante la orilla de un océano cuyos confines ignoramos.

A partir de tus experiencias, reflexionas cómo vivimos el mundo digital, cuando hablas sobre las “aplicaciones vampíricas” es una semejanza muy ilustrativa de la tecnología que nos va chupando la vida. Otra reflexión es la manera en cómo se lee, que ahora vamos saltando de pantalla en pantalla y es difícil lograr una concentración. ¿Este mundo digital cómo te ha cambiado la manera en la que escribes o lees?

A veces la literatura te da claves inesperadas para cosas que la propia literatura no está pensando, una de ellas es la tradición vampírica. Me pareció interesante asociar los vampiros con los teléfonos celulares porque la característica peculiar de los vampiros es que le dan la bienvenida a su víctima, sólo atacan a los que ya se han convertido en sus huéspedes, es decir, tienen que pasar primero por una relativa seducción; normalmente, los vampiros, empezando por el conde Drácula, son muy atractivos y hospitalarios. Lo mismo nos pasa con el celular, que nos coloca en un mundo de posibilidades ilimitadas, pero no nos damos cuenta de que nos estamos convirtiendo en prisioneros de estos aparatos porque nadie nos va a conocer mejor en nuestra vida que el teléfono, hemos dejado tantas huellas en él, que puede responder a todas nuestras necesidades. En la película Her, que es extraordinaria, un hombre se enamora de su sistema operativo, que además de que tiene la seductora voz de Scarlett Johansson, lo conoce perfectamente y le da la razón en todo, porque todo lo que el usuario quiere se lo manifiesta. Los famosos algoritmos están dedicados a eso, a seducirnos de esta manera porque tienen un interés extractivo. Los vampiros quieren quitarnos la sangre y los teléfonos quieren quitarnos los datos personales. Hoy, la mercancía más valiosa del planeta son los datos personales y se trafica con ellos; nos hemos convertido en mercancías.

Esto forma parte de los cambios que hemos vivido con las nuevas tecnologías, y también tiene que ver con lo que comentas, la lectura fragmentada. Es cierto, ahora hay una dispersión en la lectura, si ustedes ven la pantalla de una persona, sobre todo de un adolescente, pueden ver que tiene 30 ventanas abiertas y pasa de una a otra y está un ratito en una y un ratito en otra. Por ejemplo, las nuevas series de televisión tienen una edición mucho mayor a las de antes, en series que ahora son históricas como Los Sopranos y Breaking Bad hay unas escenas larguísimas, pero que ya raramente vemos porque el umbral de atención se ha ido reduciendo. Las personas que solamente leen de manera fragmentaria, es decir los cibernautas, que sólo se relacionan con la cultura de la letra a través de las pantallas, suelen ser particularmente impacientes con los discursos largos y les cuesta trabajo asociar estas lecturas fragmentarias con un todo en el que necesariamente están inscritas, porque toda lectura, por fragmentaria que sea, forma parte de una red de conocimientos, de una red de significados. En cambio, si alguien tiene un adiestramiento como lector de libros puede combinar la lectura en extensión con la lectura fragmentaria, porque la lectura fragmentaria es una invención que hace mucho está en la literatura. Lo vemos en libros del romanticismo alemán o El Quijote de Cervantes; la literatura está hecha de estas rupturas. En la literatura moderna, Pedro Páramo, por ejemplo, es una novela totalmente fragmentaria porque no hay capítulos como tales, ni hay una línea argumental que podamos seguir de principio a fin, hay fragmentos que corresponden a tiempos distintos, de pronto lo que pasó antes se pone después, y nosotros tenemos que tender puentes de sentido para hilar estos fragmentos. Hay una expresión que me parece particularmente sagaz en los tipógrafos, no sé si es exclusiva de los tipógrafos mexicanos, pero que me parece digna del budismo zen porque es la expresión del espacio que hay entre dos fragmentos de texto, que es un espacio en blanco, pero que tipográficamente se llama “blanco activo” porque significa que aunque está en blanco quiere decir algo, que la pausa es necesaria; Pedro Páramo es una obra maestra del blanco activo, una zona de meditación zen, un vacío que significa. El lector literario está adiestrado a tender estos puentes, sabe que Pedro Páramo, aunque está hecho de fragmentos en desorden cronológico, responde a un todo, hay un sentido de la unidad que supera la obra. La mejor manera de convivir con las nuevas formas de lectura consiste en mantener la vieja tecnología, la lectura de libros.

En medio de esta neurosis digital, que ilustras muy bien en el libro, es difícil que uno pueda continuar con el ritmo de lectura que teníamos antes de la era digital. Hace tiempo publicamos en EL UNIVERSAL una entrevista con Philip Roth, donde decía que ya son demasiadas pantallas las que tenemos todos los días y a todas horas para poder leer lo que leíamos antes, él reconocía que, como lector, había perdido facultades de atención y tiempo para lograrlo; me llamó mucho la atención su honestidad. ¿A ti te ha pasado?

Me cuesta leer mucho tiempo en pantalla, me parece un dispositivo ideal para textos breves, pero descanso de la pantalla leyendo en papel. Ciertamente, el umbral de atención, en especial de la gente más joven, se ha reducido. Por ello, es muy importante mantener viva la flama de la lectura entre los jóvenes, porque los que se forman como niños lectores y continúan leyendo en su juventud tienen una capacidad de retención superior a los que exclusivamente están en el orden digital y que son particularmente impacientes. También está cambiando los usos de la memoria, eso es algo muy importante. Los usos de la memoria se están modificando porque ahora tenemos estas prótesis electrónicas, como los teléfonos, donde depositamos toda la información. Basta pulsar una tecla para tener registrado un número, antes teníamos que aprendernos unos diez o quince teléfonos; aún recuerdo los números de las estaciones de radio a las que marcaba para pedir que pusieran mis canciones favoritas. Claro, hoy es una memoria inútil, pero me ejercitaba. Estamos perdiendo algunas facultades de retentiva, por ejemplo, para llegar a los lugares: hoy sólo basta seguir una flechita en el GPS para llegar a un sitio, antes tenías que aprenderte una serie de referencias para poder llegar. Ha sucedido que las máquinas son cada vez más inteligentes, ahí entra el tema de la Inteligencia Artificial, pero esto avanza con una rapidez impresionante, al grado que Geoffrey Hinton, conocido como el padre de la IA, quien era el jefe de desarrollo tecnológico de Google, renunció porque pensaba que habían desatado un monstruo incapaz de controlar, que la IA aprende demasiado rápido y pronto se podía gobernar a sí misma; una profecía oscura, que esperemos no se cumpla.

Pero hay algo más preocupante: y es que mientras aumenta la inteligencia de las máquinas, disminuye la de los seres humanos. En el libro hablo de la relevancia del coeficiente de Flynn, que fue creado por un experto en la estadística de la inteligencia: a él le interesó medir cómo la inteligencia evolucionó a lo largo del tiempo, empezó a hacer estudios masivos de la inteligencia y descubrió que, a lo largo del siglo XX, el coeficiente intelectual había aumentado 40 puntos, que es algo enorme porque se supone que una persona con coeficiente intelectual de 140 está rozando la genialidad, ahora imagínense que la especie humana aumentó 40 puntos en promedio. Desde el punto de vista físico, la especie aumentó once centímetros de estatura. Si nosotros vamos a los viejos palacios de la Edad Media y vemos las camas de los reyes, parecen unas camitas de muñecos, los reyes eran pequeñitos, Carlo Magno no era tan magno. La inteligencia se desarrolló de la misma manera, pero en la década de los años 90 del siglo pasado, Flynn advirtió que había una disminución de dos puntos por década. ¿A qué se debe esto? A que ejercitamos menos nuestra inteligencia porque tenemos todas estas prótesis electrónicas.

Uno de los temas inquietantes que abordas es esta lógica de cómo la gente de pronto se adentra a un círculo de sólo leer lo que le satisface. Decía Unamuno que también hay que leer lo que no nos gusta o a gente que piensa diferente a nosotros porque eso nos permite formarnos un criterio. Pero el momento en el que vivimos ahora, es lo contrario, la gente sólo busca lo que le gusta, con lo que está de acuerdo.

Tocas un tema esencial, la operación de los algoritmos, que marcan tendencia a tal grado que se han utilizado políticamente, como Cambridge Analytica, la empresa que asesoró a partidos políticos de más de 30 países y que logró influir en las elecciones, por cierto, contratada en México para la campaña de Enrique Peña Nieto. Lo que hacía Cambridge fue lograr que la gente asociara a un determinado candidato con las cosas que le gustan a través de nuestro rastro que dejamos en los teléfonos, que son las famosas cookies, esas migas de pan en el bosque encantado de Hansel y Gretel, que le permiten a los algoritmos saber cómo satisfacernos. Los algoritmos operan por semejanza: si has buscado viajes a la playa, te salen ofertas a la playa, incluso si sólo estás hablando sobre ello. Pero como opera por semejanza, propone que, si leíste a cierto autor, tienes que leer a otro semejante. Mientras que, como decía Unamuno, la literatura es el reto de la diversidad, puedes leer cosas con las que no estás de acuerdo pero que te estimulan en la discusión, también puedes leer muchos autores que no sabías que te pueden gustar; ese es uno de los grandes misterios de la literatura, quién te iba a decir que te identificarías tan profundamente con un autor ruso del siglo XIX: Dostoievski lo logra. El mundo de las bibliotecas, las ferias de libro, de la lectura misma, te pone en contacto con otros autores que pueden ser una sorpresa para ti. Algo que traté de ejercer en No soy un robot fue la cita de otros autores, una de las cosas que más le agradezco al filósofo Fernando Savater es que es un maestro de la cita, escoge tan bien los fragmentos de otros autores que te dan ganas de leerlos a todos, y son autores que, muchas veces, no conoces nada de ellos.

Esa tendencia de estar buscando sólo lo que nos gusta parece que nos lleva a estar enamorados de nosotros mismos, de sólo enfrentarnos a lo que estamos de acuerdo. Esto me lleva a otro de los puntos que toca tu libro, el exhibicionismo digital: todo mundo está buscando que se le escuche, que se le vea.

Vivimos la era selfie, aunque también es interesante decir que vivimos en un periodismo selfie, que forma parte de la época, que puede dar grandes resultados, pero sólo cuando lo que hace el periodista es realmente interesante, porque de pronto leemos crónicas donde parece que la gran noticia es él: las cosas que hizo, que si le pusieron botox, o si lo operaron de no sé qué. Vivimos atrapados en esta dinámica, la gente considera que si no se toma una selfie con una celebridad, o al escenario donde fue a escuchar un concierto, o junto a una obra famosa de arte, no estuvo ahí; lo cual nos ha llevado a una sobreexplotación del exhibicionismo que es tremenda. Me imagino a las niñas de hoy cuando sean abuelas, y le digan a sus nietos: “Oye, te quiero enseñar las 10 millones de fotos que me tomé en mi juventud”. ¿Quién va a querer ver 10 millones de fotos? El mundo de lo digital es el mundo de la multiplicación inmoderada, en lo digital todo se puede multiplicar: las fotografías, los números de amigos en Facebook, los seguidores. Esta multiplicidad de todo, abarata, adelgaza, el sentido real de las cosas; los seguidores no son seguidores, los amigos no son amigos, pero vivimos en un mundo espectral donde creemos que eso tiene un significado, y muchas veces vivimos más tiempo en ese mundo espectral que en el mundo de los hechos.

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