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Cosecha de mujeres
¿Qué es esto de la edad diamante? Me parece más que necesario atraer este tema y centrarlo en la figura femenina, tan estereotipada, sesgada y oscurecida a través de la historia.
Yo era adolescente cuando mi madre puso en mis manos La mujer de 30 años, de Honoré de Balzac, considerada una de las obras maestras de la literatura en la primera mitad del siglo XIX. En ella, se explora la vida de Julie, una mujer madura y las complejidades de sus relaciones amorosas y sociales.
Soy una lectora ávida, y pronto llegué al párrafo donde Julie reconoce que ha llegado a los 30 años, por lo cual su vida está acabada. Fui corriendo con mi madre, ella me explicó que, en aquella época, los 30 representaban a una mujer mayor, tomando en cuenta la expectativa de vida, que era muy reducida. Pero las cosas ya habían cambiado. Un día llegué a comer casa y mi madre estaba hecha una furia delante del periódico, manoteaba frente al encabezado de la noticia: “Una anciana de 50 años fue atropellada en plena avenida”. Mi madre tenía 49 años entonces. ¡Cómo que una anciana! ¡Son unos idiotas!, vociferaba. Yo no sabía si reír o llorar.
Por la misma época, en 1973, por iniciativa de la escritora y pedagoga Emma Godoy (Guanajuato, 1918), el gobierno de México fundó el Instituto Nacional de la Senectud, hoy Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores. Algunas de las propuestas que Godoy sobre la creación de leyes que protegieran a los ancianos y de lugares de esparcimiento físico y cultural hoy son una realidad. Se le considera como la precursora en la defensa de la dignidad de las personas adultas mayores, a partir de los 65 años.
Hoy, a punto del primer cuarto del siglo XXI, ¿cómo nombrar a las diferentes edades humanas, cuando las expectativas de vida, al nacer, han aumentado sustancialmente a lo largo del tiempo? Entre 2015 y 2050, el porcentaje de los habitantes del planeta mayores de 60 años casi se duplicará, pasando del 12% al 22%.
En 2020, el número de personas de 60 años o más superó al de niños menores de cinco años. La población mundial se transforma radicalmente, las edades adquieren nuevos significados.
Ante este panorama, me gustaría proponer cuatro edades:
La edad luminosa: de 0 a 25 años
La edad plata: de 25 a 50
La edad oro: de 50 a 75
La edad diamante: de 75 en adelante.
Esta redistribución de las edades y su significación en la sociedad nos permite analizar mejor la situación de las mujeres en el universo literario. Podemos observar la caducidad de las mujeres del siglo XIX, a los 30; en el siglo XX, a los 50; y ahora, en la tercera década del siglo XXI, ya se habla de que los 60 son los nuevos 50, es decir, la vejez se pone cada vez más lejos, como Aquiles y la tortuga.
Los personajes femeninos de la edad diamante en la literatura escrita por hombres prácticamente no existen, salvo para servir de estereotipo de la vieja rezandera, la vieja bruja, la vieja odiosa, sufriente, argüendera que urde insidias para separar a los demás. No importa la clase social, su papel suele ser el mismo. Decir “vieja” es decir todo menos un elogio, un reconocimiento. La sola palabra es sinónimo de rancia, acabada, momia, estorbo. La vieja resume y agudiza la inferiorización de la mujer, en su grado máximo, pues ya no posee ninguna de las características que podrían justificar su existencia: no procrea, no es bella, no es joven, no es deseable. En algunas culturas, orientales y mesoamericanas, antes de occidentalizarse ha habido veneración para los viejos, aunque no en la misma magnitud para las viejas.
Pero ¿qué pasa con los personajes femeninos escritos por mujeres? Y, particularmente, ¿los personajes femeninos de la edad diamante? Hacia la segunda mitad del siglo XX hay una toma de conciencia de las autoras sobre sus madres, abuelas, ancestras. ¿Será que prefiguran su vejez, quieren mirarla, comprenderla, afrontarla, con ojos propios, más allá de los cánones culturales que las invisibilizan?
Surge, de manera sistematizada, la autora profesional: es decir, la excepción se convierte en regla. Esto es un fenómeno social en el mundo, y en México, particularmente, el crecimiento en las últimas décadas ha sido exponencial. Para varias autoras ha habido premios, fama, éxito, múltiples ediciones, traducciones, y sobre todo, su contraparte: la lectora. Según datos de la Cámara de la Industria Editorial en México, de cada diez personas que leen literatura, ocho son mujeres.
Lo que es un hecho es que en conjunto están contribuyendo a llenar el enorme hueco que había dejado con su silencio la llamada otra mitad de la humanidad. En este rubro aparecen los textos llamados híbridos, que mezclan ensayo con testimonio y aliento poético; los textos de corte autobiográficos, la autoficción y otros.
En la segunda parte de esta serie, exploraremos en concreto, y en orden cronológico, algunas obras que exponen un nuevo acercamiento hacia la edad diamante de los personajes femeninos. Las lectoras quieren, necesitan, prefiguran otro futuro para ellas.