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Conforme nos vamos acercando al siglo XIX el pensamiento se torna más complejo, pienso que de una y muchas formas, nos estábamos preparando para acercarnos al punto del mundo digital, pero me estoy adelantando en mis comentarios. John Locke [1632-1704] representa una de las figuras más representativas en la historia del pensamiento occidental. Filósofo, médico y teórico político inglés, Locke sentó las bases del liberalismo clásico y estableció principios fundamentales sobre el conocimiento humano, los derechos naturales y la organización política que continúan resonando en las sociedades democráticas contemporáneas.
El pensador inglés siempre ha llamado mi atención porque fue en contra de los postulados absolutistas del estado y sembró la semilla de la equidad a partir del trabajo, a partir de las ideas de la democracia misma. Pero más llama mi atención que, sin importar el siglo, es necesario reordenar las funciones de los poderes que se conglomeran en lo que conocemos como “Estado” o “Gobierno”. En principio debemos aprender a diferenciar los conceptos. El estado conglomera en sí una diversidad de territorio e identidades para conformar un solo estrato, un solo nombre y quizá cultura. El gobierno concentra diversas “instituciones” de servicio para la gente que brindan orden y garantías. Así que cuando hablamos de estos temas debemos tener claro para no exculpar a los gobernantes.
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Locke creció en medio de las guerras civiles que enfrentaron a monárquicos y parlamentarios. Esta experiencia temprana de conflicto político y social influyó profundamente en su pensamiento posterior sobre la naturaleza del gobierno y los límites del poder político. A decir, el mundo de la política entrelazado con la naturaleza humana siempre deriva en conflicto. Pienso que, así como las artes escénicas, sobre todo, la política es una forma de arte vivo; es comparativo que guarda toda proporción, pero tal cual un acto intelectual que conjuga y contrapone deseos, necesidades, pasiones e intereses, que mueven a la política hacia el ejercicio del poder en sí.
Así pues, la contribución epistemológica de Locke se encuentra principalmente en su obra Ensayo sobre el entendimiento humano, donde desafió las doctrinas racionalistas predominantes de su época. Él rechazó categóricamente la teoría de las ideas innatas, argumentando que la mente humana al nacer es como una “tabula rasa”, una pizarra en blanco sobre la cual la experiencia escribe todo conocimiento, ¿recuerdan que este concepto de la tabula rasa lo habíamos explorado? Para Locke, todo conocimiento deriva de dos fuentes: la sensación, que nos proporciona ideas sobre objetos externos, y la reflexión, que nos da ideas sobre las operaciones de nuestra propia mente. Esta teoría empirista revolucionó la filosofía y estableció las bases para el desarrollo del empirismo británico.
Sin embargo, donde Locke ejerció su influencia más duradera fue en la filosofía política. Sus tratados sobre el gobierno civil constituyen textos fundacionales del pensamiento político liberal. En el primero, Locke refutó la teoría del derecho divino de los reyes defendida por Robert Filmer [teórico político inglés defensor del absolutismo monárquico basado en una teoría patriarcal del gobierno]. En el segundo, más influyente, presentó su propia teoría del gobierno legítimo basada en el consentimiento y los derechos naturales. Locke postuló que, en el estado de naturaleza, antes de la existencia de cualquier gobierno, todos los individuos poseían derechos naturales inalienables: vida, libertad y propiedad, algo que luego retomarían los padres fundadores de Estados Unidos. Estos derechos no eran otorgados por ninguna autoridad humana, sino que derivaban de la ley natural accesible a través de la razón. Para Locke, la propiedad surgía del trabajo: cuando un individuo mezcla su trabajo con la naturaleza, esa porción se convierte legítimamente en su propiedad. Esta teoría de la propiedad tendría profundas implicaciones en el desarrollo del capitalismo moderno.
Crucialmente, el inglés defendió el derecho a la resistencia y la revolución. Si un gobierno traiciona la confianza depositada en él violando sistemáticamente los derechos naturales de los ciudadanos, el pueblo tiene el derecho legítimo de disolver ese gobierno y establecer uno nuevo. Esta doctrina justificó retrospectivamente la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra y posteriormente inspiró tanto la Revolución Americana como la francesa. Y si prestamos atención, estos postulados también son utilizados por las izquierdas o los populismos: si el estado o gobierno falla, la revolución es el paso que toda comunidad debe dar.
Resaltemos que el contrato social del filósofo difiere significativamente del propuesto por Thomas Hobbes. Mientras Hobbes, a través de su Leviatán, veía el estado de naturaleza como una guerra de todos contra todos, requiriendo un soberano absoluto para mantener el orden, Locke lo concebía como un estado de relativa paz gobernado por la ley natural. Los individuos forman una sociedad civil no para escapar de la violencia total, sino para proteger mejor sus derechos naturales mediante un sistema de justicia imparcial. El gobierno, en la teoría del filósofo, es un fideicomisario del poder popular, existiendo únicamente para servir a los intereses de los ciudadanos.
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Por otra parte, Locke también abogó por la separación de poderes como un mecanismo esencial para prevenir la tiranía y salvaguardar la libertad civil, distinguiendo el gobierno civil entre el poder legislativo, el ejecutivo y el federativo, aunque su desarrollo de este concepto resultó menos sistemático y detallado que el posterior de Montesquieu, quien lo refinó en una tripartición más clara que incorporaba el judicial como entidad independiente. Para Locke, el poder legislativo representaba la rama suprema del gobierno, ya que era el depositario de la soberanía popular derivada del consentimiento de los gobernados, con la responsabilidad primordial de crear leyes generales y equitativas que promuevan el bien común. Sin embargo, esta supremacía no implicaba absolutismo: el legislativo debía operar estrictamente dentro de los límites impuestos por la ley natural y el propósito teleológico para el cual fue instituido, a saber, la preservación de la vida, la libertad y la propiedad de los individuos.