Más Información

Hugo Aguilar integra a Vidulfo Rosales, exabogado del caso Ayotzinapa, a la Corte con un sueldo de 118 mil pesos

A cuatro meses de accidente, Buque Escuela “Cuauhtémoc” regresa a Nueva York tras pasar pruebas navales
En Un amor (España, 2023), severo film 17 de la suprema cinestilista catalana de 65 años Isabel Coixet (Cosas que nunca te dije 96, La vida secreta de las palabras 05, De libros, amores y otros males 17), con guion suyo y Laura Ferrero basado en la novela homónima de Sara Mesa, la traductora telempleada harta del tráfago urbano Nat (Laia Costa) se instala en una casa de campo en ruinas cuyo despectivo casero (Luis Bermejo) se enrabia por cualquier reparación, por lo que, tras adoptar un cicatrizado perro traidor al que rebautiza como Sieso (o sea Cerca del ano) del que se encariña, y luego de tender difíciles nexos con los excéntricos vecinos, en especial con el enamoradizo hacedor de mediocres vitrales (Hugo Silva), la solitaria Nat deberá recurrir para un arreglo de tremendas goteras con el corpulento horticultor lacónico Andreas El Alemán en realidad armenio (Hovik Keuchkerian), quien acepta el trabajo a cambio de que le permita “entrar en ella”, un trato que la mujer rechaza al principio, pero al filo de los días acepta, entregándosele sin más cierta noche, si bien eso va a representar para ella el surgimiento de una extraña pasión obsesiva, mediante visitas sexuales al hogar del varón que parecen satisfacer las urgencias tan distintas de ambos, cual amor auténtico, hasta que Andreas consigue una chamba de topógrafo en un pueblo cercano, se aleja de Nat y, sintiéndose cierta vez herido en sus más nobles posturas odiadoras antisociales, rompe con ella, exacto cuando la inconsolable mujer debe sufrir además el cruel exterminio de su perro adorado por morder a una infante, y ser expulsada de un empleo alternativo como cuidadora de una anciana demente, acabando por largarse de ese maldito sitio de su pasión unilateral.
Lee también: Klein-Vurma y la creación femiaferrada, por Jorge Ayala Blanco

La pasión unilateral se define volitiva y estructuralmente como autoconsumida por referirse al destino condenado e implacable de un extraño nexo inefectivo-inafectivo, irónicamente denominado Un amor, que se absorbe y se pulveriza a sí mismo en lugar de poder desarrollarse, desenvolverse o siquiera desplegarse, una fascinación en espejismo e idea fija, una historia de amor interdicta hasta para ella misma que por la fuerza de los contrarios rompe los moldes para hacer tambalearse los estancos bien establecidos, un combate íntimo apenas vislumbrado en una cinta ásperamente behaviurista y aversivamente conductual.
La pasión unilateral lanza su mirada acerba sobre un mundo rural español que en vez de refugio idílico y más allá de la fórmula pueblo chico infierno grande se ha transformado en abismo nietzcheano, porque “la imaginación exagera, la razón subestima y el sentido común modera”, como afirmaba Marlene Dietrich, pero qué hacer en un ámbito bárbaro donde el sentido común parece no existir, pues ha sido sustituido por un negador “Es lo que hay” repetido cada tercera frase por el casero abusivo y hecho suyo, cual liquidacionista estribillo de guillotina todocercenadora humana, por todos los habitantes de ese enclave representativo del atraso, monstruosamente ajenos a cualquier empatía que no sea con sus propias mezquindades (los vitrales obviotes) y sus resentimientos sociales (la madre armenia omnidiscrminada) e historias emblemáticas (las monjas enterradas de pie porque ya no cabían en el camposanto).
Lee también: No sólo en septiembre se puede hacer Patria, por Lázaro Azar
La pasión unilateral visibiliza por montaje seco (del impecable editor Jordi Azategui) las ausencias y disociaciones esquizofrénicas de la protagonista viéndose copular a sí misma a distancia o conviviendo con aquella africana perseguida por terroristas genocidas a la que traducía, e impone con sorna satírica un régimen acústico del diseñador sonoro Enrique G. Bermejo que pasa sin cesar de un goteo supramusical con sorna a un tumulto de música grabada, pero sobre todo se apoya en las imágenes también extremas del fotógrafo Bet Rourich compensando la árida desnudez de la España profunda con los estallidos luminosos y las gamas ocres de los interiores.
La pasión unilateral acomete así el duro e inclemente retrato de una mujer psicológicamente devastada que se ha vuelto cómplice de su propia destrucción, la efigie sensible de una chava treintona salvajemente autónoma e independiente de pronto asaltada por su insaciable necesidad de dar cariño (aunque sea a una mascota peligrosa) y de ser deseada, un tipo de mujer hasta el momento inédita en la ficción hispanohablante tanto literaria como fílmica, un personaje salido de la poskafkiana imaginación de la radical escritora Mesa (especialista en atmósferas perturbadoras quasi terroríficas sin despegarse del realismo naturalista estricto en sus novelas Un incendio invisible, Cicatriz y Oposición) y ahora recreada a un alto nivel expresivo-dramático por el implacable arte viviseccional de Coixet, una suerte de recia Clint Eastwood femenina de Los imperdonables (92) arrojada a un mundo de asperezas donde toda violencia se ha tornado interior y brutalmente relacional, una criatura estoica límite que sólo la intensa intérprete hiperdisciplinada Costa del prodigiosa one-take film alemán Victoria (Schipper 15) sería capaz de encarnar, una taciturna descreída vehemente que fieramente se identifica sin embargo con el dictum de Simone Weil “La belleza seduce a la carne para obtener el permiso de llegar hasta el alma”.
Y la pasión unilateral culmina con la sublime y excitada partida derrotista de la heroína, en las antípodas de una amable despedida, semiarrancándole de manera sanguinolenta la oreja al casero de repente violador confiado, escupiéndole su desprecio selectivo al pusilánime artesano Píter (“Tus vidrieras son asquerosamente horribles”) y parándose en una loma para entregarse a una contorsionista danza liberadora a lo Pina Bausch, al son de la esperanzada canción-tema de su no-amor fallido (“Es wird wieder gut/ Volverá a ser bueno”), para recuperar en otra capa de la realidad la compañía de su perro más cicatrizado que nunca, su semejante, su hermano, su alter ego ideal (“Vámonos”).