El sofismo como corrupción del pensamiento invita a la reflexión profunda sobre la forma en que el uso del lenguaje y la argumentación puede desviar la búsqueda de la verdad hacia fines más interesados o manipulativos. Para abordar este tema es importante contextualizar el surgimiento del sofismo, su impacto en la filosofía clásica y la forma en que ha sido percibido a lo largo de la historia.

En esencia, esta corriente, propone que la verdad es relativa y que la capacidad de convencer es más importante que la búsqueda de una verdad objetiva. Esto, para filósofos como Platón, representaba una corrupción del pensamiento porque distorsionaba el propósito mismo del razonamiento. En lugar de acercarse a la verdad a través del diálogo y la investigación, los sofistas utilizaban la retórica para obtener ventajas personales, algo que Platón consideraba profundamente inmoral.

Uno de los principales ejemplos de esta corrupción es el célebre sofista Protágoras, quien argumentaba que “El hombre es la medida de todas las cosas”, es decir, que no existe una verdad objetiva, sino que todo depende del punto de vista individual. Esta postura relativista permitía a los sofistas defender cualquier posición, independientemente de su contenido moral o epistemológico. Para Protágoras y otros sofistas, lo importante no era lo que se decía, sino cómo se decía, lo que socavaba la confianza en la razón como herramienta de acceso a la verdad.

El impacto del sofismo no se limitó al ámbito filosófico, sino que también permeó en la vida política de la antigua Grecia. En las asambleas y tribunales de Atenas, la habilidad de persuadir era esencial para ganar apoyo o defenderse de acusaciones. Los sofistas, expertos en retórica, enseñaban a los jóvenes aristócratas a formular discursos convincentes, pero a menudo lo hacían sin preocuparse por la veracidad de sus argumentos. Esto condujo a una distorsión del discurso público, en el que lo que importaba no era la justicia o la verdad, sino quién tenía la mejor estrategia retórica.

El sofismo, en este contexto, puede verse como una forma de corrupción del pensamiento porque convierte el discurso en un instrumento de poder, más que en un medio para la deliberación democrática. Al priorizar la forma sobre el contenido, los sofistas contribuyeron a la degradación del debate público, ya que los ciudadanos ya no estaban interesados en llegar a consensos basados en la razón, sino en ganar discusiones utilizando cualquier recurso disponible, incluso falacias y engaños.

Frente a su creciente influencia en la vida pública y privada de Atenas, filósofos como Sócrates y su discípulo Platón emergieron como críticos radicales de esta corriente de pensamiento. Sócrates, en particular, se dedicó a exponer la falta de profundidad en los argumentos sofísticos a través de su método dialéctico, conocido como la mayéutica. En lugar de utilizar la retórica para persuadir, Sócrates formulaba preguntas con el fin de que su interlocutor alcanzara la verdad por sí mismo.

Platón, por su parte, llevó la crítica del sofismo al plano teórico en sus diálogos. En obras como Gorgias, Platón presenta a los sofistas como charlatanes que confunden el arte de la retórica con la verdadera filosofía. Para Platón, la retórica sofística es solo una técnica vacía que se ocupa por la apariencia del conocimiento, pero no por su sustancia. En contraste, él defendía una noción de verdad objetiva que podía alcanzarse a través del razonamiento filosófico y el diálogo.

Aunque el sofismo como corriente filosófica decayó después de la época clásica, su legado ha perdurado, especialmente en el ámbito político y mediático. En la actualidad, muchos argumentan que la corrupción del pensamiento, en la forma en que los sofistas la practicaban, está más viva que nunca. El auge de las fake news, la posverdad y la manipulación mediática a menudo se asemeja a las técnicas sofísticas de relativización de la verdad y manipulación del lenguaje.

Esta tendencia puede manifestarse en cómo los líderes políticos y los medios de comunicación priorizan la narrativa sobre los hechos. Los argumentos ya no se centran en la búsqueda de la verdad, sino en persuadir a la audiencia de una visión particular del mundo, sin importar si esa visión está basada en hechos verificables. Esto ha llevado a una crisis de confianza en las instituciones y en el discurso público, donde la capacidad de manipular el lenguaje parece tener más valor que el compromiso con la verdad.

Aunque la corriente que nos ocupa surgió en la Grecia clásica, sus efectos se sienten aún hoy en nuestras sociedades, donde el discurso público y político a menudo se contamina con retórica vacía y falacias. La crítica que Sócrates y Platón hicieron al sofismo sigue siendo relevante, porque nos recuerda la importancia de mantenernos vigilantes ante aquellos que utilizan la palabra no para esclarecer, sino para confundir y manipular. Para combatirlo, es esencial promover un discurso basado en la razón, el diálogo honesto y el compromiso con la verdad, valores que, aunque a menudo parecen estar en declive, son fundamentales para la salud de nuestras democracias y nuestra vida en común… y en general nuestra política como todas es un bastión del sofismo extremis.

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