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La decisión de Helioflores (Xalapa, 1938) de dejar de publicar sus inigualables cartones en las páginas editoriales de EL UNIVERSAL, como lo hizo, de manera casi ininterrumpida, desde 1972; su retiro de la caricatura por motivos propios de la edad —el próximo 8 de octubre cumple 86 años— provocó, como era de esperarse, reacciones de consternación en el medio periodístico y las redes sociales.
“Se va uno de los estilos más singulares del cartón en México. Uno de los que denunciaron de modo conmovedor la pobreza y la injusticia en cada uno de sus trazos. Arriba Helioflores”, escribió el novelista Martín Solares en su cuenta de X.
“Querido Helio, maestro, celebro tu vida, tu entrega al periodismo de crítica política gráfica durante 60 años. México te debe, yo te agradezco. Un abrazo”, publicó la periodista Lydia Cacho.
“El retiro del gran Maestro @Helioflores_mex”, escribió Hernández, monero de La Jornada, “provocará una muy sensible caída en el panorama de la caricatura mexicana. Hasta en su despedida da una lección de profesionalismo, congruencia y ética. Un abrazo enorme al MEJOR CARICATURISTA de México”.
En su libro Santoral de la caricatura (Posada), publicado a mediados de los años 80, Rius ya ubicaba a Helio entre los 100 grandes del humor gráfico mundial, al lado de Steinberg, Sempé, Quino, Fontanarrosa, Kliban y sus colegas mexicanos Aragonés, Dzib y Naranjo (quien fuera su colega en EL UNIVERSAL).
“Triste noticia sin duda”, me escribió Saúl Herrera, Qucho, caricaturista del diario El Informador. “Es triste pensar que no volveré a ver esos dibujos inconfundibles que recuerdo desde la infancia”.
Lo dicho por Qucho demuestra algo que no es tan visible en esta época de opiniones polarizadas: que no obstante las diferencias políticas, el trabajo de Helioflores, su extraordinario dibujo, y la manera en que siempre encontró soluciones visuales para plasmar los temas del momento han sido, para muchos lectores, parte del disfrute cotidiano asociado a la lectura del periódico.
Y sí, aunque cueste aceptarlo, Helioflores se retira de la caricatura.
“Qué más quisiera yo que poder estar presente en esta temporada”, me dijo, vía telefónica desde Xalapa, hace unos días, cuando le pregunté que por qué se retiraba justo ahora, en vísperas de las elecciones del 2 de junio, tan importantes para el país. “Pero hay ciertas fallas físicas que estoy sintiendo que afectan mi trabajo. Lo puedo seguir haciendo, pero con más dificultad y tardándome más tiempo”.
Helio dice que su pulso, movilidad y memoria ya no son los mismos de antes. Aclara que se refiere a la movilidad dentro de su estudio. Y es que él trabaja en un espacio del tamaño de un gimnasio, instalado dentro de su casa de Xalapa, su ciudad natal, donde vive con Blanca, su pareja. Ahí, con vistas a un exuberante paisaje, a través de una larga ventana rectangular, tiene una mesa de luz, donde ensambla, a la manera de collages, sus extraordinarias y misteriosas composiciones.
“Archivo dibujos, borradores, caras de personajes, siluetas, figuras de gente haciendo tal o cual cosa. Todo eso me sirve mucho y lo tengo guardado, pero a la hora de hacer un cartón tengo que andarlo buscando y por más que haya querido tener en orden esos archivos, la verdad es una mezcolanza. Me tardo mucho y entonces resulta que el tiempo de terminar mi cartón se alarga; siempre he tenido la intención de que mi cartón quede bien. No de que: bueno, pues ya ni modo, hoy lo voy a hacer más sencillo. U: hoy lo voy a hacer con puro garabatito, todo chueco y tembloroso, así me salió y así que se vaya”.
Su voz se escucha tristona, aunque conforme va transcurriendo la conversación, por momentos se anima, ríe, y de pronto brota alguna carcajada breve. Puedo imaginar al clásico Helio, elegante, camisa de manga larga con cuello Mao, sentado en un sillón, con su melena y su barba blanca que lo asemeja a un león de la floresta xalapeña.
El autor de Viacrisis (1987), Un sexenio inolvidable (1994) y Aventuras extravagantes del infante Patatús (2020) tiene una forma peculiar de hablar. Cuando parece que va a terminar una idea, regresa para remarcarla, darle sombra, proporcionarle algo de textura, volumen. Como sus dibujos.
Su trabajo, le digo, ha sido una voz disonante en las páginas de EL UNIVERSAL.
“Siempre ha sido así”, dice, yéndose más atrás en el tiempo, recordando una estrategia que empleó, siendo joven, cuando publicaba cartones de temas internacionales en el diario Novedades, porque los nacionales le estaban vedados.
“Hice un cartón que trataba de que en Argentina, Brasil y Uruguay estaban los militares reprimiendo estudiantes. Me refería a las calles del centro de la Ciudad de México. Era la época del 68. Pero si yo ponía que era la Ciudad de México, pues no lo publicaban”.
A lo largo de tu carrera, como cartonista, como periodista, siempre te has identificado con la izquierda. ¿Qué sentido tiene para ti defender estas causas?
¿De qué lado te vas a poner cuando te das cuenta de que el trabajador está explotado y el patrón goza de millones, explotando ese trabajo? ¿Y si aparte no los deja organizarse y si surge un líder lo mandan matar? Eso para mí está muy claro. Sea de izquierda o de derecha, sea de arriba o de abajo. Así en todo. Lo difícil a veces está en saber quién es el explotado y quién, el explotador. La caricatura no nació para defender al ricachón, al dueño de las haciendas o al propietario de los esclavos. Ahora, por ejemplo, veo algunas caricaturas y hasta risa me da, porque defienden justamente a los ricos y a los explotadores. Por ejemplo, a Larrea, que es un personaje de lo más horrible del mundo. He visto trabajos defendiendo sus empresas o criticando a los trabajadores que tratan de luchar. Yo digo que eso no solamente está mal, sino que es absurdo. Eso no es caricatura, sino lo contrario. Al menos así lo entiendo.
Diarios como The New York Times han decidido cancelar el género del cartón político, ¿consideras que los periódicos y la sociedad están perdiendo el humor?
No, no creo que se esté perdiendo el humor. Pero: o haces periodismo o haces negocio. Y en esa suspensión de los cartones del New York Times es claro que órdenes de los judíos que están metidos ahí, que son dueños seguramente del periódico, o tienen sus inversiones, pesan mucho. A ellos no les gustó la crítica de un cartón (del portugués António Antunes con Trump y Netanyahu como personajes, publicado en 2019) que apareció y dijeron: hay que prohibir, pero no sólo a ese caricaturista, sino todas las caricaturas políticas. Lamentablemente la gran mayoría de los medios de comunicación son eso: negocios. Me parece, desde luego, que es algo que tiene que cambiar.
Tus cartones son objeto de culto entre muchos caricaturistas, dibujantes y artistas, como lo prueban las recientes ediciones de tus libros Nuestra democracia y El Hombre de Negro, publicados por Alias en 2022. Muchos nos seguimos preguntando cómo logras, además de la idea en el dibujo y la composición, esos efectos únicos, ¿quisieras descubrir el misterio?
(Risas) Creo que el de caricaturista es un oficio de cambio, de evolución. Entre más años tienes practicándolo, más vas descubriendo, ajustando tu estilo y encontrando soluciones o maneras que a ti te van gustando de presentar tu dibujo. Para un caricaturista que apenas empieza es muy difícil tener un estilo porque no tiene experiencia. Todo tiene que ir cambiando y mejorando, si es que las cosas van bien. En mi caso ha sido así: poco a poco vas descubriendo algo, practicando a través de los años. A mí nunca me ha gustado hacer un dibujo “bien hecho”, tipo academia o que parezca que está hecho con regla y compás. Me gusta más un dibujo irregular o que parezca que está mal hecho, pero que uno lo hace así a propósito. Es difícil explicar esto porque es cosa del dibujo. Me sucede que dices: ¿esta figura cómo queda mejor? ¿Más para allá o más para acá? Y las vas enchuecando o la vas subiendo. La vas bajando y de repente dices: aquí es donde quiero que quede. ¿Qué es lo que te hace decidir que aquí es el lugar donde quieres que quede? Eso sí es misterioso. Y al otro día tú lo ves y dices: no, no era ahí. Era más pa’ llá. ¡Pero eso lo ves tú! El lector generalmente no se fija en esos detalles.
¿Sigues considerando a Rius como uno de tus maestros?
Sí, cómo no. Es uno de mis mejores maestros, pero no porque me haya dado clases, sino porque empecé a ver sus cartones, eso me sirvió muchísimo. Antes de verlos, andaba perdido sin saber qué dirección tomar. Empecé a ver sus cartones en la revista Siempre! y eso me aclaró mucho las cosas. Y ya me seguí por ahí. No me he arrepentido para nada.
Críticos como Jorge Manrique, periodistas como Miguel Ángel Granados Chapa y escritores como Carlos Monsiváis elogiaron tu trabajo.
Ha sido muy estimulante. Aprecio mucho eso, sus opiniones para mí han sido muy valiosas, como muchas otras. Y no porque hayan sido elogiosas, sino porque me doy cuenta de que sí sabían de caricatura. No nada más se guiaban por lo superficial o por la tendencia. El maestro Monsiváis era un experto. Muchas veces platiqué con él y sabía de autores y estilos. Me acuerdo de que las primeras veces que lo vi, hace ya muchos años, platicábamos. En esa época había un programa sobre caricatura en la televisión y le comenté que me habían invitado. A ese programa invitan a caricaturistas buenos, le dije. Creo que le mencioné un número como de diez o doce. ¿Y de dónde sacan tantos?, me dijo. Para él no eran más de tres o cuatro. Y tenía razón.
“Los trazos gruesos de Helio, sus climas de cine negro (las penumbras de donde surge el crimen o esa variante, la política) desdibujan las atmósferas sonrientes de la caricatura tradicional y proponen un pacto: Te estás enfrentando a un dibujo intencionadamente sombrío, carente de esas luces y complicidades de la alegría convencional. Se te pide que prescindas de tu prejuicio sobre la caricatura y te enfrentes a otra manera (que es también una toma de partido), de asumir un medio expresivo”, escribió Monsiváis en el epílogo del libro La caricatura en seis trazos (1983) de Elvira García.
Me imagino que ahora que cambies de rutina, con ese tiempo disponible, vas a dedicarte a pintar esos cuadros de gran formato que alguna vez me contaste que te gustaría hacer.
Pues qué más me gustaría, igual que seguir haciendo caricaturas, pero es algo que ya siento que se me dificulta. Igualmente me gustaría y lo he pensado: ah, pues ahora que me retire voy a continuar El Hombre de Negro, voy a hacer algún episodio con toda calma, ya sin tener que entregarlo ocho días después. Pero digo: úchale, la historieta es más complicada que el cartón. Si el cartón me cuesta trabajo, pues la historieta va a ser igual o peor. Pero también lo voy a intentar.
Estaré atento para asistir a la inauguración de tu próxima exposición, Helio. ¿Cómo se te ocurre que se va a llamar, tú que eres bueno para los títulos?
Ah (risas), pues no se me ha ocurrido. Ni sé qué pueda tener esa próxima exposición. Pero… pues no sé. A lo mejor nada más mi nombre y ya.