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“Gabo es adjetivo, sustantivo, verbo”. Así titula Silvana Paternostro uno de los capítulos de Soledad & compañía, libro que Planeta publica a diez años de la muerte del nobel de literatura colombiano. Entre palabras coloquiales, dejos regionales, confidencias que hoy ven la luz, nostalgias bien relatadas, algunas envidias, mucho afecto y anécdotas inéditas, la autora superpone capas de narración de las muchas voces que construyen, cada una, su leyenda propia sobre el autor de Cien años de soledad (1967).
Como un hábil ejercicio de historia oral, Paternostro empezó a darle vida a un texto que le comisionó una revista neoyorkina en el año 2000 sobre el cataquero. Con horas y horas de audios grabados en cintas análogas que no incluyó en el artículo de escasas dos mil palabras que le pidió Tina Brown, la autora reconstruyó posteriormente todas las historias de quienes “lo conocieron antes de ser el legendario escritor latinoamericano”. Hoy, cuando se ha estrenado la serie de televisión basada en su novela más grande, recibimos a un Gabo bromista, amoroso, pocas veces solemne y muchas más, dicharachero. El García Márquez escritor, padre, amigo, reportero, esposo, cronista, compinche, emerge entre estas páginas para demostrarnos que nada sobre él será mucho.
¿Cómo fue el juego con la oralidad y la memoria para componer este libro?
En la primera edición, sobre todo, yo dejé ese titubeo de los que ya perdían un poco la memoria, porque me parecía parte de la historia. Además, siempre tienen algo de poético esas pausas, esa falta de musa que te llega o no te llega, la manera de hablar hasta de los que no son literatos −Quique Scopell dice: “Yo no sé ni escribir un padrenuestro”−. La oralidad me la regalaron los narradores; yo la tomé y la arreglé para hacer este arco que es de alguna manera mi historia, porque hay cientos y cientos de horas de tapes que, si tú los oyes, de pronto sale otra historia; esa es precisamente la oralidad. Él lo dice en Vivir para contarla y aquí lo puse como epígrafe: “Me consuela, sin embargo, que alguna vez la historia oral podría ser mejor que la escrita, y sin saberlo estemos inventando un género que ya le hace falta a la literatura: la ficción de la ficción”. Entonces, la historia oral es un poco de todo; es la semilla de los géneros.
¿Pensó en entrevistar a Gabo para escribir Soledad & compañía?
No, porque este género de oral history implica no entrevistar al personaje del que estás escribiendo. Y además porque así empecé con el artículo para Talk en el 2000; no era con Gabo; yo iba a entrevistar a los que lo conocieron. En 2010, cuando empecé a hacer el libro con Cristóbal Pera, editor español de Penguin, ya su memoria no estaba. Yo no sé ni siquiera si Gabo supo que yo andaba en estas; tal vez sí… Pero Mercedes era la guardiana y me mandó a las amigas; me llevaron a almorzar y dije: Bueno, pasé el examen. Ahí salen en la tercera parte; sale Linda Falquez, una de las que estaba sentada en primera línea, y me cuenta la historia del cumpleaños ochenta de Gabo, cuando ellos regresan a Aracataca, llegan al hotel en Santa Marta a coger el tren y llega desarmado. Es una historia divina.
Barranquilla también fue crucial en el camino de García Márquez, tanto que en este libro es casi un personaje.
Te cuento que para la primera edición me dijeron que quitara ese capítulo, dizque porque no tenía nada qué ver; incluso, hay una edición en la que lo sacaron. Esa era otra de las razones por la que yo quería publicar el libro de nuevo, porque Barranquilla es un personaje muy único. Te digo: lo que más me llamó la atención –aquí y en México– es que en Barranquilla todo el mundo sabía cuántas noches había pasado García Márquez en esa ciudad, cuántas veces había comido arepa con huevo, cuántas veces había cantado vallenato, pero nadie sabía quiénes eran María Luisa Elío o Jomí García Scott, a quienes él les dedicó la primera edición; ¡eso significa que se trata de alguien muy importante! Entonces llamo a la revista y les digo que quiero ir a México para entender quiénes son esos personajes que nadie conoce. En Colombia se sabía todo de cómo se tejió Cien años de soledad, pero México hacía falta. Allá llegué e hice lo mismo; me instalé en el hotel y alguien me dijo: Llama a Carlos Monsiváis. Él me ayudó muchísimo; me dijo: Yo tengo el teléfono de María Luisa Elío, ya te lo doy, es una señora bellísima, elegantísima y te va a contar todo lo que tú quieras… y al día siguiente yo ya estaba hablando con ella.
Ahí empezó a conocer al Gabo de México.
… y también comprendí que hubo dos Gabos: uno antes y otro después de Cien años. Cuando entendí eso, dije: Ahora puedo contar el resto como su historia, el antes y el después. Así empecé a armarlo, pero el punto de partida fue el artículo que te digo. Yo lo entregué y la verdad es que se tenía olvidadas esas cintas −análogas, además−, que quedaron en una caja de zapatos. Pero en 2011 ocurre que, estando yo en México, país al que iba mucho en esa época, fui a la inauguración del Museo Soumaya –el que le regaló Carlos Slim a México–. Allá estaban el presidente, figuras muy importantes, cientos de personas, y de pronto veo en el escenario, donde cortaban la cinta, a Gabo ahí parado con toda esta gente. Yo lo había visto en el 95 en los tres días que fui alumna de él en un taller, pero en 2010 ya vi a otra persona, un hombre envejecido, un poco perdido, como alguien que está ahí pero no está, y cuando se termina la inauguración veo que todo el mundo se le lanza. Nadie fue a agradecerle a Carlos Slim por el gran regalo, nadie fue a saludar al presidente; fue como las películas de los Beatles en los años sesenta, cuando esa cantidad de gente se les tira encima, adolescentes, veinteañeras, señoras mayores. Todo el mundo quería tocarlo pero nadie tenía un libro porque no era una presentación, y se abalanzan con ese amor, con ese fervor, con toda esta gana y también mucho agradecimiento.
¡Se acordó de las cintas!
Yo lo vi de lejos y me acordé, claro. Dije: Este señor tiene algo. Y el día siguiente, por pura casualidad, tenía una reunión con Cristóbal quien, por cierto, había editado Vivir para contarla, para hablarle de otro libro, uno que tengo sobre Colombia. Le conté lo del museo, de mis tapes, de las horas y horas de audios, y le dije que con todo eso solo podía publicar dos mil palabras. De ahí nace la primera edición. Me fui a escuchar de nuevo esos tapes que ya tenían diez años y que además estaban en inglés, porque la revista me dio un deadline para sacar el artículo y yo le pedí a un amigo mío, poeta barranquillero que vive en Nueva York, que me lo fuera traduciendo porque no cualquiera iba a entender el lenguaje barranquillero, mucho menos después de una botella de whisky (risas). Yo hacía la entrevista, corría a la oficina de DHL y se la mandaba a Miguel Falquez, él la traducía y me la mandaba en inglés. Esta primera filigrana la construí en inglés, para la revista.
Volviendo a México, está la voz de María Luisa Elío, lo que se cuenta de personajes como José Emilio Pacheco, la historia de la mafia…
La relación de Gabo con México a mí me interesaba más, y la cuento ahora con lo que me dice Gonzalo, su hijo, de cómo era el día a día al principio, antes de escribir Cien años de soledad −porque yo creo que, después, la pareja y la familia se vuelven internacionales y terminar por no ser de ningún lado−. Gonzalo cuenta que ellos sí vivían en una casa muy costeña. Los papás tenían un acento muy diferente, comían muy diferente, oían vallenato todo el día. México, además de ser una ciudad cosmopolita, es el lugar donde se estaba haciendo cine en serio y como industria, y eso también jugó ahí. Por otra parte yo creo que, como escritor, la distancia es muy importante. Quién sabe si Gabo hubiera escrito el mismo Cien años de soledad si nunca se hubiera ido. Creo que el no ser de un sitio te hace desprenderte, y −lo vi un poco− Gabo tenía una relación fuerte con Colombia.
La amenaza de que lo iban a detener; tuvo que exiliarse…
¡Claro! Entonces esa relación te quita energía, te quita tranquilidad, y yo creo que México le dio la distancia que necesitaba. También me di cuenta de eso: él estaba en una misión, y Héctor Rojas Herazo lo dice. Bueno, es que ellos hablaban en poesía. En el capítulo “La Costa se prepara para hablar” alguien dice: “Espérese que la Costa se pare a hablar”… ¡poesía pura! Rojas Herazo cuenta eso y me trae la imagen de estos dos personajes caminando en Cartagena, esa relación tan fuerte que tenían, los dos en El Universal conversando sobre cómo podían contar una historia en que la Costa iba a conocerse. Yo no sé si él era tan consciente; o sea, todos esos pasos que él da, esos brincos también son necesarios por trabajo, pero llega a México y allá encuentra de alguna manera un segundo país, sus hijos son mexicanos…
¿Ya vio Cien años de soledad en Netflix?
Yo escribí algo para Vanity Fair en junio; ya me habían mostrado algunas cositas y estuve en la premier. Como tú sabes, la imagen y la palabra son dos animales diferentes. Yo la vi como alguien que ha escrito este libro, que ha leído muchas veces Cien años de soledad, que cada vez que ve a Gabo, comprende más qué tan genio era y no sabía qué esperar. En el momento en que oyes la voz en off entiendes lo que han hecho; entras a un mundo y te sumerges en él. Ver en pantalla el primer episodio me hizo entrar al mundo de Macondo en imágenes. No es el Macondo de las palabras; es un Macondo de imagen. Y creo que ese Cien años de soledad es un regalo de la familia García Barcha a Colombia. Creo que hay que agradecer ese gesto, porque la han podido firmar en México, en cualquier parte. Es un lindo gesto.