Francisco Rebolledo es un escritor que se entregó por completo a la literatura. Tenía 40 años cuando terminó de escribir Rasero o el sueño de la razón (Joaquín Mortiz, 1993), a mi parecer la novela mexicana más importante del fin de siglo pasado. Tenía 40 años Francisco Rebolledo cuando trajo a este mundo al marqués español, Fausto Hermegildo Rasero de Oquendo, que recorrería el Siglo de las Luces y sus cruentos episodios en compañía de los más grandes filósofos y artistas de la época. Fue un debut literario tan relevante para lectores y críticos que le valió uno de los premios más prestigiosos de la última década, el Premio Pegaso, y lo dio a conocer en el panorama internacional, como un autor mexicano de largo aliento (el manuscrito original contaba con más de mil páginas). Álvaro Mutis llegó referirse a esta novela como una lectura que se nos plantea como una obligatoriedad. Adolfo Castañón dijo que Rebolledo era un escritor enamorado de las formas históricas. Muchos la llamaron una obra visionaria, no sólo por el hecho de que su protagonista, instalado en el corazón de la Europa del siglo XIX, tenía la capacidad de ver el futuro –un don que, en la trama, conforma una reflexión profunda sobre el concepto de progreso, el razonamiento científico y las consecuencias de la Revolución Industrial–, sino porque las virtudes estilísticas de su escritura proponían una nueva poética de la llamada novela total, que entrelazaba erudición, humor y horror. Muestra del ímpetu con el que fue recibida son las ediciones en turco, griego, en portugués, la traducción al braille y al inglés, que la hizo merecedora del Critic’s Choice Award en 1995, y las reediciones en Barcelona y Colombia, y la más reciente en 2012, por Editorial Era; así como el reconocimiento de escritores y críticos, como Juan Villoro, Christopher Domínguez, Javier Sicilia, Jorge Ruiz Dueñas, Fabienne Bradu, Ana García Bergua, por mencionar algunos.

El deber con la escritura era tal para Rebolledo que abandonó su carrera de químico. Y a partir de entonces comenzó a desarrollar lo que sería su proyecto de vida: una serie de novelas, ensayos y cuentos que revelan claramente las obsesiones previstas en ese acontecimiento que fue Rasero: el Tiempo como eje central de su narrativa.

Portadas de Pastora y otras historias del abuelo y La mar del Sur.
Portadas de Pastora y otras historias del abuelo y La mar del Sur.

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En su prosa, destaca la colección de relatos Pastora y otras historias de la abuela (1996), editada en la icónica colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. En 1999, publicaría en Almadía su segunda novela, La ministra, en la que plantea la incursión de la mujer en escenarios de poder en la política nacional, haciendo un guiño a Madame Bovary. La mar del sur (Joaquín Mortiz, 2002, finalista del Premio Xavier Villaurrutia) y Amar a destiempo (FCE, 2009), sucesivamente, son obras que retratan al México de los siglos XV, XVI y XIX: en la primera, las aventuras de un español que se hace a la mar hacia las Indias occidentales tras el arribo de Diego Colón; en la segunda, las dinámicas amorosas de tres generaciones que heredan la pasión y el desamor en tiempos de peluquines y modales refinados. El lenguaje prolijo, la fuerza lírica y la habilidad técnica al entrecruzar temporalidades refrendan la calidad que tiene su literatura, la cual fue valorada al serle otorgado el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte, gracias al que le fue posible concluir algunos de estos proyectos.

Rebolledo no dejó de lado la veta ensayística para divulgar su vasto conocimiento en torno a Bajo el volcán, la obra maestra de Malcolm Lowry. Escribió dos libros: Desde la barranca (FCE, 2005), y Quauhnáhuac. Un bosque de símbolos (ICM, 2009), que son considerados indispensables en el estudio y la interpretación de esta novela que influyó generaciones enteras, y de la que ningún otro autor –salvo quizá Raúl Ortiz y Ortiz, traductor al español del británico– escribió con tanto fervor, profundidad y esmero, desentrañando hasta la más oculta de las metáforas, palpando los días de Lowry en Cuernavaca, como si él mismo los volviera a vivir.

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Si bien Rebolledo dejó la química, la ciencia fue una constante en su vida. Durante 40 años se desempeñó como comunicador de ciencia en diferentes puestos, y por casi diez años fue divulgador científico en columnas para diversos periódicos nacionales, resultado de ello son los dos tomos de La ciencia nuestra de cada día (2007 y 2011) en la colección La ciencia para todos del FCE.

En 2014, convocado por el poeta Javier Sicilia, fue director del departamento de Comunicación Intercultural de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM); durante su coordinación, lanzó la revista Voz de la tribu que reunió, en 10 números, las voces de pensadores como Iván Illich, Jean Robert, Luis Villoro, Sylvia Marcos, Ethel Krauze, Alejandra Atala, y dirigió la colección de libros Clásicos de la resistencia civil.

A la par de la huella que ha dejado su literatura, se encuentra su importante labor como tallerista. Desde que comenzó a radicar en Morelos (en Jiutepec, donde terminó de escribir Rasero), cada lunes, durante más de 20 años y hasta dos semanas antes de su muerte, el 17 de abril de 2025, Rebolledo se encontró con un grupo de escritores y escritoras. Por más de veinte años el taller se realizó de manera presencial en el centro de Cuernavaca. Sin embargo, la pandemia hizo que se trasladara al formato virtual (como fue llevado a cabo en las últimas fechas), lo que favoreció que no dejara de compartir los secretos de su oficio con generosidad y cariño, tal como siempre lo hizo. Este taller ha simbolizado un paso esencial de plumas noveles que hoy se encuentran en activo desarrollando obra, representando a Morelos en premios y becas. Su compromiso con el tejido social y cultural se amplía hasta las aulas de varias instituciones como la Escuela de Escritores Ricardo Garibay y la Facultad de Artes de la UAEM. Más que ser recordado como escritor, Rebolledo quería ser recordado como maestro.

Nunca se preocupó por el medio literario. Su obra caminó a un ritmo contrario de las tendencias. Quizás estar lejos de los reflectores hizo que, a diferencia de varios de sus contemporáneos, no recibiera los premios, las reediciones y los reconocimientos que merece una pluma de tal envergadura. Los lectores, sin embargo, sabemos que, por el amor a la palabra, por el espíritu vivaz que conversa con los clásicos de la literatura, y por la reflexión histórica, sus libros y su nombre son y serán un referente de la mejor literatura de nuestro país.

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